Capítulo 28

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El día de la boda de Miki había llegado.

La noche anterior a la boda fue para mí una vorágine de sentimientos. Tras mucho insistir en que me contara la relación que tenía con su padre, Carlos me confesó que les había abandonado a su madre y a él pocos meses después de que yo me fuera a Londres. ¿Como pude no haber notado nada en las llamadas que nos hacíamos? Su tono de voz siempre era tan neutro que a penas había notado que algo iba mal en su vida. El hecho de que su padre les abandonase explicaba muchas cosas a las que yo necesitaba dar una explicación. Entendía el miedo al compromiso que tenía Carlos, ¿Como iba a creer en el amor si el amor más puro y sincero que él había conocido acabó convirtiéndose en su mayor pesadilla? Me dieron ganas de levantarme de aquella mesa y rodearle con mis brazos. Pero no lo hice. En los ojos de Carlos aún podía verse el dolor que todo aquello le había causado y comprendí que ese dolor no desaparecería nunca. Comprendí el sacrificio que estaba haciendo Carlos al abrirse a mí. No me miraba a los ojos, no como cuando sabía que tenía el control de la situación. Para él todo eso era una situación nueva.

"He saltado Juls, me ha costado pero lo he hecho" las palabras de Carlos se habían grabado a fuego en mi mente que no paraba de recordarlas. ¿Había saltado de verdad?¿Quién me aseguraba a mí que no huiría en cuanto las cosas empezasen a ponerse serias? Carlos sabía de mis intenciones, de mis aspiraciones en la vida. Yo quería la vida de las portadas de revista, por irreal que fuera y él quería vivir el momento, el día a día. Si era cierto que Carlos había saltado a la piscina conmigo, ¿Ahora qué?
¿En qué situación nos ponía eso?Llevaba tantos meses buscando una explicación para que Carlos se fuera y no hubiera venido a buscarme que ahora que ya la sabía me sentía incompleta, como si faltase algo en mi vida, como si aquello no fuera suficiente para mí. Yo, que había presumido de estar tan segura de mis sentimientos siempre, yo, que todo lo planeaba, estaba empezando a dudar.

—Julia, apaga el despertador.— La voz ronca de Dave me despertó mientras se echaba una almohada encima de la cabeza y se daba media vuelta.

—¿Qué hora es?— Preguntó Carlos desde la lejanía de su cama.

—Las ocho en punto.— respondí mirando mi móvil.

—Puto Miki, ¿No podía casarse por la tarde?— Dijo Dave con la cabeza aún bajo la almohada.

Esa mañana la casa que compartíamos entre todos era un completo caos. La gente iba y venía, recorriendo los pasillos a medio vestir o a medio peinar, gritándose unos a otros desde diferentes estancias de la casa. Sabela se había encargado de peinarme esa mañana. Más bien me lo había impuesto. Era tan organizada que probablemente se había levantado mucho antes de lo que lo habíamos hecho los demás. Me había hecho un pequeño recogido que no me convenció nada la primera vez que me lo vi en el espejo.

—Deja de mirarte Julia, estás preciosa.—dijo Sabela que salía del cuarto de baño.

—Es que es tan.... diferente.— dije mirándome el recogido desde todos los ángulos posibles.

—Que cuadriculada eres Julia, es imposible sacarte de los vaqueros, las sudaderas anchas y el pelo suelto.— dijo Sabela mientras se calzaba.

—Es que es así como me siento comoda, pero tienes razón, por una vez en la vida te haré caso.— dije mirándome de refilón al espejo. No quería discutir con Sabela, ese día no.—Átamelo porfi.— Dije señalándole a Sabela la dos cintas que se unían en mi espalda. Unos golpes se oyeron al otro lado de la puerta.

—Chicas, ¿Estáis listas? Ya está aquí el autobús.—Dijo Joan detras de la puerta. Según Miki, ese día teníamos que beber tanto como él para poder celebrar su dicha, por lo que alquiló un bus en el que iríamos todos los invitados de la boda. Me miré en el espejo por última vez, el vestido había sido una buena elección y el maquillaje neutro y sutil también. Salimos de la casa y nada más llegar al autobús vi como Alba le recolocaba a Carlos la corbata mientras este rezongaba una y otra vez. Recordaba la vez que lo hice yo el día de la cena de empresa. Deseaba hacerlo en ese momento. Como era de esperar, en el autobús se sentaron juntos, riendo, cómplices. Sabía que entre Carlos y ella no existía nada más allá de una bonita amistad, forjada desde el dolor que ambos sentían. Me encantaba que Carlos hubiera encontrado alguien con quien desahogarse y que fuese totalmente objetivo como no lo era Dave.

Limbo de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora