Capítulo 14: El arte Lauren.

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Nervioso e inquieto, observé la Torre Eiffel a mi izquierda cuando recorríamos el Quai d'Orsay ya desierto. Di gracias por conocer bien París, y así al menos podía indicar al taxista el camino hasta la Rue Augerau, una calle cerca del Champs de Mars.

— ¡Tú decir, yo conducir! — La lapidaria invitación del conductor, cuyo lugar de nacimiento debía de estar en algún punto del más profundo Sudán, habría sido demasiado para cualquier cliente que no conociera tan bien la ciudad.

— ¿Podría ir un poco más deprisa? — Le pregunté al hombre negro, que llevaba la gorra bien calada. — Je suis pressé, tengo mucha prisa.

Era evidente que el hombre del continente africano no estaba acostumbrado a tales presiones. Me gruñó alguna insolencia en su idioma, pero pisó el acelerador.

— ¡Se trata de una emergencia! — Le dije tratando de motivarle. Yo no sabía si se trataba de una emergencia. Solo sabía que una hora después de que dejara el trágico mensaje en el contestador lauren ya no contestaba el teléfono. La había llamado cinco veces seguidas sin éxito, luego y a no esperé más.

Era posible que simplemente se hubiera ido a dormir después de desconectar el teléfono, pero yo no quería ser culpable de su muerte. La conciencia me atormentaba. Y la noche aportaba su propio dramatismo. El taxista frenó de golpe delante del número que le había indicado. Yo ya había visitado varias veces a Lauren en su estudio, donde también vivía y dormía. Sin necesidad de pensarla, tecleé la combinación que abría el portal. Luego crucé a toda prisa el patio, en el que crecían algunos árboles, y me detuve casi sin aliento delante de la puerta de su casa. Llamé al timbre con insistencia, y como no pasaba nada aporreé la puerta con el puño.

— ¿Lauren? ¡Lauren, abre! ¡Sé que estás ahí!

Entonces tuve un déjà vu. Dos años antes ya había estado aporreando esa puerta. En aquella ocasión se hizo la muerta durante una semana. Se negaba a contestarme. Le llené de mensajes el contestador, le pedí que me llamara, pero no lo hizo. No se dignó contestar al teléfono y me dejó fuera, delante de la puerta, como si no hubiera nadie. Y todo únicamente porque le daba miedo decirme que sus cuadros no estaban listos todavía. Como estaba preocupado y en realidad no quedaba mucho tiempo, esa vez le lancé por debajo de la puerta un papel con un mensaje escrito con letras grandes.

HABLA CONMIGO.

¡CINCO MINUTOS!

TODO SE ARREGLARÁ.

Al lado dibujé un pequeño monigote que se suponía que era un Gary Balé suplicante. Seguí pegando a la puerta y en justo en ese momento se me abrieron los ojos. Gire bruscamente para ver el patio y tome una roca que estaba junto a un pequeño árbol.

— Lauren.... El tiempo curara el corazón roto, tu corazón estaba así y el mío igual si encuentro algo malo ¡Pero no va a curar a tu ventana! — Mencione a unos cuantos metros de su puerta y su ventana. — ¡Lo siento!

Justo en ese momento grite del esfuerzo que mi brazo realizo al arrojar con tanta fuerza dicha roca, cuando iba en el aire la puerta empezó abrirse de poco a poco y cuando estaba entreabierta se escuchó como la piedra atravesó aquella ventana y todavía rompió jarrones. ¡Qué voy a decir... los artistas son seres muy especiales!

Junto con todo su instinto creativo poseen espíritus muy sensibles y una seguridad en sí mismos terriblemente inestable que hay que reforzar continuamente. Y un galerista que trabaja con "artistas vivos" tiene que ser capaz sobre todo de una cosa: De aguantarlos. A mi lado sonó un apagado maullido. Miré hacia abajo. Dos ojos verdes y brillantes me miraban fijamente. Pertenecían a Onionette, que significa «cebollita». Y Cebollita es la gatita de Lauren. Todavía no he descubierto por qué el animalito lleva el nombre de una liliácea, pero ¿por qué iba a tener ella un gato que se llamara Mimí o Foufou? Eso sería demasiado normal. Incluso creo que es un juego de palabras (si podría llamarse así) que ella misma "Invento" Su mejor amiga se hacía llamar Janette y le gustaba la palabra "Onion" que se escribía en inglés. Recuerdo que me lo dijo como Onion-ette y sonriendo grito: ¡Y BOOM! ¡Onionette!

— Onionette — Susurré sorprendido, y acaricié el pelo atigrado del felino, que no dejaba de ronronear. — ¿De dónde vienes?

Onionette se restregó un par de veces contra mis piernas, luego desapareció en la pequeña terraza, separada del patio interior, que pertenecía al estudio de Lauren. Me asomé por el hueco que había a un lado entre el seto y la pared, y a través de la puerta corredera de cristal pude ver su dormitorio. La habitación estaba a oscuras, las persianas a medio bajar, y no pude apreciar si ella dormía en su cama improvisada, que era un enorme colchón puesto sencillamente en el suelo.

— ¿Lauren? —Di unos golpecitos en el cristal, luego empujé suavemente la puerta corredera. Se deslizó como si hubiera dicho «¡Ábrete, Sésamo!», y me sorprendió la despreocupación de Lauren.

En lo más profundo de su corazón seguía viviendo en la naturaleza intacta de las islas de las Indias occidentales donde ella hubiera querido vivir. Contuve la respiración y percibí la tranquila oscuridad de la habitación.

— Lau, ¿Está todo bien? — Dije en voz baja, y noté el olor casi irreal y a la vez embriagador a aguarrás, canela y vainilla que inundaba la estancia. Era como si me permitiera el acceso clandestino a un harén oriental.

Me deslicé en silencio hasta la cama, que estaba al fondo del enorme espacio de techos altos. Y allí estaba ella, tendida sobre las sábanas blancas como una figura de bronce. Estaba completamente desnuda. Un débil resplandor que entraba por la puerta abierta que daba a la cocina iluminaba suavemente su cara, y su pecho subía y bajaba con la más bella regularidad.

En un primer momento me sentí aliviado. Luego hechizado. Observé Lau dormida y de pronto todo me pareció tan irreal como si estuviera soñando. Me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo posada en ese precioso cuerpo. ¿Qué hacía yo allí? ¡Me colaba en casas ajenas y miraba a mujeres desnudas! Lauren dormía como una diosa, no le pasaba nada, y yo ya no estaba allí para salvarle la vida, sino como un acosador. Aparté la mirada y ya iba a emprender la retirada en silencio cuando mi tobillo rozó un objeto. La botella de vino vacía que había en el suelo se volcó con un fuerte estruendo que en el silencio de la noche sonó como si se hubieran derrumbado las murallas de Jericó. Yo me estremecí. La figura de bronce se había movido y miraba hacia donde yo estaba.

— ¿Hay alguien ahí? —La voz de Lau sonaba adormilada.

— ¡Soy yo, Gary! — Contesté susurrando. — Solo quería ver si estabas bien. —Al fin y al cabo, era la verdad. ¿No?

Los ojos le brillaron. No parecía sorprendida de que su galerista y agente estuviera en plena noche delante de su cama.

Se sentó con la naturalidad de un niño. Sus senos pequeños y redondeados se podían observar tome mi mano y tape mis ojos para no ver aquel arte natural. Lau estiró su boca grande en una sonrisa aún mayor, y sus blancos dientes resplandecieron en la oscuridad.

— ¡Has venido! — Dijo feliz, y me tendió una mano.

— Naturalmente — Dije atreviéndome a dar un paso adelante. — Estaba preocupado... tu voz sonaba fatal.

Tome la mano de Lau mientras me seguía tapando los ojos... me habría gustado consolarla con un abrazo, como habría hecho con una buena amiga que tuviera problemas, pero no me pareció del todo apropiado a la vista de sus hombros desnudos. Así que me mantuve un instante inclinado de forma algo curiosa sobre ella. Luego le apreté la mano para infundirle ánimo antes de soltarla con suavidad.

— Siento no haber venido antes. Volveré mañana por la tarde, te lo prometo. Y entonces hablaremos de todo. Lau asintió. El hecho de que hubiera acudido a su casa en mitad de la noche porque estaba preocupado pareció llenarla de satisfacción.

— Sabía que no me fallarías — dijo. Luego soltó un suspiro—. ¡Ay, Gary! Han pasado tantas cosas, me siento tan confundida... ¿Había alguien en este planeta que pudiera entender esas palabras mejor que yo?

— Todo se arreglará — Le dije lleno de empatía y refiriéndome en parte a mí mismo. — Y ahora sigue durmiendo. Lau se volvió a echar y se tapó obedientemente con la sábana. Yo le acaricié el pelo con suavidad, luego me incorporé para darle un beso en su frente.

Gracias, Gary, siguedurmiendo tú también. — Murmuró. Sonriendo, salí por la puerta de la terraza.Eran las cuatro y veinte. Dado que no había pegado ojo en toda la noche, no sepodía hablar de «seguir» durmiendo. Pero sí de dormir «por fin». Y nada me loiba a impedir. Ni siquiera un terremoto. Ni un amigo con problemas. Ni la Queenen persona.

El Amor De Mi Vida Es Una DesconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora