A pesar de mi excursión nocturna, pocas horas después me desperté totalmente descansado. Debo decir que me sentía mucho mejor que la mañana anterior. Tal vez mi cuerpo se estuviera habituando a dormir poco. Si Napoleón había salido victorioso de sus campañas con cinco horas de sueño escasas, ¿por qué no me iba a funcionar a mí también?
Era todo cuestión de actitud. Me sorprendí a mí mismo cantando en la ducha. ¡Hacía milenios que no lo hacía! «J'attendrais...», grité a la cortina de ducha color turquesa con pequeñas conchas blancas que se movía como el mar, y me asombré de mi buen humor. ¡Era sábado por la mañana y por fin tenía tiempo libre!
Había llamado a Thierry para pedirle que por una vez fuera puntual, abriera la galería y estuviera en su puesto en la Rue de Seine hasta el mediodía. Había llamado a Roxanne para pedirle que se hiciera cargo de Chopper (si me tocaba el bulto de la cabeza me parecía que me debía ese pequeño favor). Pensaba bajar a la boulangerie y comprarme un... ¡no, dos! cruasanes recién hechos y sentarme en mi escritorio con un petit noir bien fuerte y con mucho azúcar, y luego... ¡Y luego! La perspectiva de contestar la carta de la Queen y entrar en contacto con esa desconocida, seguramente tan misteriosa como bella, que me hacía halagos tan maravillosos que hasta mi mejor amigo me envidiaba, me puso de muy buen humor.
Pero cuando una hora más tarde estaba sentado delante de mi pequeño portátil blanco y había escrito por primera vez la dirección de email de la Queen no supe muy bien cómo empezar... ¿Asunto? ¿Qué debía poner en el campo «Asunto»? En cierto modo esas categorías modernas que deben resumir el contenido de un escrito en una línea no resultaban muy adecuadas para las cartas de otros tiempos. ¿Su carta del jueves?, ¿Respuesta a su carta? Eso sonaba poco ingenioso. ¿Para la Queen? Bueno, ¿para quién si no? Releí otra vez la carta, me perdí en sus líneas y entonces encontré la palabra que me pareció más adecuada. Asunto: ¡Seducido!
Satisfecho, me recliné en el respaldo de la silla, di un sorbo de café y pensé si debía empezar la carta con «Estimada señora» (sonaba a persona mayor), «Querida Queen» (demasiado normal) o «Queridísima Queen» (demasiado pretencioso). Ya me había decidido por «Bellísima Queen» cuando sonó el teléfono. Maldiciendo en voz baja, descolgué el auricular.
— ¿Sí, dígame? —dije con brusquedad.
— ¿Gary? —Sorprendentemente, no era Lau.
— ¿Qué pasa, Thierry?
— ¿Estás de mal humor? —preguntó.
Si hay algo que odio de las mujeres es esa manía de contestar a una pregunta con otra pregunta.
— No, estoy de muy buen humor —me limité a responder.
— Pues no lo parece. — Insistió Thierry—. ¿Te pasa algo?
Suspiré.
— Thierry, por favor, dime qué quieres, estoy haciendo... una cosa y tengo que concentrarme.
— ¡Ah, bueno! ¿Y por qué no me lo has dicho?
Puse los ojos en blanco.
— ¿Y bien? —Ha llamado esa Clark del hotel. —Oí cómo mascaba chicle. — Ha preguntado alguien por ti.
Me encanta la precisión de los mensajes de Thierry.
— ¿Quién? ¿Era monsieur Belmont?
— ¿Me había dicho que quería reunirse conmigo el fin de semana para hablar sobre Colette? Tenía que prestar más atención. Las cosas se me empezaban a ir de las manos.
— Non, no era nuestro amigo alemán. Era una mujer. Une dame, según ha dicho made moiselle Clark.
— ¿Y... esa mujer tiene un nombre? —pregunté ya nervioso.
— No... Sí... No sé... Ahora que lo dices... No recuerdo que made moiselle Clark mencionara ningún nombre...
Thierry pareció pensar, y yo suspiré. ¡Claro que made moiselle Clark no había mencionado ningún nombre! ¿Para qué? ¿Qué eran los nombres cuando se trabajaba en un hotel? «Tengo una excelente memoria para las caras, pero con los nombres no doy una», rezaba la sincera disculpa de la recepcionista cada vez que cambiaba u olvidaba un nombre.
— Será mejor que la llames y se lo preguntes. —Thierry ya había hablado bastante y de pronto le entraron las prisas.
Antes de que pudiera dar la conversación por finalizada oí un estruendo ensordecedor al otro de la línea, luego sonó la campanilla de la puerta. Thierry dejó escapar un grito de alegría.
— Tengo que colgar. ¡Hasta luego!
Sacudiendo la cabeza, dejé el auricular y decidí pasar más tarde por el Duc de Saint-Simon para hablar personalmente con made moiselle Clark. Pero ahora tenía algo más importante que hacer. Apagué todos los teléfonos y me puse a pensar.
¿Cómo se escribe a una persona a la que no se conoce, de la que no se tiene ninguna imagen, que te ha dado algunos enigmáticos indicios que intentas en vano descifrar, pero que te ha escrito con tanto amor y ha dicho cosas tan bonitas sobre ti que te gustaría conocerla?
Mientras estaba sentado ante mi ordenador y miraba la pantalla vacía, en la que aparte de «Bellísima Queen» no ponía nada más, me sentí como un escritor de novelas ante la famosa página en blanco. No es que tuviera miedo, pero cada vez me exigía más a mí mismo. Entonces me di cuenta de que la carta de la Queen era para mí una auténtica trampa, una trampa supuestamente maravillosa, pero había infravalorado el asunto.
No solo quería descubrir quién era esa mujer que me provocaba con palabras atrevidas, de pronto quería también ser ingenioso, encantador, perspicaz, expresivo, no quería quedar en ridículo bajo ningún concepto.
Y, además, hay que recordarlo, ya no tenía ninguna práctica en relación con las cartas privadas. Después de unos tragos, que se quedaron fríos antes de bebérmelos, el «trabajo» estaba terminado. Mi dedo índice tembló unos segundos sobre la tecla «Intro», y debo admitir que me sentí extrañamente excitado cuando la pulsé. Había contestado. Mi carta volaba como email por el espacio virtual de forma irremediable, a la velocidad de la luz muchos, muchos kilómetros, o quizá muy pocos, hasta alcanzar su destino. La aventura había comenzado.
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El Amor De Mi Vida Es Una Desconocida
RomansaGary Bale es el propietario de una galería de arte en París, la cual no solo exhibe pinturas de otros artistas, sino que también sus obras maestras están en toda su galería, es conocido como el nuevo Cupido para los medios de comunicación debido a q...