CAPÍTULO IX.- UNA NOCHE CONFUSA.

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KALILA

Amenadiel me deja en la cama desconcertada, sin saber que había hecho mal para que se marchará, sinceramente quería que se quedará a dormir esta noche. Me levanté de la cama para ir al baño, me paré frente al espejo y miré mi rostro, me sentía totalmente rechazada, las lágrimas no tardaron en salir; salí del baño caminado hacía mi cama, apagué la luz de mi habitación quedándome a obscuras, me recosté en la cama pérdida en mis pensamientos imaginando una noche con Amenadiel.

...

Me encontraba en un parque jugando con mi papá, estaba anocheciendo y ese día tocaba sacar a Tom a pasear; mi padre me miraba en una banca mientras Tom me perseguía entre las flores. Unos hombres altos encapuchados de negro, tomaron a mi padre de espaldas, con una navaja en el cuello, mientras que otro llegaba tapándome la boca.

Tom ladraba tirando a morderlos, un hombre lo tomó queriéndolo apuñalar.

—Mmm. — gritaba tratando de zafarme del hombre — papá. — solo alcancé a decir eso y mis lágrimas caían mutuamente de la desesperación.

— callen a esa chiquilla, hagamos esto rápido, tomen el dinero y vámonos. — tomaron el dinero de mi padre y cuando terminaron de tomarlo, el hombre que tenía a mi padre jala de su navaja degollándolo.

— No. — grité con todas mis fuerzas, un hombre se me acercó aplicándome un sedante en el brazo — No papá, mi padre no...

Desperté del sueño sudando sin poder contenerme mis lágrimas, mi padre había fallecido hace un año, en aquel parque llamado el Capricho llegando al aeropuerto de Madrid, mi perro es un Husky blanco con gris llamado Tom.

Tenía 18 años cuando vi morir a mi padre enfrente de mí, sin poder evitar que lo mataran, era para mí complicado, superar tal trauma tan violento.

Entró asustado Amenadiel a mi habitación.

—Yelina ¿Te encuentras bien? —Cerró la puerta de la habitación para luego dirigirse a mí.

Entre mis lágrimas solo pude decir— Mi p-padre. — me eché a llorar a la cama, como niña pequeña.

Se acercó a mi rápidamente para sentarse a mi lado — Ven aquí pequeña. — me tomó entre sus brazos, para luego yo abrazarlo.

—Amenadiel, no pude hacer nada por él, me lo mataron Amenadiel... Me mataron a mi papá —lloré sin consuelo alguno.

Acarició mi pelo — ya mi pequeña, aquí estoy yo, Yelina calma.

Lo miré y contuve un poco mis lágrimas —no te vayas por favor, quédate a mi lado. —me levanté un poco, recorriéndome para dejarlo entrar a la cama.

Entra a la cama boca arriba — ven aquí pequeña. — esperando a que me acomode en su pecho.

Me recuesto en él y comienza a acariciar mi pelo. — ¿por qué te fuiste Amenadiel? —Limpié mis lágrimas.

Él puede calmar mi dolor, él puede llenar el gran vacío que siento en mi pecho, él solo él; su corazón late haciendo que me calme como un bebé en los brazos de su madre.

—Yelina, discúlpame pequeña, pero sería un cobarde robar tu pureza de tal manera, no quiero que te sientas utilizada por mí. —afirmó con ternura en su voz.

Me levanté un poco mirándolo a los ojos, esos ojos zafiros que en tan poco tiempo me tienen completamente loca — No seas tonto, en tan poco tiempo yo he logrado... Quererte. — mientras puedo sentir mis mejillas colorarse — Amenadiel yo... Te quiero.

Él me mira a los ojos con amor y ternura —Yelina... Yo te amo. — me tomó de mi barbilla alzándola, para luego besarme. Yo se lo correspondí —te amo, te amo. —mientras me besaba con delicadeza.

—Yo también. —me pegó más a él, tomándolo de su cuello para atraerlo.

Me mira con ojos de ternura parando de besarme —¿Éstas segura?

Lo miró con amor, pero también con deseo — Sí, estoy segura, te amo.

Me sigue besando mientras pasa sus manos por mi cuello y terminamos hundiéndonos en un gentil abrazo.

Nos quedamos callados dejando que nuestras almas hablen por nosotros.

—Yelina, eres hermosa y perfecta tan perfecta para un ser como yo, que no le ha encontrado sentido a su existencia, hasta que te conoció — miraba hacía el techo.

Me levanté sentándome en la cama en silencio, mirándolo de frente— Amenadiel, quiero estar contigo siempre y para siempre. Por el momento quiero estar en tus brazos y hundirme en ellos.

—Claro pequeña, vamos, ven aquí. —me sonrió y me atrajo hacia él, protegiéndome con sus brazos fuertes. Pegamos nuestros cuerpos y yo sentía su respiración en mi cuello — buenas noches pequeña. — y así ambos nos quedarnos completamente dormidos.

Parque "el Capricho" en galería.

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