Capítulo 8

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—Se ha pasado prácticamente la tarde durmiendo.— le expliqué a la madre de Hugo mientras le tendía a su hijo que se había vuelto a quedar dormido en mis brazos. Le acaricié suavemente uno de sus redondos y rojizos mofletes antes de ver como se alejaban de allí. Me di la vuelta y me encontré de lleno con la sonrisa de Carlos mientras sacudía sus manos repetidamente.— ¿Has terminado?— pregunté buscando mi bolso al otro lado de la mesa de recepción.

—Sí.— dijo él saliendo del centro portando en su mano la bolsa en la que traía su ropa de trabajo. Nos acercamos en silencio a su coche, él iba más adelante que yo pues me había parado a cerrar la persiana del centro. Cuando llegué al coche, Carlos ya se había metido dentro. Traté de hacer lo mismo pero la puerta del coche no se abría. Vi como Carlos me miraba al otro lado del espejo y alzé mis manos en señal de pregunta de que era lo que estaba haciendo. Bajó la ventanilla del coche y me miró.— ¿No eras tú la que decías que ni muerta te subirías a mi coche y que si quisieras suicidarte me avisarías?— Las palabras de Carlos resonaron en mi cabeza recordándome el momento exacto en el que yo las había pronunciado.

—Vamos Carlos, déjame entrar, hace frío aquí fuera.— pero sabía por su mirada que Carlos no iba a apiadarse de mí.

—Julia creo que esas no son las formas.— Si conseguía entrar lo iba a estrangular.

—Vete a la mierda Carlos.— Realmente hacía frío allí afuera.

—Vaya vaya, la adorable y pacífica Julia también tiene su vena agresiva.— Suficiente. Me había cansado ya de sus juegos, sus bromas y sus putas ironías. Me pusé a caminar con los brazos cruzados en dirección al bar en el que habíamos quedado con el resto. Carlos arrancó su coche y me siguió de cerca, con la ventanilla bajada.— Vamos Julia, no irás a decirme ahora que te has enfadado.— ni siquiera le miré a la cara y continué caminando. —Esta bien, te perdono, pero vas a tener que hacer algo a cambio por mí.— me paré en seco y le miré a la cara, ¿Cómo tenía las pelotas de encima pedirme algo?

—¿El qué?—
—Que me dejes invitarte a cenar.— me quedé tiesa en el sitio, y no era por el frío precisamente.
—¿Quieres invitarme a cenar para luego dejarme tirada como ahora?— pregunté haciéndole ver que no se me había pasado el enfado.
—Quiero agradecerte lo que estás haciendo por mí, idiota.—
—Si me dejas subir al coche, me doy por agradecida.—
—Míralo de esta manera, yo te dejo subir al coche si tu me dejas invitarte a cenar.— No me lo podía creer, ahora también me estaba haciendo chantaje. Sopesé la idea por un momento, era pleno enero, hacía muchísimo frío y si no recordaba mal, el bar estaba bastante lejos de allí. Suspiré resignada y me acerqué al coche pero la puerta seguía sin abrirse.

—Quiero oirtelo decir Julia.—
—Que sí, que saldré contigo a cenar un día de estos.—
—No, un día de estos no, mañana.— lo miré a los ojos y en ese momento comprendí que no iba a ceder su chantaje.
—Está bien, iré contigo a cenar mañana, ¿Contento?— no dijo nada y abrió la puerta del coche totalmente sonriente como si hubiese ganado la partida.
—Nunca me había costado tanto invitar a una mujer a cenar.—
—Si amenazas a todas las mujeres con sufrir una hipotermia puedo hacerme una idea Carlos.—
Llegamos al bar en el que habíamos quedado con el resto y yo me bajé del coche dejando que Carlos buscase sitio para aparcar el coche. A medida que me iba aproximando al bar pude reconocer las caras de Marilia, Marta y Dave hablando.

—Hola chicos.— Dije una vez me hube acercado lo suficiente.
—¿Y Carlos?¿No venía contigo?— preguntó Dave.
—A ido a aparcar, ¿Y los demás?—
—No han llegado aún—Dijo Marta— Vayamos pidiendo algo.— Nos metimos en el bar y poco a poco empezaron a llegar todos, incluso Carlos que había tardado demasiado en aparcar el coche. Las copas iban y venían, no sé en que momento habíamos dejado de lado las cervezas y habíamos empezado con el vodka, para rematar, María quiso invitarnos a un chupito y sentí como mi cuerpo se tambaleaba. Me acerqué a la barra y no para pedirme otra copa sino para buscar un punto de apoyo pues sentía que en cualquier momento iba a perder todo equilibrio.

—Te invito a una copa, guapa.— Un hombre alto de pelo castaño y ojos pequeños se había acercado a mi y había posado una de sus manos en mi espalda.

—No, gracias.—dije como pude sabiendo que no estaba pronunciando del todo bien las palabras.

—Venga nena, hazme compañía, no me gusta beber solo.—

—De verdad que no, gracias.— Aquél tío habia fijado su mirada en mi y aunque no vi agresividad en ella si que había logrado intimidarme. Estaba sudando, no sé muy bien si por el efecto del alcohol o por el nerviosismo que ese hombre estaba provocando en mí. El hombre empezó a acercase lentamente a mí, yo puse una de mis manos sobre su pecho y traté de empujarlo levemente hacia atras. Aquél chico no desistió y volvió a intentar acercarse a mí, esta vez puse mis dos manos sobre él empujándolo hacia atrás pero la fuerza que él ejercía era mayor a la que yo estaba imponiendo. Una mano que no era la mía apartó a aquél hombre bruscamente, este se tambaleó hacia atras pero lejos de marcharse se levantó de su asiento y se encaró con la persona que le había empujado. Esa persona, como no podía ser de otra manera, se trataba de Carlos. Sin esperárselo Carlos recibió otro empujón por parte del chico y vi en su mirada la ira del momento. Con miedo de que le propinase un puñetazo allí en medio de cientos de personas me puse entre ambos agarrando a Carlos por los brazos. Noté como el chico que había tras de mí se iba y una pequeña ráfaga de aire recorrió mi espalda. El tipo se había ido pero yo aún seguía sosteniendo a Carlos entre mis brazos, le miré y vi como su mirada estaba posada sobre mis pechos, en algún momento de la noche por culpa del calor insufrible que estaba pasando, la camisa que llevaba se había pegado a mi cuerpo a causa del sudor. Cuando bajé mi mirada para ver donde se dirigía la mirada de Carlos de repente todo el alcohol que había en mi cuerpo hizo que me tambaleara y perdiese todo el equilibrio que me quedaba. Carlos, en un movimiento ágil y rápido me sujetó con una mano.

—Joder Julia, ni siquiera eres capaz de cuidar de ti misma.— agarró mi brazo y me sacó del local casi arrastras. Era pleno invierno y daba por hecho que hacía mucho frío allí fuera pero yo no podía sentirlo, a penas podía sentir nada. El resto de la noche paso rápido, o eso creía, había perdido la noción total y absoluta del tiempo y el resto de la noche pasó en imágenes para mí. Recuerdo haberme metido en el coche de Carlos, o más bien a Carlos metiéndome en su coche. Recuerdo haber llegado a mi apartamento o por lo menos haber llegado a un apartamento y quedarme profundamente dormida. Muy bien Julia, otra de tus grandes noches.

Para variar un poquito de Julia Medina metiéndose en líos. ¿Habrá acabado en su casa? ¿O tal vez en casa de cierto chico de hipnotizantes ojos marrones?❤

Limbo de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora