INVIERNO
El invierno tapa heridas,
cubre fríos secretos,
envuelve cicatrices,
sana pensamientos
y nos protege de ellos.
GRACE
La verdad es que no tengo que hacer nada dentro de los muros del castillo. Estoy harta de todo lo que me rodea, por lo que solo me queda una alternativa: salir de mi fortaleza.
De hecho, me mantengo la mayor parte del día deambulando por la isla, hasta que cae la noche y hace más frío de lo habitual. Pero el paso de las semanas ha hecho que vaya acostumbrándome a él, como si poco a poco ya no me afectara tanto como para ser un ser humano. Y en cierto modo temo eso; temo dejar de ser un ser humano y ser cualquier otra criatura.
Lo único que hace que no me cuestione continuamente esa duda es escribir. Escribo a diario para mí misma. Hace semanas o meses que Alan no me manda una carta, sin embargo, siempre llevo encima la primera y la última que me envió. Supongo que estará ocupado haciendo cosas importantes tales como ir al instituto, pero temo que yo ya no sea relevante para él y ese sea el motivo de su «dejadez» en mí. Yo no voy a enviarle una carta porque no quiero molestarle ni parecer insistente y, además, él no ha respondido a la que yo le remití.
Tampoco quiero pensar mucho en ello, así que esta mañana decido sentarme en el suelo de una pequeña glorieta de madera desgastada, ubicada en los jardines del castillo.
No sé cuánto tiempo ha transcurrido; quizá sean semanas, o incluso meses, pero no quiero pensar que se ha olvidado de mí. Eso sería imposible, ¿no? No dejaba de decirme lo especial que era.
¿Y si mentía? Todo el mundo miente. Todos lo hacen como si fuera una gran adicción. ¿Por qué lo hacen? No lo sé, pero admito que yo también lo he hecho. Por protegerme. Por ser alguien que no soy. Por proteger a alguien. Por no decepcionar. Por ocultarme.
«Todos queremos ser quienes no somos», me dijo un día.
¿Y quién quiero ser yo? Desde luego, no una princesa a la espera de su príncipe. No quiero ser un cliché.
Si quiere algo, ya lo hará. Si quiero algo, lo haré.
Y sin más preámbulos cierro mi diario, me descalzo y camino sobre el hielo, derritiéndose entre mis pies. Diría que ya es primavera y este es un modo de disfrutar los últimos atisbos del invierno. Las últimas huellas que podré dejar sobre la nieve antes de refugiarme en mi castillo, huyendo de la claridad.
Un par de meses más tarde, me despierto con ganas de comerme el mundo. Es una sensación que solo experimento un par de veces cada tres años, más o menos. Pero en cuanto abro los ojos y veo que no queda una pizca de nieve en la isla, sé que esta vez será diferente.
No pienso quedarme de brazos cruzados haciendo actividades vanas como limpiar, tocar el piano o regar mis plantas. Hoy no. Hoy creo que haré la cosa más estúpida y de la cual me arrepentiré enormemente en cuanto la haya realizado.
Sin demorarme ni un segundo más, me visto con unos pulcros pantalones y una camiseta blancos, desayuno rápidamente, me calzo, me rocío un poco de colonia y me pongo una sudadera blanca por encima. No hace mucho frío durante el día en esta soleada época del año, entre primavera y verano, pero la escasa frigidez matutina es inevitable.

ESTÁS LEYENDO
Siete días
Storie d'amoreDISPONIBLE EN FÍSICO y eBOOK ¿Siete días son suficientes para que la persona más fría se enamore? Hace cinco siglos el mundo se dividió en dos partes: Homotania, lo que antiguamente era América, donde residen los hombres; y Femtania, antiguamente co...