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Esta vez, me muevo por voluntad propia y me sitúo frente a él, al coger sus manos éstas están temblorosas y frías. No puso resistencia. En momentos como este, veo que es frágil y que no tiene suficiente control de si mismo. Sus nudillos están con sangre y tiene varios raspones. Es feo ver sus manos así, nunca vi algo parecido, estoy segura de que la expresión de mi rostro lo hace notar.

No entiendo porque me afecta lo que le está pasando, me duele verlo en semejante estado. Mi cuerpo grita que lo abrace, pero por suerte alcanzo a controlar mis impulsos y, observo en sus ojos una mezcla de rabia y dolor.

—No tenías que estar en mi casa escuchando todo y tampoco tienes que estar aquí... —habla con voz ronca—, pero no quiero que te vayas, no entiendo porqué tu presencia no me molesta.

Se sienta en ese piso todo sucio y sin importarme nada, imito su acción. No se qué decir. Nunca he sido buena para consolar a nadie, excepto si conozco muy a fondo los sentimientos de esa persona.

Y yo a él no lo conozco.

—Sabes, yo también tengo un lugar favorito como este, donde voy cuando se estar triste... —digo esto para entrar en confianza. Las ganas que tengo que preguntarle algo son inmensas, y como está frágil, de seguro no será grosero —. Una pregunta ¿por qué tu padre es así contigo?. —él fija su mirada perdida a un punto fijo lejos de mí y presiento que no tiene ni idea de como responder.

—Esa pregunta siempre me lo hago ¿por qué es así conmigo? ¿por qué me trata como un estorbo? cuando está mi madre presente se relaja un poco..., ahora no quiero hablar de él.

—¿Te gustaría ir a otro lugar? —propongo. Por fin me devuelve la mirada y hace una seña para que prosiga—. Yo tengo dos lugares favoritos, pero te voy a llevar al segundo. El primero es sólo mio... ¿Vamos?.

Me levanto y estiro mi mano en su dirección, alza su cabeza y me mira un poco inseguro... Pero acepta.

Caminamos hasta llegar a su carro, lo vi desde que entré al parque, por eso sabía que estaba aquí. Lo enciende y nos fuimos a la dirección que le di.

En aproximadamente 45 minutos llegamos, en todo el trayecto ninguno de los dos quiso decir nada.

—Pensé que iríamos a otro lugar; como a una playa, hasta a un motel... Pero a un ¿ancianato? —lo dice mientras parquea el carro.

—Sí, el ancianato hogar de la paz. Este lugar es muy bonito, me alegra el día venir aquí y sé que te alegrará a ti también —digo, sonriendo. Él me devuelve la sonrisa y niega con su cabeza. Salimos del carro y caminamos juntos.

Aquí es muy grande y ordenado, por fuera se ve un poco feo ya que no pintan muy seguido. Por dentro sus pisos son de cerámica y los cuartos de madera. Hay bastantes espacios aquí, yo en lo personal prefiero estar donde se reúnen todos los ancianos, que es en la sala y así compartir con ellos un rato, charlar, cantar y a veces hasta bailar. Me gusta mucho compartir con ellos, con eso los saco de su rutina al igual que a mi.

Cuando entramos, yo saludé efusivamente a todos en la entrada y como soy conocida nos dejaron pasar. Fuimos directo a sus cuartos porque era muy tarde y es lógico que no los iban a dejar salir, de eso estoy muy consciente.

En este lugar tengo a mis dos personas favoritas, que son Diana y Raúl, ellos son pareja y están aquí porque no tienen hijos, ni nadie que los cuide y desde que vengo se convirtieron en mi familia, para mi son como mis abuelos.

Desde que entramos juntos, me encargué de que él no esté incómodo aquí, que se sienta en confianza y sobre todo que se olvide de su padre. Y sí, lo logré. Los cuatro la pasamos muy bien a pesar de no a ver salido, Kilian se reía tanto por las anécdotas que nos contaba Raúl, que mostraba todos sus dientes blancos. Lo bueno de él, es que se integró muy rápido a nosotros.

¿tú no sabes amar?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora