Una ligera lluvia caía sobre la ciudad, y avancé pensativo con Chopper por la calle mojada escuchando el sonido de mis propios pasos. La noche era muy tranquila, no como la anterior. ¿Y si había sido Lucille? Por muy improbable que pareciera, lo que había pasado entre nosotros, o, mejor dicho, lo que no había pasado entre nosotros podía considerarse un «encuentro desafortunado». O por lo menos no había terminado con la consumación.
Noté la carta en mi bolsillo y decidí compararla con la carta que había encontrado en mi buzón semanas después en la que todos los medios confirmaron la muerte de Colette... dicha carta venia por parte de Lucille. Recordé por un momento que la había guardado junto con las demás pero que Marie las boto para ordenar mi casa.
Cuando entré en el oscuro patio interior, la luz de Roxanne seguía encendida, y oí una música suave. No era algo habitual, puesto que ella defendía con ardor lo sano que era irse a dormir antes de medianoche: todo lo demás era perjudicial para el cutis... recuerdo que me menciono una noche que debo de cuidar mi cutis más...
Subí despacio las gastadas escaleras que llevan hasta mi casa en el tercer piso. Chopper saltaba contento a mi lado, él era sin duda el más descansado de los dos. Abrí la pesada puerta de madera y entré en el recibidor. «¡Vaya día!», pensé con la ingenuidad de quien quiere disfrutar de un merecido momento de tranquilidad en su sillón... sin ni siquiera imaginar que a partir de entonces todos los días iban a superar al anterior en excitación.
Me dejé caer en el sillón, estiré las piernas y me toma una copa antes de echar un vistazo a la nota de Lucille. Debo admitir que no albergaba grandes esperanzas y pensaba hacerlo solo para ir sobre seguro. Dejé vagar la mirada por el cuarto de estar con satisfacción. El sofá rojo con los cojines de diferentes colores. El sillón inglés de cuero marrón oscuro. Las pinturas antiguas y modernas que colgaban en las paredes combinando en bella armonía. La jarra de plata con los vasos de cristal tallado en la vitrina. Las pesadas cortinas ante las ventanas francesas que permitían acceder a los pequeños balcones de barandillas de hierro forjado. El sol Luis XVI de anticuario con el pequeño espejo redondo en el centro. La maravillosa reproducción de El beso de Rodin, que había sobre el mueble para mapas en el que guardaba litografías y que brillaba como si lo acabaran de pulir. Mi pequeño reino, mi refugio, creado por mí mismo y que me servía para recobrar fuerzas. Solté un suspiro de satisfacción. Todo estaba recogido y limpio. Demasiado recogido y limpio. Fue entonces cuando me di cuenta de que, en mi apresurada marcha, por la mañana había dejado un cierto caos tras de mí. Pero luego recordé que era jueves, el día que Marie venía a limpiar la casa. También me acordé de que, con las prisas, se me había olvidado dejarle el dinero. ¡Y entonces me acordé de otra cosa más!
Me puse de pie de un salto y corrí al cuarto de baño. Me invadió un olor a manzana y sentí náuseas. Por desgracia, en todos esos años no había conseguido que Marie renunciara a su limpiador de baño favorito. Me apoyé en el lavabo y me quedé mirando hasta el infinito en el espejo y con la ayuda de mi concienzuda asistenta, recordé que ella tomo camino hacia los contenedores de basura del patio antes que me marchara. Intenté convencer al pálido hombre del espejo, que evidentemente hacía poco por su «cutis», de que el estudio grafológico habría resultado en cualquier caso insuficiente. Pero de pronto él ya no me creía.
Por desgracia siempre pasa lo mismo: En cuanto pierdes algo que creías tener asegurado, se convierte en objeto de máximo deseo. Cuando alguien se lanza sobre la cartera, los zapatos, el cuadro o la lámpara de pantalla veneciana ante los que estás dudando, en ese mismo instante sabes que eso era justo lo que estabas buscando.
De pronto estaba seguro de que la letra de la nota desaparecida habría coincidido con la de la carta. Y, además, ¿no me había dejado escrito Lucille que me debía una? El cansancio había desaparecido. ¡Tenía que averiguar la verdad!
Quien haya rebuscado alguna vez en un contenedor de basura sabe de lo que hablo cuando digo que, en comparación, las duras excavaciones en la tumba de Tutankamón fueron una romántica aventura. Con las puntas de los dedos fui desenterrando latas de tomate vacías, botellas de vino, artículos de higiene usados, bolsas de patatas fritas arrugadas, frascos de paté y los restos mortales de un coq au vin. Y aunque había dejado de llover y la luna lo envolvía todo en una suave luz amarilla, mi incursión estaba exenta del placer que debió de sentir Schliemann ante sus descubrimientos.
Pero mi tenacidad fue recompensada. Después de veinte angustiosos minutos revolviendo en la basura tenía en la mano un papel arrugado que sorprendentemente había sobrevivido a su excursión a los bajos fondos de París sin sufrir, a excepción de una piel de patata que se había quedado pegada, grandes daños. Con un suspiro de felicidad me guardé mi tesoro en el bolsillo, cuando un objeto duro surgido de la nada se estampó en mi cráneo.
Caí al suelo como una piedra. Cuando volví a abrir los ojos oí una voz lastimera por encima de mi cabeza. Pertenecía a un fantasma vestido de blanco que se inclinaba sobre mí y no paraba de gritar: «¡Oh, ¡Dios mío, oh, ¡Dios mío, Gary lo siento mucho, lo siento mucho!». Tardé un par de segundos en darme cuenta de que era Roxanne la que estaba a mi lado en camisón.
— ¿Monsieur? ¿Se encuentra bien? — volvió a preguntarme con voz apagada, y yo asentí sin saber lo que decía. Me llevé la mano a la zona de la cabeza que me dolía y noté un bulto. Me quedé mirando a mi vecina como si, con su vaporoso camisón de puntillas y el pelo suelto, fuera una aparición.
— Roxanne... — murmuré desconcertado. — ¿Qué ha pasado?
Roxanne me tomo de la mano. —¡Oh Gary! —dijo entre sollozos, y me di cuenta de que era la segunda vez que me llamaba por mi nombre. En mi estado no me habría sorprendido nada que en ese momento ella me hubiera confesado que era la remitente secreta de la carta («Hace mucho tiempo que le amo, Sr. Bale. Siempre he tenido la esperanza de que Chopper nos uniera para siempre...»).
— ¡Perdóneme, por favor! —La vecina en camisón parecía totalmente fuera de sí.—. He oído ruidos en el patio, justo debajo de mi ventana, me he asomado y he visto a un hombre que se subía a los contenedores de basura. Creí que era usted un ladrón. ¿Todavía le duele? — A su lado había una pequeña mancuerna.
«Galerista muerto mientras rebuscaba en los contenedores de basura», se me pasó por la cabeza. En realidad, tenía mucha suerte de poder seguir pensando algo y no estar ya flotando en el Nirvana.
— Está bien, no ha sido para tanto — la logre tranquilizar porque seguía aferrada a mi mano...
— ¡Quel cauchemar, qué pesadilla! —susurró—. ¡Me ha dado un susto de muerte! —De pronto cambió su mirada de preocupación y me observó con gesto severo. —¿Qué hacía a estas horas en los contenedores de basura? Me sorprende... —Miró algunos restos que se me habían caído al suelo mientras rebuscaba y se echó a reír—. No será usted un vagabundo que busca comida entre la basura, ¿no?
Sacudí la cabeza, sentí un dolor terrible. Mi vecina tenía una energía sorprendente.
— Solo buscaba una cosa que había tirado sin querer. —Consideré que le debía una breve explicación.
— ¿Y? ¿La ha encontrado?
Asentí. Era la una y media cuando abandonamos la escena del crimen y Roxanne se deslizaba por las escaleras delante de mí como una nubecilla blanca.
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El Amor De Mi Vida Es Una Desconocida
RomanceGary Bale es el propietario de una galería de arte en París, la cual no solo exhibe pinturas de otros artistas, sino que también sus obras maestras están en toda su galería, es conocido como el nuevo Cupido para los medios de comunicación debido a q...