𝑪𝒉𝒂𝒑𝒊𝒕𝒓𝒆 𝒕𝒓𝒐𝒊𝒔.

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Cuando JiMin tenía ocho años, un conductor en estado de ebriedad chocó contra el auto familiar mientras todos iban de regreso a casa después de comprar un helado. JiMin se acababa de quitar el cinturón de seguridad para ponerse su chamarra, ya que tenía frío por el helado, y voló en medio de los dos asientos delanteros, golpeándose la cabeza en el parabrisas. 

El doctor en la sala de emergencias dijo que estaba hecho de hule porque no tenía ni un rasguño. Pero fue la primera vez que JiMin se dio cuenta, o por lo menos cuando de verdad lo creyó, de que era frágil.

Algunas veces, un tanto temerario, se preguntaba si sería diferente de no haber ocurrido el accidente, como sus amigos: NamJoon, por ejemplo, parecía creer que nunca podría pasarle nada y que la madurez nunca llegaría. Sin embargo, JiMin siempre pensaba en el futuro. Y para la universidad, la vida y todas las cosas que se avecinaban necesitaba dinero y un trabajo.

Ese lunes, en su primer viaje al pueblo para buscar trabajo, se dio cuenta de que Gangneung era un pueblo blanco: casas blancas, barcos blancos, filos de banquetas blancos, trajes blancos. Parecía resplandecer y reflejar el azul destellante y ondulante del océano de Boksakkot, sólo salpicado por los colores cambiantes de las hojas que bordeaban las calles entrecruzadas. Los últimos turistas de la temporada deambulaban por la calle principal, paseaban por tiendas de dulces diminutas y anticuadas, tiendas de ropa de color pastel deslavado, restaurantes de pescado hervido (una especialidad local que su mamá había amenazado con hacerlos probar) y cafés. Las tiendas habían empezado a poner calabazas en sus entradas y a colgar tallos de maíz de colores sobre sus puertas. A JiMin le tomó una hora medir el pueblo, su anchura, longitud y amplitud en relación con su lugar de origen, y saber que la vida ahí se sentiría pequeña.

Fudgies —así fue como SeokJin, el hombre que estaba parado delante de él, los llamó, pero JiMin tuvo que pedirle que lo repitiera.

—Ay, así se les dice a los turistas. Por alguna razón cuando la gente está de vacaciones le encanta comer dulces. No creerías cuántos dulces comen los Fudgies en cualquier verano.

Tras un largo día de caminata, JiMin aterrizó ahí. Llenó tres solicitudes de empleo en dos restaurantes y una tienda de papalotes, pero estaba claro que los trabajos de medio tiempo estaban acabándose ahora que el verano terminaba. Los dependientes habían tomado sus solicitudes como si él fuera otra molestia más en su día. Deambuló todo el camino hacia el extremo más feo de la calle principal, más allá del hábitat natural de los turistas, y llegó ante un letrero gigante y amarillo en el que se leía "Se solicita ayuda", apoyado a un costado de un edificio de ladrillos cuadrado y de poca altura. Sólo cuándo cruzó la puerta principal se dio cuenta de que era un gran centro comercial de antigüedades. Dentro olía a polvo y naftalina, a humo rancio de cigarro y café viejo. Parecía salido de una novela de Charles Dickens, lleno de rincones, rendijas, angostos senderos y pedazos de muebles apilados torcidamente. Un letrero a un lado de la caja registradora anunciaba que Bangtan no aceptaba cheques sin identificación. JiMin estaba dando la vuelta para irse cuando SeokJin se acercó y se presentó. Era alto, de cutis húmedo, lindos ojos, labios grandes, tes clara, probablemente en sus treinta y tantos. Tenía cabello castaño claro, peinado y bien arreglado. Usaba bálsamo con un tono ligero de rosa, brillante.

—¿Estás aquí por el letrero? No pareces un sabueso de antigüedades —preguntó. 

JiMin asintió indeciso.

—¿Qué calificaciones tienes? —le preguntó SeokJin mirándolo distraído mientras se secaba la humedad de la nuca con una manga larga y gris.

—Dieces —JiMin respondió—, ahora estudio en casa con mi papá —añadió, después agregó rápidamente—. Pero soy disciplinado. De verdad quiero obtener este trabajo.

⌜𝑀𝐼𝑆𝑆𝐼𝑁𝐺 | 𝑉𝑀𝐼𝑁𝐾𝑂𝑂𝐾⌟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora