Capítulo 9: Al fin

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    En su camino recorriendo los pequeños pueblos costeros ambas chicas habían estado conociendo a mucha gente.

    La vida en esa zona era tan bella, todos sonreían, todos convivían.

    Eran tan unidos y serviciales.

    A las dos les costaba trabajo continuar con su viaje después de haber vivido tan buenas experiencias en esos sitios.







    Lapis Lazuli soltó un suspiro y volteó a su izquierda, junto a ella se encontraba aquella rubia sonriente.

    Había un evento en la playa, una banda local estaba tocando algo para un pequeño festival. Era de tarde, ya pronto caería la noche. La gente cantaba y bailaba, los niños corrían por la arena jugando.

    «Algunas veces quiero detenerme y disfrutar más.»

    —¿Vaitiare?

    Lapis volteó confundida hacia su derecha, una señora un poco más baja que ella y de cabellos castaños y cortos la tomó de las mejillas. Era de mediana edad, y su rostro le transmitía dulzura.

    —¿Cómo dijo?

    —Pero si tú... —la miraba confundida—, te ves...

    —Ese nombre...

    —Eres tan parecida —la soltó avergonzada—. Debí confundirte...

    —Espere, ¿a quién me parezco?

    —A una amiga mía, se parecen mucho, eres como una versión joven de ella —sonrió apenada—. Pero discúlpame por haberte asustado.

    —Pero... el nombre —murmuró—. ¿Cuál es su apellido?

    —¿El de ella?

    —¡Sí!

    —Langley. Vaitiare Langley.

    Lazuli sonrió y sus ojos se llenaron de lágrimas.

    —¡Es ella! Es mi madre...

    —¿Qué? ¿de verdad?

    —Sí, la he estado buscando —limpió sus lágrimas—. Por favor, dígame dónde está —tomó sus manos.

    —Pues no vive tan cerca. Si sigues esta carretera —apuntó a la calle pavimentada que estaba antes de que empezara la playa—. Son casi dos horas. Calle Tethys número cincuenta y cuatro.

    —Muchísimas gracias —sollozó.

    —No puedo creer que ella tenga una hija...

    —Y yo no puedo creer que al fin vaya a verla.

    —Yo estaré aquí hasta mañana, si no fuera por eso te llevaría.

    —No, tranquila, con la información que me ha dado es más que suficiente.

    La señora sonrió.







    —¿Estás segura? —preguntó Peridot.

    —Ella se escuchó muy sincera —la emoción se sentía en su voz—. ¡Por fin voy a verla!

    —¿Partiremos ahora?

    —Por supuesto, ya investigué y hay un camión que nos dejará cerca.

    —Entonces vamos —sonrió y tomó una de sus manos.







    Cuando llegaron a la parada tuvieron que esperar un poco más de diez minutos, se subieron al autobús y se pusieron cómodas.

    Lapis Lazuli tenía la cabeza sobre las piernas de Peridot, mientras que esta acariciaba su cabello.

    —Estoy nerviosa...

    —Me lo imagino.

    Lapis suspiró.

    —Tantos años... y al fin la veré...

    —¿Qué le dirás?

    —Que la he extrañado.

    La rubia sonrió levemente.

    Se sentía extraña, no le agradaba pensar en eso.

    Después de todo lo que Lazuli le había contado era claro que su madre la había abandonado y que jamás tuvo intenciones de regresar, pero ella estaba tan tranquila. Como queriendo ignorar la verdad de todo eso.

    «¿Será que Lapis no es rencorosa?»

    La ojiverde se recargó en el asiento, estaba tensa.

    «Yo ni siquiera conocí a mis padres y aún así no me siento bien cuando pienso en ellos.»

    El autobús brincó un poco y ambas rieron por la situación, pero inmediatamente la rubia continuó acariciando la cabeza de su compañera.

    «Definitivamente jamás los buscaría.»

    Cerró los ojos y sonrió.

    «No necesito el amor de otra persona que no sea Lapis.»

    —Lazuli.

    —Dime —murmuró.

    —Sabes que te quiero mucho, ¿verdad?

    —Por supuesto —sonrió y levantó su cabeza, ambas quedaron casi de frente—. Peridot... muchas gracias por estar conmigo —se acercó a ella y la abrazó con fuerza.

    La ojiverde le correspondió con tanto gusto, se sentía enamorada con el contacto, con la cercanía. Y no era necesario que ninguna dijera nada.

    Aquella unión era más que suficiente.







    Tomaron sus cosas con prisa cuando el chofer les avisó que estaban cerca de su parada. Lapis Lazuli se colgó la guitarra y Peridot se ofreció a llevar las dos mochilas.

    Bajaron del autobús y cruzaron una avenida, comenzaron a caminar por la calle que había mencionado aquella señora.

    Lapis Lazuli estaba nerviosa, había tomado la mano de Peridot para continuar caminando.

    —Laz, tranquila...

    Se detuvieron frente a la casa con el número cincuenta y cuatro. Era pequeña, de color celeste y con un lindo jardín, estaba bastante cuidada. Había una pequeña luminaria que alumbraba la parte frontal de la casa.

    Lapis Lazuli soltó a Peridot para avanzar sola hacia la puerta, por cada paso que daba su corazón se aceleraba más.

    Estando frente a ella dio un largo respiro y tocó el timbre, acomodó sus oscuros cabellos y esperó.

    Ella esperó... a la nada.

    Pasaron los segundos y nadie abría. Una vez más tocó el timbre.

    Peridot observaba hacia los lados para ver si alguna mujer se acercaba.

    «Tal vez salió.»

    Lapis Lazuli arrugó las cejas, pero limpió sus lágrimas inmediatamente.

    Tragó saliva y bajó la mirada, parpadeó un par de veces al ver que debajo del tapete sobresalía algo blanco. Se agachó y lo tomó, era un sobre con algo escrito.


"Para mi pequeña oceánide".

Sin hogar | LapidotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora