Capítulo 5

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Había pasado una semana entera desde que fuimos los 16 a la casa de campo de Miki y tal y como le había prometido a Dave ese mismo Lunes había quedado con él en una pequeña cafetería a mitad de camino entre su casa y la mía. Dave me había contado que había terminado la carrera de Bellas Artes y que había conseguido trabajo en una agencia de diseñadores como becario. Se le notaba contento aunque sabía perfectamente que el sueño de toda la vida de Dave había sido ser un gran diseñador de moda y que el trabajo que ahora tenía solo era un medio para conseguir lo que quería. Me contó también que durante su último año de universidad había viajado mucho y se pasó horas relatándome todos sus viajes y aventuras. Estaba profundamente orgullosa de todo lo que Dave había conseguido en todo el tiempo que yo estuve fuera. La conversación con Dave me hizo plantearme una vez más todo lo que yo creía que había conseguido en mi vida. A mis 22 años penas había viajado más allá de aquel viaje a Londres y ni siquiera se trataba de un viaje por placer.
Mi vida era monótona y simple, no tenía grandes aventuras ni tampoco giros inesperados, o eso es lo que creía hasta ese mismo día. Todas las mañanas iba a la universidad, no quedaba muy lejos de mi casa por lo que mi impuntualidad no era tan notable. Cuando salía de la universidad siempre pasaba por el centro social que había cerca de mi apartamento. Mis padres habían fundado ese centro hacía 16 años. Mi madre siempre había sentido un afán por ayudar a los demás y consiguió contagiar de este sentimiento a mi padre. Lo que empezó siendo un pequeño centro de ayuda a niños con problemas se acabó convirtiendo en más de 10 centros especializados en todo el país. Los había visitado todos pero aquél era mi favorito, era pequeño y las ayudas que reciviamos eran escasas pero la gente que acudía allí era absolutamente extraordinaria.

—Hola Julia, te están esperando en la sala del fondo.— me saludó Elisa nada más llegar al centro. Me encataba pasar tiempo con los niños, no sabía exactamente si esto venía tras haber estudiado magisterio o si simplemente siempre tuve ese instinto. Tras saludar a la recepcionista avancé hasta el final del pasillo donde un pequeño grupo de niños cuya edad variaba entre los tres y siete años me esperaba. Aquellos niños hacían de alguna forma que no necesitase llenar mi vida de viajes o de objetos materiales para saber que no estaba malgastando mi vida ni mi tiempo. El más pequeño de los niños era un pequeño de poco más de tres años que jamás había pronunciado palabra, ni un solo sonido más allá del llanto. El niño tenía unos penetrantes ojos azules y se había encaprichado de mi de una manera casi obsesiva pues no me soltaba desde el primer momento que pisaba aquél centro hasta prácticamente el momento del cierre. Su madre era una joven mujer soltera que tuvo serios problemas en el parto, trabajaba todo el tiempo que le era posible y aún asi le era imposible pagar un logopeda para su hijo, asi que la única opción que le quedaba era llevar a su hijo a aquel centro de ayuda. Conocía todas y cada una de las historias de los niños que pasaban por allí, me emocionaban y de alguna manera enriquecían mi vida.
Estaba jugando con el pequeño Hugo entre mis brazos cuando noté unas pisadas detrás de mí, aproximándose.

—Julia, hay alguien que pregunta por ti.— Dijo ella señalando a recepción. Me extrañó pues Elisa sabía perfectamente quienes eran mis padres y ningún conocido nunca había pasado por allí, ni siquiera a saludar.

—Quédate por favor, un momento con los niños.— Le pedí amablemente a Elisa.
Me trasladé con el pequeño Hugo a recepción pues sabía que dehacerme de él y dejarle con el resto no iba a ser una opción si no quería desencadenar su irrefrenable llanto. Al llegar a recepción no podía creer lo que mis ojos estaban viendo y mucho menos encontré una explicación lógica a ello.

—¿Carlos?, ¿Que haces tú aquí? ¿Cómo has sabido donde trabajo?.— Estaba perpleja era el último sitio donde esperaba encontrarme a Carlos y sinceramente no sabía que era lo que esperaba de mi, o de un sitio como este. Justo en el momento en que se se disponía a responderme un señor de unos cincuenta años salió de detrás de él y me tendió su mano.

—Buenas tarde señorita Medina.— Dijo el señor tras estrujarme la mano en un corto pero fuerte apretón de manos.— Soy el señor Andrés Márquez, el abogado del señor Ruiz, al parecer las presentaciones sobran.— Dijo alzando una ceja tratando de averiguar que era lo que me unía a Carlos.— Bien, si no le importa me gustaría que hablasemos en un sitio más tranquilo.— Dijo señalando al pequeño Hugo que estaba tranquilo enredando sus manos en mi pelo.

—Lo siento señor pero el niño tendrá que venir con nosotros.— Dije adentrándome en un pequeño despacho que había en frente de recepción. Más que un despacho era un archivo donde guardabamos los datos de todos lo niños que pasaban por allí pero esperaba que allí encontraremos la intimidad que el señor Marquez habia inquirido. Les ofrecí dos asientos a Carlos y a su abogado y yo me senté al otro lado de la mesa poniendo a Hugo entre mis piernas esperando con ansia una explicación coherente a todo lo que estaba pasando.

—Mi defendido, en este caso el señor Ruiz, ha sido condenado por alteración del orden público y por meterse en una pelea callejera.— Yo estaba flipando, Carlos no solo era un mujeriego sino que ahora también se metía en peleas. Miré a Carlos extrañada, me resultaba imposible ver en el cualquier ápice del Carlos que yo conocía, se había vuelto un completo extraño para mi.— Tal y como dice la condena y tratando de evitar la cárcel, el señor Ruiz ha sido condenado a 120 días de trabajos sociales, trabajos sociales que usted tendrá que supervisar. — Vi como buscaba algo en el lujoso maletín que portaba.— Tendrá usted que rellenar esta hoja cada vez que el señor Ruiz cumpla con todas las labores que tanto usted como el centro exijan.— En ese momento me tendió una hoja cuadriculada en la cuál habia varios cubículos con diferentes fechas.— Una vez el señor Ruiz haya cumplido con lo establecido usted solo tendrá que firmar en el cubículo que ponga la fecha del día en el que se ha cumplido el trabajo.— Bajé mi vista de nuevo al papel que el abogado me estaba señalando.— En caso de incumplimiento, o de que uno de los dos intentase burlar a la ley y tratar de saltarse la condena, el ingreso en prisión del señor Ruiz será inmediato. ¿Ha entendido usted todo?.— Dijo mirandome como si hubiese notado el nerviosismo y la incertidumbre que toda esta situación me estaba provocando. Asentí con la cabeza y me tendió su mano de nuevo una vez se hubo levantado. Se acercó a la puerta y cuando creía que iba a irse se giró en seco mirándole.— Espero que esto te haga entrar en cintura y asientes la cabeza Carlos.— Tras decir esto salió del despacho y oí como abría la puerta del centro. Me quedé un rato mirando la hoja que el abogado me había tendido para posteriormente mirar fijamente a Carlos. No sabía que era lo que sus ojos trataban de trasmitir, ¿Arrepentimiento? ¿Vergüenza?.... esperaba que alguno de esos sentimientos albergasen en Carlos aunque fuese en lo más profundo de él. Carlos me miraba pero no pronunciaba palabra y a mi me resultaba imposible mantener su mirada más de diez segundos.

—Vas a tener que darme muchas explicaciones Carlos Ruiz.— dije haciendo ímpetu en su apellido levantándome de mi asiento con el pequeño Hugo en brazos, quien en algún momento de nuestra charla se había quedado profundamente dormido en mis brazos.

De alguna manera me encanta la imagen que se proyecta de Carlos en todas las historias que leo. Sin querer quedarme atrás aquí está el Carlos más macarra y mujeriego de toda la novela. ❤

Limbo de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora