Capítulo V

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Sophia

La tumba de mi abuela era el único lugar al que podía ir a pensar. Tan miserable como sonaba, no había ninguna otra parte en California en donde me pudiese sentir como en mi hogar ahora que el optimismo que me había impulsado unas semanas atrás, comenzaba a evaporarse con cada nueva puesta de sol.  Tía Beth ya había comenzado a impacientarse debido a mi larga estadía en su casa y aunque yo no quería seguir incomodándola, lo que ganaba como mesera apenas me alcanzaba para cubrir mis gastos y las propinas tampoco eran muy buenas. Lejos estaba de poder ser capaz de alquilar mi propio lugar, así que debía idear un nuevo plan de vida. 

Ya era una mujer adulta y si no tomaba el rumbo de mi vida con manos firmes, nadie lo haría por mí. No podía seguir esperando a que algún hada madrina apareciera de la nada y me transformara en Cenicienta... por mucho que cerrara los ojos y deseara con todo mi corazón, esas historias no eran reales. 

Me senté a los pies de la fría lápida de cemento y levanté mis rodillas para envolverlas con mis brazos. Había vuelto a California porque era no había tenido otra opción, pero ahora necesitaba marcharme. No podía seguir perdiendo tiempo aquí ni continuar lamentándome por mi vida. 

Sabía a ciencia cierta que sentir lástima por mi misma no ayudaría a resolver mi situación. Cuando recurrí a mi tía para que me ayudase con abue, mi plan era quedarnos hasta que ella se mejorase... pero cuando finalmente su corazón no resistió más, todo fue negro para mí y no tuve el valor de volver sola a Houston, aún sabiendo que mi estancia en la casa de Beth debía ser  temporal.  Cuando me permitió quedarme en el pequeño cuarto debajo de las escaleras después del entierro de mi abuela, supe que no podía permanecer por mucho tiempo.

El momento de marcharme estaba aquí, pero aun estaba demasiado aterrada ante la idea de regresar. Sabía que podía hacer algo con la casa de mi abuela, pero tampoco estaba segura. 

—Me gustaría que estuvieses aquí, abue. Estoy asustada y no tengo a nadie con quien hablar —susurré al aire, mientras observaba como el césped que cubría la tumba se movía acariciado por la suave brisa californiana. Quería creer que ella podía escucharme. —Te extraño, demasiado. Estoy asustada y confundida  y no sé qué hacer, no sé que camino tomar. Tengo tanto miedo de tomar una decisión errada —El único sonido que llegó a mis oídos era el susurro de las hojas de los árboles —. Una vez me dijiste que si cerraba los ojos y me concentraba en mi corazón, el sabría la respuesta. Estoy intentando escucharlo, pero estoy muy confundida. ¿Tal vez podrías ayudarme enviando alguna señal? ¿Cualquier cosa?

Apoyé mi barbilla sobre las rodillas y cerré los ojos con fuerza, negándome a dejar que el llanto me invadiese. En ese momento, la puerta de un auto se cerró rompiendo la paz del lugar y dejé caer los brazos para girarme y mirar en dirección al estacionamiento. 

Un brillante Audi plateado acababa de estacionarse al lado de la vieja camioneta Ford del jardinero del lugar. Entorné a mis ojos y mi corazón casi saltó de mi pecho.

Era Anna. Estaba aquí, en el cementerio, luciendo tan intensa como siempre. Su largo cabello negro estaba recogido sobre su hombro en una prolija coleta y los tacos de sus zapatos azules se enterraban en la tierra húmeda impidiéndole caminar con facilidad. Una sonrisa tiró de sus labios cuando mis ojos hicieron contacto con los suyos y una inmensa sensación de alivio recorrió todo mi cuerpo. No quería moverme porque tenía miedo de que, en realidad, estuviese imaginando cosas. ¿Qué estaba haciendo aquí?

Se acercó haciendo equilibrio con su cartera colgando de un brazo y el celular en la mano mientras intentaba que los tacos no se hundieran demasiado en el césped y cuando estuvo a pocos metros de distancia, levantó sus brazos en señal de protesta mientras todo su rostro de contraía en una mueca de reproche. 

Regresa ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora