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OSCURO VERANO

Duele.

No lo controlamos, pero existe.

Siempre presente.

Se abre un mundo cuando se encuentran.

Se cierra cuando llega el verano.

Cada verano, sin excepción.

Esperándome para herirme.

Todo se derrumba.

Porque duele.

Demasiado.



ALAN


Hoy es el último día de clase y me despierto entre las cálidas paredes de mi ático en la ciudad de Crystall. Hace tiempo que no me he comunicado con Grace, pero estoy demasiado ocupado con mis dilemas existenciales como para hacerlo. Llevo meses planteándome una verdadera locura, pero aún no me he convencido totalmente para cometerla.

Aunque, sin duda, no quiero darme más excusas. Lo que más ansío es volver a ver a Grace por encima de todo, así que creo que ya ha llegado la hora de entrar en acción.

Llego al instituto muy decidido y entro varios minutos antes de que empiece la primera clase. Sin embargo, mi decisión va cesando a medida que transcurre el día, dado a que la persona a la que quería acudir no ha aparecido en todo el día.

No obstante, cuando mis ánimos ya están por los suelos, convencido de que la única oportunidad de obtener información para saber si embarcarme en una misión casi suicida es segura o no, reconozco al chico al que buscaba a punto de subirse en su autoavión.

—¡Eh! —exclamo a pleno pulmón en medio de la estación de autoaviones. El chico se gira y me dirige una mirada interrogativa. Corro hacia él a la vez que digo—: Sí, tú.

El chico en cuestión es aquel que, justo después de la Semana del Permiso, entró en clase junto a Joe y Josiah y explicó que un hombre y una mujer le dijeron que iban a ir a Oceanía para poder vivir juntos y en paz, sin discriminaciones de ningún tipo. Eso fue hace casi seis meses, en los cuales me he cruzado varias veces con el chico, pero o bien iba cabizbajo y evitando miradas, o bien yo no me atrevía a acercarme a él a causa de su halo misterioso y mi indecisión.

Pero ahora sé que esta es mi última oportunidad. Es el último día de clase y no volveré a ver a este chaval hasta después del verano. Y necesito respuestas ya, dado a que ni siquiera sé su nombre.

—Lo siento —me excuso—; no sé cómo te llamas.

—Khaled.

—Bien, Khaled —respiro hondo—, ¿tienes un momento?

—¿Qué quieres? —pregunta cortantemente.

—Hablar —indico con inocentemente—, solo hablar.

Acto seguido, Kaled pone los ojos en blanco y asiente. Cierra la cabina del autoavión y dice:

—De acuerdo, pero no aquí.

—Donde tú quieras —accedo.

Él avanza y yo lo sigo a través de los jardines del instituto, hasta que salimos de las propiedades del centro educativo y nos adentramos escasamente en el abundante bosque que lo rodea.

Khaled se detiene junto a un árbol.

—Es sobre lo que dije en enero, ¿verdad? —apunta de espaldas a mí. Se va girando lentamente y me mira a los ojos con inseguridad—. ¿Por qué crees que dije la verdad?

Siete díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora