El amor duele, el amor puede no ser para siempre, el amor te da felicidad pero te lastima al día siguiente.
El amor hace que te aferres.
El amor te hace pensar que sí se puede.
El amor puede hacerte morir.
Lapis Lazuli sostenía su arma mientras esperaba —y supuestamente vigilaba— recargada junto a una puerta.
Su mente divagaba, aunque ya no era tan doloroso como antes.
Hacía un par de días del incidente con Peridot, cuando por fin había sacado todos sus pensamientos.
Eso le dio algo de alivio.
Aquella noche llegó y lloró, pero no habló ni una sola vez con ella. Solo se recostó y luego la rubia lo hizo también, ambas viendo hacia el techo. Hubo un momento en el que voltearon a verse, las dos agotadas, Lapis con ojeras y Peridot con el moretón.
La peliazul fue la primera en darse la vuelta.
Después de eso no volvieron a tener una conversación larga, solo intentos de reconectar.
Pero Lapis Lazuli se negó al final en todas esas ocasiones, pues no habría ningún cambio, no había sentido.
Si tan solo hubiera decidido irse, irse definitivamente y rápido.
Vio a sus compañeras regresar y suspiró, volteando a ver a Bismuto, quien también había estado vigilando.—Vámonos —habló Garnet.
Asintió y caminó atrás de la afro, Perla, Peridot y Amatista iban atrás.
La ojiazul y la de rastas se adelantaron, vigilando mientras las otras subían al vehículo. Cuando todas estuvieron ahí, Peridot le entregó a Lazuli una pequeña bolsa, pero la ojiazul no había puesto atención a lo que había dicho.
Durante el trayecto Lapis fue en silencio mientras las otras comentaban algo que no escuchó.
Solo supo que viajaron por una carretera solitaria y llegaron a un pueblo, cuando estacionaron la camioneta las demás tuvieron que hablarle un par de veces porque iba perdida en sus pensamientos.
—¿Cómo?
—Que debes bajar ya a dejar eso —dijo Garnet.
—¿Qué cosa?
—Lo que traes en la mano —comentó Perla apuntando a la bolsita—, solo vas, tocas y dices que es algo para Morganite, lo dejas y te retiras.
—Procura tardar poco —la afroamericana veía por el espejo lateral.
—Claro.
—Espera, te acompaño —la rubia la tomó del hombro—, anda, vamos rápido.
Lapis asintió y bajó de la camioneta, seguida de Peridot. Bajaron y ambas observaron el lugar mientras avanzaban.
Era un terreno amplio con grandes árboles, la casa a la que se dirigían no era tan linda, estaba algo descuidada. En los alrededores no se alcanzaba a ver a nadie.
La ojiverde tomó su mano de repente y ella se asustó, estaba muy tensa y no se lo esperaba.
Ya tenían días sin tomarse así.