La Gare de Lyon es la única estación de París en la que hay palmeras de verdad en los andenes. Palmeras de gran tamaño, un poco polvorientas, no demasiado vistosas (se les nota la falta de sol) pero a pesar de todo un tímido anuncio del sur. Pues de la Gare de Lyon parten los trenes que van al sur de Francia y al Mediterráneo.
Además, en la primera planta de la Gare de Lyon se encuentra el más bello restaurante de estación del mundo: Le Train Bleu. Llamado así por el legendario Tren Azul que circuló entre París y la Costa Azul hasta los años sesenta (Para que después no digan que yo no enseño nada), su gigantesca sala de casi doce metros de altura, con las suntuosas pinturas del techo que representan las distintas etapas de un viaje a la costa mediterránea, las lámparas y los adornos dorados, las estatuas y las enormes ventanas redondeadas que permiten ver las vías, respira el espíritu de la Belle Époque. Una época en la que no se hablaba de turistas, sino de viajeros, cuando el mundo era inmensamente grande y uno se acercaba a su destino rodando con tranquilidad, viendo pasar los paisajes cambiantes, y en la que había una relación entre la distancia y el tiempo que se empleaba en recorrerla, no como ahora, cuando se puede volar a casi cualquier capital del mundo en un fin de semana, un dudoso triunfo sobre el tiempo y el espacio, ya que el cuerpo y el espíritu necesitan adaptarse.
Yo no iba allí con frecuencia, en realidad solo cuando tenía invitados que habían oído hablar del famoso Le Train Bleu. Entonces los llevaba para que lo conocieran y me pedía mi chateaubriand con salsa bearnesa, un plato algo pasado de moda que en los restaurantes posmodernos de París ya apenas se encuentra en la carta y que en Le Train Bleu preparan muy bien. Pero cada vez que entraba en la enorme sala me sentía impresionado por la elegancia y la belleza que reinan en ella. Observaba las pinturas murales, en las que se pueden ver las pirámides, el viejo puerto de Marsella, el teatro de Orange o el Mont Blanc, y pensaba con pena y cierta nostalgia en el increíble y ya desaparecido lujo de los viajes de otros tiempos, tan diferentes de lo que hoy llamamos « vacaciones» .
¡Tempi passati! El gran reloj redondo que cuelga al fondo del restaurante marcaba las doce y cuarto, y un ruido de voces ensordecedor, anacrónico, llenaba la gran sala.
Un grupo grande de turistas ocupaba las filas de bancos de cuero marrón oscuro, entre los que estaban las mesas de manteles blancos, y se lanzaban sobre el menú de mediodía que los camareros vestidos de negro les servían en enormes bandejas de plata. Era un grupo de holandeses bien alimentados y de buen humor, cuya actitud contrastaba con la plácida distinción que reinaba en el resto de la sala: gritaban, gesticulaban con los tenedores en el aire, se hacían fotos, volcaban alguna que otra copa de vino, y soltaron sonoras carcajadas cuando alguien hizo un brindis. Fascinado, me quedé mirando el conglomerado de bocas que se abrían, cabezas que asentían y brazos que gesticulaban. Todos parecían unirse en una única molécula vibrante. Llevaban la clásica ropa de los turistas de todo el mundo: camisetas sin mangas, pantalones cortos y zapatillas de deporte Goretex que respiran y tienen triple suela reforzada. Estaban disfrutando mucho, pero aquello ya no tenía nada que ver con la elegancia de los viajeros. Chopper soltó algunos gemidos, dejó la lengua colgando, y yo acorté un poco la correa antes de que se lanzara a la pierna semidesnuda de algún holandés. Chopper adora la piel desnuda. Recorrí las distintas salas siguiendo la larga alfombra roja y observando las mesas a derecha e izquierda en busca de un rostro que me resultara conocido. Tal vez fuera demasiado pronto. Ningún francés que se precie está comiendo a las doce del mediodía.
La parte posterior del restaurante estaba más tranquila. Allí había muy pocas mesas ocupadas. Retrocedí sobre mis pasos hasta llegar al bar que da a las salas principales. Me senté en una de las mesas bajas y pedí un Martini para mí y un cuenco con agua para Chopper. Y esperé. ¿Vendría mi reina?
Nervioso, di un trago y observé a dos hombres que estaban sentados a la mesa que había a mi lado disfrutando de un desayuno tardío. Aunque por la mañana yo solo había tomado un café, no tenía nada de hambre. Intenté imaginar que ya estaba delante de la Queen y le decía algo, pero no es fácil imaginar algo cuando no se tiene ni idea de qué aspecto tiene la persona con la que pretendes hablar. Me acordé entonces de las palabras de Carl. Tuve que pensar en la mirada que me había lanzado Lau cuando dijo «Creo que ya ha funcionado» y, nervioso, me mordisqueé el labio inferior. Por un momento vi ante mí a Lau dormida, echada sobre las sábanas blancas y desnuda en toda su belleza, y de pronto me sentí extrañamente bien. ¿No había dicho la Queen en una de sus cartas que había soñado conmigo y que por la noche yo estaba delante de su cama? Me recliné en el respaldo del sillón de cuero y me quedé mirando al vacío. ¿Podría ser? ¿Tenía razón Carl y era Lau la que iba a parecer de un momento a otro?
ESTÁS LEYENDO
El Amor De Mi Vida Es Una Desconocida
RomanceGary Bale es el propietario de una galería de arte en París, la cual no solo exhibe pinturas de otros artistas, sino que también sus obras maestras están en toda su galería, es conocido como el nuevo Cupido para los medios de comunicación debido a q...