Capítulo 31: Promesa

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    —Odio el invierno.

    —¿Por qué?

    —Simplemente no lo disfruto, prefiero el clima cálido —suspiró viendo hacia el techo—. Me gusta más la ropa ligera y estar en el mar.

    —Bueno, eso sí lo he notado.

    Lapis sonrió —Es mejor para mí.




    —Duele no tenerte para abrazarte en este cruel invierno.

    Se vio en el espejo de cuerpo completo, llevaba una blusa y una falda debajo de la prenda que le abrigaba, además de eso llevaba medias negras y unas botas.

    Terminó de abrochar su gabardina blanca.

    Su cabello había crecido un poco pero apenas superaba su barbilla. Se acercó más al espejo y acomodó sus lentes, apreciando mejor las ojeras que cargaba.

    —Me veo horrible...

    Ya llevaba semanas en casa de Centi. No hacía la gran cosa, no salía mucho. Un par de veces intentó buscar algo para distraerse, pero fracasó.

    Nada era como antes, nada se sentía bien.

    Llevó su mano derecha al bolsillo de la gabardina, asegurándose de cierto detalle.

    —Es hora —murmuró.

    Salió del cuarto y bajó a la primera planta, aquella chica no estaba, pero más tarde le avisaría que había salido.



    Caminaba por esa fría ciudad, ignorando a la poca gente que le rodeaba. Estaba tan frío, sentía sus mejillas congelarse y sus manos se helaban también.

    Se sentía algo desprevenida, después de todo no podía gozar de toda libertar al andar en la calle, y esa era una de las razones por las cuales rara vez salía.

    Cuando menos acordó ya se encontraba abordando su autobús, había llegado a la central a tiempo.

    «Tres horas»

    Se recargó en el asiento, el camión ya estaba arrancando y veía los grises edificios cercanos. Nada comparado a los lugares vivos y cálidos que había visitado con Lazuli cuando recién la había conocido.

    «¿Hace cuánto fue?»

    Se puso a pensar y recordar, si no se equivocaba habían pasado casi dos años.

    «Se sintió como toda una vida»

    Sus ojos se llenaron de lágrimas, en un parpadeo rodaron por sus mejillas.

    Lapis había muerto hacía poco más de un mes y ella seguía igual que el mismo día que eso había ocurrido.

    «No se siente como que vaya a sanar»

    Se talló los ojos y se limpió, dejando ir un poco de aire y cerrando los ojos.

    Tenía que despejarse un poco, terminaría llorando desesperadamente con un montón de gente desconocida rodeándole.

    Cuando por fin llegó a su destino tomó la decisión de pedir un taxi, pues de la central a aquella zona faltaba mucho, o bueno, mucho a pie.

    El chófer quiso sacarle plática en un par de ocasiones, pero ella era demasiado corta en sus respuestas, trataba de evitar seguirle la conversación.

    Le pidió a aquel señor que se detuviera a una cuadra de su destino, pagó y bajó.

    Todo lo hizo tan rápido como pudo.

Sin hogar | LapidotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora