Capítulo VII

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Sophia

Mi cable no iba a ser instalado hasta la próxima semana. Mis ojos dolían de tanto leer, y quizás también de tanto llorar. Seguí el consejo de Anna y con el dinero que pude conseguir de la venta de la casa que mi abuela me había dejado, terminé de saldar las últimas facturas médicas y me compré un pequeño departamento más cerca del centro de la ciudad. No era lujoso, pero era lo más conveniente.

Tía Beth ni siquiera había intentado disimular su alivio cuando le comuniqué mi decisión de regresar a Houston. Había sido un poco doloroso darme cuenta de que nunca había sentido verdadero afecto por mí, pero tampoco podía culparla ya que nunca habíamos compartido algún vínculo muy cercano. Sin embargo, sí se despidió de mí recordándome que podía llamarla cuando necesitara y algunas frases más sobre la importancia de la familia, pero sus palabras habían sonado huecas.

Por otro lado, despedirme de Lana había resultado un poco más nostálgico. La extrañaba, pero nos manteníamos en contacto por celular y día por medio me enviaba fotos de la playa, recriminándome por no haber elegido establecerme allá. También continuaba en contacto con sus amigos, a quienes había tomado afecto y quienes me habían incluido en su selecto grupo.

Si lo pensaba mejor, podía decir que había tenido más motivos para quedarme que por regresar, pero había algo que me había hecho querer volver a Houston, como un doloroso sentido de pertenencia del que no podía escapar.

Ahora, debía encontrar un trabajo pronto. Con el resto de mi préstamo estudiantil, hice un trato por un auto, pero hasta que consiguiese un trabajo no podía permitirme el combustible. Nicholas me había confeccionado una excelente carta de recomendación y le estaba extremadamente agradecida por ello, así que me sentía bastante positiva al respecto. Había dejado currículum en varios lugares e incluso el propio Nicholas me había concretado una entrevista con un conocido suyo para la semana siguiente. Su tenía suerte, mi vida volvería a retomar el rumbo pronto, pero mientras tanto debía esperar y concentrarme en mis exámenes, aunque ni mi mente, ni mi cuerpo parecían querer colaborar y terminaba desperdiciando la mayor parte del tiempo en cosas inútiles que solo lograban deprimirme más.

Como en este momento. Me encontraba sentada en el sillón mirando mis pies descalzos sobre una caja de cartón que hacía de una improvisada mesa ratona mientras enumeraba mentalmente cosas tan fortuitas que ni siquiera merecían ser contadas.

Uno: el número de personas que estaba constantemente en mi mente. (Ethan)

Dos: el número de personas con quienes había hablado desde que regresé a Houston (Nicholas y Anna).

Tres: el número de meses desde la última vez que había visto a Ethan.

Cuatro: el número de veces que Anna y Nicholas habían venido a asegurarse que aún estuviese con vida desde que me mudé.

Cinco: el número de mensajes en mi buzón de voz que aún no había escuchado.

Seis: el número de veces que Anna había golpeado mi puerta en los últimos treinta segundos.

Suspiré, forzando a mi cuerpo a levantarse y caminar los siete metros que separaban el sillón de la puerta. La abrí y Anna ni siquiera esperó que la invitase a entrar. Me sonrío y pasó, llevando dos bolsas blancas en sus manos.

—¡Al fin abrís! Estas bolsas me pesaban demasiado —exclamó, levantándolas para asegurarse de que las viese —. Compré unas hamburguesas —me dijo—. Pasaba por aquí de camino a casa y pensé que podrías querer una. —Puso las bolsas en la encimera de mi cocina, luego caminó hacia el sofá y se desplomó en él. —Nicholas no sale del trabajo hasta pasada las siete. ¿Querés que veamos una película mientras comemos?

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