Capítulo 17

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*Carlos*

Me desperté en mi cama. A penas había podido dormir esa noche. ¿Hubiera besado a Julia si Javi no nos hubiese interrumpido? Díos sabe que sí lo hubiese hecho. Tenía unas ganas irrefrenables de probar esos labios, pero el mundo parece conspirar en mi contra para que no lo haga. ¿Y ella? ¿Hubiera dejado que la besara? Noté como se estremecía entre mis brazos a medida que me acercaba más a ella. Le temblaban las piernas y su respiración era dificultosa, errática. Nunca unos labios se me habían resistido tanto como lo hacían los suyos, y es que, por cada beso frustrado, lejos de darme por vencido, más quería besarla. Cuando oí la voz de Javi en la lejanía me separé al instante de ella, no sabía cual iba a ser su reacción, ya no estaban juntos pero no quería dañar a Javi, y mucho menos a Julia. Javi se acercó a nosotros y de mi boca salió un "mierda" por la frustración del momento. La estrujó entre sus brazos y no pude evitar pensar en que yo la había abrazado de la misma manera momentos antes en aquel Karaoke cuando bajó del escenario totalmente emocionada. Nos había conquistado a todos con esa canción. Cuando la canción empezó a sonar ella no cantó, se quedó callada. Por un momento me sentí horrible pensando que había puesto a Julia contra las cuerdas y que había sobrepasado el límite. Pero poco a poco su boca se fue abriendo y aunque al principio solo salían pequeños balbuceos, a los pocos segundos de su boca salió la más perfecta de las voces. No lo pude evitar, me quedé totalmente ensimismado. Julia era emoción. Era emoción por cada costado de su cuerpo. Era consciente de ello pero hasta que no la vi cantar no supe hasta que niveles Julia podía trasmitir sus emociones, haciéndote cómplice de ellos. Cantó toda la canción con los ojos cerrados, no sabía que estaba pensando pero estaba totalmente sonriente. Al acabar la canción abrió los ojos y pude ver como el miedo había vuelto a acudir a ella. La gente no hacía nada, parecía encantada, hechizada. No voy a mentir, yo también lo estaba, Julia había removido en mí cosas que ni siquiera sabía que tenía. Todo el mundo aplaudió, sinceros. De repente volvió la Julia vergonzosa de siempre y sus mejillas se tornaron de un color intenso. Era tan propensa a las emociones. Me miró, haciéndome ver cuán emocionada estaba y bajó corriendo el escenario para echarse a mis brazos. Sabía que debajo de la Julia Medina cuadriculada y que no deja espacio a la diversión, a descubrise, había una Julia totalmente increíble. Salimos de aquél bar y ella me estaba mirando fijamente. Tenía ese brillo en los ojos. Esos mismos que esperaban más, que pedían más. Teníamos que salir de allí, volver a la multitud de la gente o iba a besarla, iba a besarla allí mismo hasta dejarla sin respiración. Tuve que controlarme mucho para no empotrarla contra el capó de mi coche y enseñarle todo lo que me provocaba. Conduje en el más absoluto silencio, no podía hablar, ni decir nada. Traté de olvidar la idea durante todo el trayecto. Cuando llegamos, ella se bajó del coche y se acercó a mí. Me dio las gracias. No pude evitarlo, tenía que besarla y dejar de una puta vez de pensar en ella, en su cuerpo, en sus ojos, en sus labios. Pero no. Ese no iba a ser el momento.

Mientras me alejaba de camino a casa de Damion, totalmente frustrado, me senté en las escaleras de la entrada, necesitaba darme un par de minutos antes de entrar de nuevo. No sé cuanto estuve allí, pero había empezado a sentir frío de nuevo por lo que sin más remedio me metí dentro de la casa. Busqué con la mirada a mis amigos, pero no les encontré. Anduve vagando por aquella casa sin rumbo alguno hasta que unas manos tocando mi espalda me sobresaltaron.

—¿Carlos?— preguntó una voz familiar. Me di la vuelta para descubrir a Laura, un recuerdo del pasado. Había conocido a Laura en una de las fiestas de Damion. Era amiga de Pablo. Al principio me cayó increíblemente mal. Era la única del grupo de Pablo que no había mostrado ni un mínimo interés por mí y en una de sus conversaciones con sus amigas la descubrí diciendo que era un cabrón y un mujeriego, que conocía muchos como yo y que no valía la pena. Bien, no hay nada que me incite más a hacer algo, que saber que no puedo hacerlo. Asi que esa misma noche el cabrón mujeriego que no valía la pena se la estaba follando en el baño de esa misma casa mientras ella gritaba pidiéndome más. Pensé que eso se iba a quedar en otra de mis muchas anécdotas pero a partir de ahí empezamos a coincidir cada vez en más fiestas. Seguimos con el mismo rol de antes, ella fingía que me odiaba y yo fingía que era una pija impertinente hasta que acababamos follando en cualquier rincón. Durante un tiempo estuvo bien, mucho más que bien. Hasta que ella dijo las palabras mágicas "te quiero"en ese momento mis alarmas se encendieron y poco a poco dejé de llamarla, de coincidir con ella. Sabía que no era una explicación pero confiaba en que lo habría entendido. No la volví a ver de fiesta, por lo menos no hasta esa noche.

Limbo de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora