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Bae se relamió los labios y echó el mando hacia un lado, el cual rebotó contra el sofá. Rubén chilló:

—¡Eh loca ten cuidado con mi preciado mando!

Rubén estiró la mano y coloco el aparato encima de la mesa de cristal. Bae miró a la televisión y maldijo al ver que su equipo había perdido por segunda vez. Dijo maldiciones en inglés a sus amigos extranjeros por los auriculares y se desconectó del juego.

—Que manca eres por dios.

—Callate el hocico—le ordenó Bae sin una pizca de gracia.

—Venga—animó Rubén, poniéndose de pie y enfrentando a su amiga con derechos—uno pa uno sin camisa.

Rubén se retiró la camisa blanca y dejó ver su delgada figura y aquellos pezones con algunos pelillos a su alrededor. Algo de lo que Bae siempre se reía, diciendo que algún día quiere depilarlos con cera caliente.

—Uno pa uno sin camisa—repitió Bae, contagiada por el buen humor de Rubén. Él hacia un ridículo baile.

Bae se puso de pie y se quitó la camisa, dejando sus pechos al aire, puesto que no llevaba sujetador. La vida era más bella cuando no se llevaba el molesto sujetador.

—¡Te estoy viendo los pezones!

—¿Y?—preguntó ella con sorna—. ¿Acaso tú nos los tienes? Yo los estoy viendo ahora mismo.

Rubén se tapó los ojos, escandalizado como si la hubiese visto desnuda de cintura para arriba, por primera vez. Bae soltó una carcajada y se acercó lentamente hacia él.

—Tenemos lo mismo, zopenco. Bien que por las noches te gusta metertelos a la boca.

Rubén se puso colorado y retiró las manos de su rostro para observar la figura de Bae. Si era cierta que ella tenía un par de kilos de más, estrías y celulitis, de lo cual siempre se quejaba. Pero para Rubén no había un ser más hermoso que Bae. Esos detalles que acomplejaban a Bae para él no eran relevantes ni algo que se pusiera a pensar demasiado, quería hasta la parte que ella más odiará de si misma.

—Joder, te quiero.

Bae parpadeó varias veces, sorprendida por lo que su amigo acababa de confesarle. Se habían acostado varias veces pero nunca habían expresado sentir algo más el uno por el otro.

Por primera vez la timidez se adueñó del cuerpo demoníaco de Bae, por lo que en voz demasiado bajita, susurro:

—Yo también te quiero cabeza de dinosaurio.

Rubén sonrío y se acercó para besar dulcemente los labios de su chica. Bae notó que sus pechos hacía presión contra el pecho de Rubén. Soltó un suave gemido.

—Me he puesto cachonda y todo—soltó sin pelos en la lengua, para intentar que la reciente confesión no la dejara en ridículo. Bae nunca había sido buena para expresar sus sentimientos.

—Bueno—comentó Rubén, a lo que empujó a la chica contra el sofá y se puso a horcajadas sobre ella—uno pa uno sin camisa.

Lo que ellos no sabían es que los amigos de Rubén aún seguían en línea y pudieron escuchar cada grito escandaloso del mayor. Por lo que Bae y el resto de amigos tuvieron bastante tiempo con lo que burlarse.




[Rubius Imaginas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora