Capítulo 48

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*Narrador en tercera persona*

*Julio de 2024*

Cuando Julia bajó del escenario más de 18 pares de brazos estaban esperándola para abrazarla y achucharla.

Fue pasando uno a uno por las manos de todos sus amigos recibiendo besos y ovaciones por parte de los chicos. Las mejillas de Julia ardían de orgullo y vergüenza. Finalmente llegó a los brazos de Carlos que aún sostenía a la pequeña entre sus brazos.

-Y pensar que he estado perdiéndome todo esto tanto tiempo...-Dijo el chico arrepentido.

-Cállate y bésame.-Exigió la morena tirando del brazo de su chico hasta que sus labios se juntaron en un beso tierno y dulce. Sus cuerpos se separaron mientras la pequeña Isabel aplaudía y reía.-Tú ven aquí, sinvergüenza.-Dijo cogiendo con sus brazos a la pequeña y abrazándola.

-Pareja, no quiero romper este precioso momento familiar pero tenemos reserva a las 22:30 y si no nos vamos ya llegaremos tarde.-Dijo Dave mirando a Julia que acariciaba la pequeña cabeza de la niña.

-Yo dejo a la niña con la abuelita y vuelvo.-Dijo Carlos recuperando de nuevo a su hija. Le dio un beso en los labios a su novia y salió de allí con Isabel en brazos. Mientras se encaminaba al coche Carlos reparó en la pequeña que estaba entretenida mirando con determinación los cortitos dedos de su mano. Siempre creyó que el amor de su vida era Julia pero se equivocaba, el amor de su vida lo era ella. Esa cosita tan pequeña lo era todo. El motivo y razón por la que algo tan simple como dormir o bañarse se convertía en lo más precioso que una persona podía hacer. Julia decía que la niña era clavada a él, y en efecto lo era aunque también tuviera la indomable melena de su madre y el mismo lunar en la pierna derecha.

Metió a la niña en el coche y se dirigió a casa de su madre. La niña balbuceaba cosas sin sentido mientras aplaudía y reía. Carlos la observaba de refilón y se derretía cada vez que la oía reir.

Era cierto que Carlos nunca había querido tener hijos. Era tal el pánico que tenía de convertirse en el mismo monstruo que su padre que aquello era una idea que jamas se le había pasado por la cabeza.

Cuando Julia le confesó que estaba embarazada le entró un vértigo enorme pensando que en que no estaría a la altura. Pero sabía que Julia no dejaría que eso ocurriera.

Y cuando la vio por primera vez, envuelta en una manta de hospital con los ojos cerrados y la lengua fuera Carlos comprendió que jamás sería como su padre.

Una noche mientras Carlos dormía a la pequeña se encontró con el cuerpo de Julia apoyado sobre el marco de la puerta mientras doblaba varias camisetas de la niña.

-Esa manera de mirarla...Casi me da envidia. Es como si fueras capaz de interponerte entre una bala y ella.-Le dijo Julia de repente acercándose a ellos.

Y es cierto que lo haría.

Cuando el coche de Carlos llegó al edificio en el que vivía su madre cogió a Isabel entre sus brazos y se colgó del brazo el bolso con todos sus bartulos.

Entró a casa con sus propias llaves y escuchó risas al fondo del pasillo.

Avanzó con la niña en brazos hasta el salón y allí se encontró a su madre, sentada al lado del novio que se había echado en clases de cocina hacía algo más de dos años y frente a ellos los padres de Julia disfrutando de una de las deliciosas cenas de su madre.

Poco tiempo después de que Carlos se fuera a Finlandia a trabajar el padre del chico volvió a casa de Isabel y sin perder sus malas costumbres la saqueó de nuevo. Isabel no quiso llamar a su hijo alarmarlo pero verdaderamente sentía pánico de que aquello volviera a tepetirse de nuevo. No entendía como un lugar, como lo era su casa, su propia casa, ya no efa un lugar seguro para ella. Como solución a todo aquello Isabel decidió ocupar su tiempo el máximo tiempo pisible, trabajaba por las mañanas y tras salir del trabajo, sin pasar por casa iba al taller de costura, cocina y yoga. Llegaba a casa exhausta, sin tener siquiera fuerzas para pensar. Cerraba su casa a cal y canto a pesar de haber cambiado la cerradura y se metía en la cama esperando un nuevo día. Una tarde, después de haber recibido un mensaje de su ex marido avisándola de que se pasaría por su casa esa tarde para llevarse algo que él decía que por ley le pertenecía, Isabel apuró todo el tiempo que pudo en las clases de cocina que era la última actividad que ejercía en el día. Alberto, uno de sus compañeros de cocina advirtió el nerviosismo de la mujer y cuando apenas quedaba nadie en la cocina se acercó a Isabel y la cogió por los hombros. No necesitó preguntar para ver el miedo en los ojos de Isabel, aclamando ayuda. La acogió en su casa aquella noche. Alberto era un hombre de mediana edad poco mayor que Isabel. Tras un angustioso cáncer quedó viudo y al no tener hijos mi tampoco ninguna ayuda no le quedó más remedio que apuntarse a clases de cocina. Fue tal la compasión que sentía el hombre por Isabel que se cecioraba cada tarde de que la mujer llegaba a su casa. Con el tiempo Isabel le invitó a subir hasta que una vez no volvió a marcharse.

Limbo de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora