Capitulo 17: Su majestad

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¡Ay, qué orgullo desmesurado! ¡Qué estúpido era! ¡Cómo me había sobrevalorado a mí mismo! Si hubiera podido ver el futuro, lo que solo en unos pocos casos resulta una ventaja, se me habría borrado enseguida la sonrisa de satisfacción....

Pero en ese momento seguí mirando mi carta, y estaba pensando a qué restaurante podría llevar a la Queen en el caso de que ella me gustara tanto como su carta, si es que no le gusta aquel lujoso restaurante.

Cuando un suave «¡Pling!» me anunció un nuevo email. ¡La Queen había contestado! ¿Era yo un tipo genial, seguro de su triunfo y cuyas esperanzas se habían hecho realidad? No. El corazón me latía con fuerza cuando las líneas negras se materializaron en mi pantalla y en aquel monitor se encontraba en la esquina inferior derecha un anuncio diciendo: "Tiene un mensaje nuevo en su correo". Con un gran suspiro tomé el ratón y di un fuerte clic en aquella notificación, que en un santiamén me llevo hacia el mensaje.

Asunto: Sin concentración...

Mi querido Caballero, el gran impaciente. Aquí le escribe su Reina.

Su hermosa carta acaba de llegar hasta mí, la he leído con corazón palpitante, y aunque en este momento no tengo tiempo, ya que debo atender asuntos urgentes, me gustaría liberarle enseguida de su impaciencia, no de su incertidumbre en lo que respecta a mi persona, y sé que eso le va a enojar.

¡Tenga paciencia, Lovelace! Si demuestra ser digno de mí, lo obtendrá todo de mí, ¡incluso mi nombre! Me siento sumamente feliz de que me haya respondido, celebro nuestro intercambio verbal, pues a la vista de su primera carta compruebo que está usted a la altura de las circunstancias.

No me ha pasado desapercibido el hecho de que es usted un hombre de buen gusto, pero me causa cierto dolor que encuentre atractivas a las mujeres bellas (y que en ocasiones también le guste desnudarlas), ya que, mon cher monsieur no tengo previsto compartirlo con nadie. Sabía que conoce usted bien los cuadros, pero me ha sorprendido y fascinado que sepa manejar con tanto primor las palabras. Me gustaría saber más de usted, y usted también debe conocer qué tipo de mujer soy yo. Poco a poco, paso a paso, primero de forma vacilante, luego con febril impaciencia, iremos despojándonos de nuestras vestiduras hasta que nada quede oculto y estemos uno ante el otro como la naturaleza nos ha creado: ¡desnudos!

¡Esta noche he soñado con usted, querido Bale! De pronto estaba usted delante de mi cama, me acariciaba la piel, me rozaba con la mayor delicadeza... Debo tener cuidado de no perder la cabeza, aunque me temo que ya la he perdido. Sus palabras provocan en mi corazón tanta confusión como su imagen, que aparece con tanta claridad ante mis ojos que me parece poder tocarla. ¿Piensa usted qué yo puedo concentrarme en algo? Cómo me gustaría poder tomar ahora mismo su mano y pasear con usted en esta bella mañana a lo largo del Sena, que brilla al sol como una cinta plateada. Chopper correría impaciente delante de nosotros y tendría que esperarnos, pues en cada puente nos detendríamos y nos besaríamos... ¡Admita que eso sería infinitamente más bonito que todas las cosas que tenemos que hacer!

Su Majestad... (Que intenta en vano volver a concentrarse en su trabajo)

Psdt: Me encanta como se ve con su cabello largo y esa gigante barba, pero sin duda alguna recórtesela un poco, se ve más joven y más guapo.

Sonriendo, sacudí la cabeza... Esa mujer sabía realmente cómo hacer que un hombre mostrara sus sentimientos. Mis dedos volaron sobre el teclado cuando escribí una respuesta inmediata, que esperaba que llegara enseguida a la atareada reina de mi corazón.

Asunto: Protesta

¡Por favor, no permita que interrumpa su falta de concentración! ¡Hay que mantenerse poco concentrado! Paseemos al menos mentalmente al sol. Claro que admito que eso sería más bonito que concentrarse en cualquier asunto de la vida cotidiana. Pues con cartas tan seductoras todo lo demás carece ya de importancia. En cualquier caso, debo hacer una objeción: besarse en cada puente que cruza nuestro bello Sena... no, eso no me gusta, ¡protesto!

¿Por qué es tan avara con sus besos, su majestad? ¡Sea derrochadora y deje de contarlos!

En ese paseo por la primavera me gustaría besarla siempre que quisiera. Y no tenga ninguna duda de que a usted también le gustaría. Ninguna mujer se ha quejado todavía en ese sentido, si puedo decirlo sin incomodarla. ¡¿Si al menos supiera a qué bella flor estoy besando?!

Resulta evidente que a usted le causa enorme placer hacerme esperar a que esto ocurra. ¡No sea tan malvada! No sé qué delito he cometido para que usted me trate de este modo, en su primera carta mencionó un «encuentro desafortunado», pero deme por favor el más insignificante de todos los indicios y yo la dejaré tranquila de momento. ¿O es que siente miedo ante el terrible gigoló que usted considera que soy?

Su Caballero.

Me habría apostado no solo el dedo meñique, sino la mano entera, a que la Queen no iba a dejar esa última frase sin comentar.

¡Exacto! Pocos minutos después llegaba con un «¡Pling!» un nuevo mensaje a mi buzón. Esta vez eran muy pocas líneas. Intrigado, abrí el email. Aunque parezca mentira, ese pequeño intercambio de golpes me hacía sentir en forma.

Asunto: Una adivinanza

¿Miedo? ¡Tiene usted un concepto demasiado elevado de sí mismo, mi querido amigo! Tampoco es usted tan terrible. Y me resisto a sus besos magistrales de los que todavía no se ha quejado ninguna mujer. No corresponde a la esencia de una REINA ser solo una más. Eso debe usted tomarlo en consideración si quiere tener algo conmigo. Debe ocurrírsele algo mejor para convencerme.

Pero dado que no parece querer darme un respiro y en este momento yo lo necesito con urgencia, le plantearé una pequeña adivinanza con la que quiero responder a su urgente deseo de tener un «indicio insignificante»:

Me ve y no me ve.

Me conoce y no me conoce

¡Más no le voy a desvelar! Al fin y al cabo, usted lleva en la sangre la capacidad de descifrar escritos crípticos, ¿no es cierto, Sr. Bale?

Su Majestad.

¡La Queen resultó ser una sabionda! Me tomaba el pelo, me provocaba y se reía de mí. Casi me pareció oír una risa cristalina cuando leí el párrafo del irónico «usted lleva en la sangre la capacidad de descifrar escritos crípticos, ¿no es cierto, Sr. Bale?».

Y en cierto modo me gustó. Ya me parecía conocerla, a pesar de que ni siquiera sabía qué aspecto tenía. El pequeño enigma que había pensado generosamente para mí no me sirvió para avanzar un solo paso. Bueno, al menos ahora sabía que era alguien a quien veía y conocía. Aunque sin verla o conocerla de verdad. Pues eso es lo que decía el sofisticado dístico de mi pequeña esfinge, que —estaba claro— tenía un cierto tono de reproche.

Con esa pista entraron en consideración muchas mujeres de mi entorno. En realidad, podría ser hasta Odile, la hija del panadero que siempre me vendía los cruasanes con esa tímida sonrisa. Una chica joven, un agua mansa que —quién sabía— tal vez ocultaba un espíritu romántico en su pecho. Ni siquiera a mademoiselle Clark podía excluirla. ¿Me había preguntado alguna vez en serio qué escondía esa pequeña gobernanta que se enfrentaba a clientes impertinentes?

¿O era Roxanne? De pronto me acordé de la alusión a Chopper. ¿Era eso una pista segura? Lucille no podía ser, tenía la letra distinta, aunque era la única que me había llamado «mi pequeño Bale» y había bromeado con muchas cosas. Pensativo, imprimí las cartas. Tampoco andaba muy descaminado mi amigo Carl cuando afirmaba que podía tratarse de una mujer a la que no prestaba o había prestado suficiente atención. Dejé los platos en el fregadero,cogí mi chaqueta y salí hacia la Galerie du Sud. Eran las once y media, y yo también tenía asuntos cotidianos que atender. 

El Amor De Mi Vida Es Una DesconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora