Capítulo III

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Sophia

Las olas golpeando contra la orilla siempre me habían calmado, pero eso no estaba funcionando en este momento. Sentada sobre la arena, con mi barbilla dobladas debajo de mi rodilla y los brazos envueltos alrededor de mis piernas, observaba a un grupo de gaviotas revolotear sobre el mar. Tener algo más para centrarme que no fueran mis pensamientos internos, era más fácil. Sin embargo, no dejaba de sentirme inquieta.

Mi celular había vuelto a sonar. Otro correo de voz. Una mezcla de emociones me recorría la sangre. Quería escuchar sus mensajes, pero me odiaría después de hacerlo. Extrañaba a Ethan, pero mi estómago se retorcía de dolor con solo recordarlo. Quería escuchar su voz, pero no lo haría. No podía.

Sacudiendo los recuerdos de mi cabeza, me obligué a centrarme en el presente. Ahora solo me tenía a mí. Escondí mi cabeza entre mis brazos y dejé escapar un sollozo, pero limpié mis lagrimas rápidamente y me obligué a tomar una respiración profunda. No podía desmoronarme ahora. No me había desmoronado cuando me senté sosteniendo la mano de mi abuela mientras daba su último aliento y tampoco lo había hecho cuando la bajaron bajo la tierra negra y fría. 

Solté un suspiro. Cuando era niña, mi madre me había llevado un domingo a la iglesia  local. Recordaba un pasaje en particular de la Biblia que decía que Dios muchas veces nos ponía en el camino más de lo que podemos soportar. No pude evitar preguntarme si eso estaba ocurriendo conmigo en este momento, porque parecía que Él no se estaba conteniendo a la hora de lanzarme obstáculos.

—¿Te sientes bien? —La voz de mi prima interrumpió mis pensamientos. Cubrí mis ojos del sol y entrecerré mis ojos hacia ella.

—Estoy bien. Sólo perdida en mis pensamientos —expliqué.

Tendió su mano hacia mí. —Vamos, vayamos a comer algo. Mamá tendrá el almuerzo en la mesa para este momento. —Tía Beth cocinaba delicioso y era una de las pocas cosas que realmente disfrutaba de estar en este lugar.

Deslicé mi mano en la suya y la dejé jalarme hacia arriba. —No has sonreído en días —dijo Lana, soltando mi mano.

Sacudí la arena de mi ropa y peiné los mechones de pelo que cayeron de mi cola de caballo para alejarlos de mi rostro. —No te mentiré. Extraño Houston. Allá es mi hogar.

Después de haber debatido mucho tiempo con mi conciencia y mi resentimiento, finalmente, había decidido aceptar la ayuda de mi tía y me había trasladado hasta California con mi abuela. Por supuesto que Anna había puesto el grito en el cielo cuando presenté mi nota de renuncia, pero al final tuvo que aceptar que la decisión ya estaba tomada. La salud de mi abuela no presentaba mejoras y estar cerca de la familia quizás la ayudaría. No sabía si iba a funcionar, pero tenía que intentarlo. Nicholas, por suerte, había entendido y me había apoyado asegurándome de que siempre tendría un lugar en la empresa para cuando regresara. Estuve muy agradecida con el gesto y significó un gran alivio en su momento, pero ahora ya no estaba segura de si regresaría a trabajar allí... estar en un lugar que me conectaba tan de cerca con Ethan no me ayudaría a superarlo, así que debería encontrar otra forma de mantenerme una vez que decidiera emprender el regreso. 

Por el momento, no me sentía preparada. Había tatos recuerdos allá y aun no estaba psicológicamente lista para volver a casa... una casa que ahora estaría vacía, una casa que a partir de ahora estaría silenciosa sin la voz de mi abuela, una casa que ya no olería a comida casera...Las lágrimas amenazaron con brotar, pero me obligué a reprimirlas porque no era el momento de ponerme sentimental y dejar que la angustia me desplomara. Debía ser fuerte. 

 Lana se colocó a mi lado y me abrazó con cariño mientras caminábamos hacia su casa, ubicada  sobre la arena blanca de Long Beach. Si bien no era una gran mansión como la de Anna, la vivienda era realmente hermosa. Tenía un pórtico que rodeaba toda la construcción y flores en las jardineras de las ventanas. Un banco de madera colgaba oscilante en una de las alas de la casa, en donde uno se podía sentar a contemplar el atardecer en la playa, leer un libro o simplemente observar el horizonte. Lana había crecido con una vida perfecta, del tipo en la que las niñas como yo no crecían. 

Mi abuela y yo habíamos hablado de vivir junto al mar algún día. Cada invierno, cuando hacía frío, nos sentábamos junto al fuego y soñábamos con una casa así, pero nunca habríamos sido capaces de hacerlo porque no podríamos pagar por una casa en la playa . Sin embargo, nos gustaba soñar. 

Ahora, aquí estaba yo. No era el cuento de hadas que había planeado, pero no tenía otra alternativa. Por lo menos, aquí podría quedarme por un tiempo más hasta decidir qué hacer con mi vida. La relación con mi tía no era la mejor, pero realmente apreciaba a Lana y las dos nos llevábamos bien. Si bien nunca habíamos sido cercanas, en las semanas que llevaba acá habituamos creado un vínculo de amistad. Le había contado acerca de Ethan y me había escuchado sin juzgarme. Incluso, se había puesto de mi parte y ahora lo había convertido en su persona menos favorita. Era bueno contar con alguien como ella en momentos así. 

También me había ayudado a conseguir trabajo. Uno de sus amigos  tenía una cafetería en el centro y estaba necesitando mesera, así que me había postulado para el puesto y me lo había dado sin vacilar. La paga no era muy buena, pero serviría por un tiempo. Podría ahorrar un poco y, además, me serviría para mantener la mente ocupada. 

Para ser una chica sin suerte, me las estaba arreglando bastante bien. Estaría bien, pensé un poco más animada. Debería estarlo. 

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