Capítulo 43

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*Narrador en tercera persona*

No, aquello no podía ser. Tenía que ser un error. Julia volvió a contar con su cabeza y de nuevo las cuentas no cuadraban. Quizá era el estres, el calor o la mala alimentación. Sí, tenía que ser eso, ¿No? Julia repasó mentalmente el último mes y la misma conclusión rondaba su cabeza. Se sintió desfallecer. Al ver aquella estantería llena de pruebas de embarazo, de repente todas las piezas de su puzzle parecían encajar de golpe, sus sueños recurrentes, el comentario de la madre de Hugo, la señora del paso de cebra...

—¿Pero estás segura?—Preguntó Marilia mientras veía a su mejor amiga dando vueltas sin parar alrededor del salón.

—No, no al cien por cien.—Respondió Julia pasándose de nuevo las manos por el pelo. Lo único en lo que Julia podía pensar en ese instante era como iba a explicarle a Carlos todo aquello. En ese momento unas llaves entraron en la cerradura del apartamento de la chica y Julia se tensó de golpe.

—Hola, si estáis haciendo alguna guarrería que sepáis que estoy aquí.—Gritó Dave antes de abrir la puerta. Julia se relajó y esta vez fue Marilia la que tensó todos sus músculos al oir la voz del chico.—Oh, vaya, no sabía que estabais aquí.—Se excusó Dave que también sentía al igual que Marilia, incómodo el momento.—Me voy y os dejo hablar.—Dijo Dave dándose media vuelta y encaminándose a su habitación.

—Nono, en todo caso soy yo la que se va.—Dijo Marilia levantándose del sofa y cogiendo su bolso. Se acercó a Julia y la besó suavemente en la frente.—Si necesitas algo, lo que sea, a cualquier hora, llámame.—Le dijo a Julia mientras le dedicaba una dulce sonrisa y acunaba su cara entre sus manos.—Adiós Dave.—Se despidió del chico alzando una mano.

Cuando Marilia se fue del apartamento Dave suspiró y se dirigió a la cocina.

—¿Ha sido raro verdad? No ha sido cosa mía, ¿No?—Dijo Dave mientras cogía de la nevera una cerveza.—Quiero decir, ¿Debería hablar con ella? Sí, ¿No?—Preguntó mientras volvía al salón donde Julia no se había movido ni un milímetro.—O sea, ante todo somos amigos y no quiero tampoco que est...Espera, ¿Estás llorando?—Dave se quedó quieto al ver como su amiga se cubría el rostro con las manos y estallaba en llantos.—Eeeeh, Julita, cariño...—Dijo abrazándola fuerte entre sus brazos. La chica lloró durante un buen rato entre los brazos de Dave, sin consuelo.—Julia, mírame.—Dijo alzando la cabeza de Julia.—¿Qué ha pasado?—Julia se limpió la cara con las mangas de su sudadera y miró a Dave.

—Tengo una falta.—Respondió con miedo, como si el simple hecho de decirlo lo convirtiera en realidad. Por primera vez desde que conoció a Dave este se quedó callado, sin respuestas, sin ideas ni soluciones y lo único que acertó a hacer fue abrazar de nuevo a la chica.

—¿Lo sabe Carlos?—Preguntó Dave apartándose levemente de Julia para poder ver su cara.

—No, y no sé como voy a decírselo.—Respondió Julia sollozando.

—¿Por qué no esperas a estar segura para decírselo?—Le aconsejó el chico. Julia asintió y volvió a mirar hacia abajo, jugando con sus manos, nerviosa.

Carlos volvía, una vez más ya entrada la noche, al apartamento de Julia. Se sentía desganado, sin fuerzas para nada. Al aparcar el coche se quedó dentro de él unos minutos mientras pensaba en lo que haría. Quería subir y acurrucarse a su lado, colarse entre su pelo y oler ese aroma tan único, tan suyo. Por otro lado quería subir y pedirle explicaciones, exigirle lo que merecía saber. Quería subir y dejar las cartas sobre la mesa, boca arriba, descubrir los faroles de Julia, las mentiras que había dicho, las cartas que ella jugaba. Sabía que él no había sido sincero tampoco, que entre las cartas que él había jugado estaba la de el engaño, pero nunca creyó que entre las de Julia estuviera la de la traición. Suspiró, de nuevo.
La quería, la quería mucho. Había soportado todos los altibajos que la vida le había puesto de por medio, había tragado con Laura, con Javi, con su padre, con las inseguridades de Julia y hasta con la puta oposición de sus personalidades. Lo había soportado todo, se había echado sobre los hombros todo aquél peso, sintiéndose imbatible, vencedor. Pero aquello, aquello iba mucho más allá de todo lo que Carlos podía llegar a soportar, aquello ponía patas arriba su mundo, lo descolocaba todo, lo hundía, de nuevo, en la miseria.

Limbo de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora