9. Una visita inesperada

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Un par de días después...

Eran las nueve de la mañana. Chloé se acababa de levantar de la cama y con el pijama aún puesto se dirigió a la cocina para prepararse unas tostadas de mantequilla con mermelada de fresa y un zumo de naranja. Pollen la acompañaba y mientras la rubia elaboraba su desayuno él había ido a la estantería para sacar su delicioso tarro de miel.

A los pocos minutos de estar ambos sentados en la barra de la cocina americana degustando sus respectivos alimentos con verdadera gula tocaron a la puerta sobresaltándolos en sus asientos.

–¿Esperas a alguien mi Reina? –preguntó Pollen desconcertado.
–No, a nadie –contestó Chloé mientras miraba hacia la puerta intrigada–. Deben de haberse equivocado.

Continuaron con su desayuno sin darle la mayor importancia. Sin embargo, la puerta volvió a sonar y, en esta ocasión, con más insistencia que la vez anterior.

La Bourgeois frunció el ceño molesta. ¿Pero quién sería el cansino que no le dejaba ni comerse su desayuno tranquila?

–Escóndete Pollen. Iré a ver quién es y qué es lo que quiere.

El kwami le obedeció y pronto desapareció de la escena atravesando la pared que comunicaba con la habitación de su portadora.

Otra vez el timbre volvió a la carga reclamando su atención.

Ella se levantó de su asiento malhumorada, dispuesta a soltarle alguna grosería al zopenco que se encontraba al otro lado de la puerta, pues estaba segura que ella no esperaba a nadie ni había pedido nada para que se lo enviaran a su domicilio. Aquello debía de tratarse de algún error y el pobre infeliz que estaba destrozando el timbre de su puerta pagaría las consecuencias por interrumpir el maravilloso desayuno de una Reina embarazada.

Llegó a la entrada del apartamento con tan sólo unas pocas zancadas, tomó el pomo, lo giró, abrió la puerta con un ímpetu encolerizado y exclamó enojada:

–¡¿Se puede saber qué demonios quieres?!
–Hola Chloé –dijo Gabriel Agreste con una voz tranquila y totalmente imperturbable por la actitud de la rubia.

Chloé soltó un grito ahogado. Sus ojos se abrieron como platos, su cuerpo se tensó, su mano se aferró con tanta fuerza a la puerta que sus nudillos se estaban poniendo colorados, su rostro perdió todo color y una sensación de náuseas se apoderó de ella deseando expulsar de su estómago el poco desayuno que había tomado. Pues de todas las personas que podían haber estado detrás de esa puerta Gabriel Agreste era la última que esperaba, y deseaba, encontrar.

La rubia hecho una rápida ojeada al pasillo de su planta por si hubiera alguien más. Su corazón latía con fuerza dentro de su pecho, le costaba un poco respirar y sus piernas le temblaban al pensar que cierto rubio podría encontrarse también en aquel lugar; pero, afortunadamente, el corredor estaba vacio. No había ni rastro de Adrien y el único que permanecía allí era el afamado diseñador.

¿Cómo había logrado dar con ella?

Su mente era un verdadero caos mientras repasaba, una y otra vez, todo lo que había hecho desde que decidió irse de París intentando averiguar en qué se había equivocado para provocar esa inesperada visita.

Y lo más importante, ¿Adrien sabría algo de esto?¿Habría sido idea suya enviar a su padre para presionarla?

No... eso no era típico de él. Si el modelo supiera dónde se encontraba lo que habría hecho hubiera sido ir a buscarla inmediatamente para pedirle una explicación por haberlo abandonado. De modo que intuía que Gabriel Agreste se había presentado en la puerta de su casa por voluntad propia y eso no podría traer nada bueno.

Ni contigo, ni sin ti [Adriloé]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora