Parecía increíble, pero esa noche dormí por primera vez en varios días. Dormí profundamente, sin soñar, sin molestos incidentes ni angustiosas visiones de mujeres de grandes narices. Cuando me desperté me llegó desde el exterior el bullicio de una mañana cualquiera de París, un rayo de sol entró curioso por las cortinas de seda azul, y me estiré un momento en la cama con la satisfacción de quien ha dormido bien. Decidí renunciar a los cruasanes de Odile y disfrutar en cambio de un pequeño desayuno con un periódico en el jardín de invierno del Ladurée. A esa hora tan temprana de la mañana todavía estaba vacío y tranquilo y era muy agradable sentarse en ese pequeño oasis, bajo las palmeras, ante los trampantojos de tonos verde claro y turquesa pálido. Apenas se fijaba uno en las hordas de chicas japonesas que hacían cola pacientemente para llevarse una bonita caja rosa palo o verde tilo de los dulces macarons que se exhibían en la vitrina de cristal. Me vestí, recogí un poco la casa, abrí una lata de comida para Chopper, y pensé que tenía que ir a la compra urgentemente.
Miré varias veces hacia mi escritorio, donde reposaba mi portátil cerrado. ¿Habría contestado mi reina? Di vueltas alrededor de la pequeña máquina blanca como un gato que acecha a un ratón, quería guardarme lo mejor para el final. Luego me senté y lo abrí. La Queen no había contestado. Eran las ocho y media y no había mensajes para mí. No quería creérmelo. ¿Estaría durmiendo todavía? A lo mejor ni siquiera había leído mi carta de la noche anterior. Al fin y al cabo, no podía pensar que todo el mundo pase día y noche mirando el ordenador solo porque yo lo hacía.
¿O es que madame inconnu se había ofendido porque había dudado de su belleza? ¿Era mi última frase tan descarada? ¿Había cometido un terrible error? Mi intranquilidad crecía minuto a minuto. ¿Y si ahora era ella la me ignoraba y no me volvía a escribir? Probé con la hipnosis a distancia.
— ¡Venga, mi reina preciosa, escríbame! —susurré, pero esperé en vano un suave « ¡Pling!» que anunciara la llegada de un mensaje nuevo.
El que llegó fue Chopper, que entró en el cuarto de estar corriendo y sin dejar de ladrar. Llevaba su correa en la boca. Tuve que echarme a reír. Había vida más allá de la desconocida esa. Y me estaba dando los buenos días.
— ¡Está bien, Choppy, ya voy! —Despacio y con cierta resignación, cerré el portátil.
Cuando después de un largo paseo con Chopper y un desayuno en el Café Ladurée entré muy decidido en la Rue de Seine para empezar un nuevo día, no imaginaba que en la galería me esperaba una picante sorpresa.
Eran las diez y cuarto, pero la persiana metálica del escaparate de la Galerie de Sud ya estaba levantada. No era frecuente que por las mañanas Marion llegara antes que yo. Entré en la galería, dejé el llavero en el mueble de la entrada y colgué mi abrigo.
— Thierry querida ¿Estás ya aquí? —grité extrañado.
El pelo rubio de ella apareció detrás del pequeño bar. Mi ayudante era hoy una sophisticated girl embutida en unos vaqueros ceñidos y una camiseta negra. Una larga y fina cadena de plata se movía en su escote, y se había recogido el pelo en la nuca con una enorme horquilla de nácar.
— A quien madruga, Dios le ayuda —dijo, y sonrió. Luego soltó un sonoro bostezo—. Perdona. Para ser sincera, la verdad es que esta noche he dormido fatal. ¡La luna llena! Y he pensado que mejor me levantaba. —tomo algo que yo tomé por publicidad y se dirigió hacia mí. —¡Toma! Esto estaba esta mañana en la puerta. —Me tendió un sobre azul claro con gesto interrogante, y a mí me dio un vuelco el corazón.
Las cartas que trae el cartero caen por una ranura directamente en la entrada. Pero esta carta no había llegado por correo. No tenía sello ni dirección. En el sobre solo había tres palabras escritas con la letra que yo ya conocía tan bien: "Para mi Gary."
— ¿Para mi Gary? —dijo Thierry—. ¿Qué significa eso?
Le arranqué el sobre de las manos.
— Nada que le importé a una chica curiosa —dije, y me giré para alejarme.
— ¡Oh! ¿Tienes una admiradora secreta? ¡Enséñamelo! —Thierry me siguió riéndose e intentó arrebatarme la carta—. ¡Yo también quiero ver la carta "Para mi Gary"! —exclamó riendo.
— ¡Eh... estate quieta! —La agarré por la muñeca y me guardé la carta en el bolsillo interior de la chaqueta—. Bien —dije, dándome golpecitos en el pecho—. ¡Es mi carta!
— ¡Oh là là Monsieur French! ¿Es que le chavalier se ha enamorado? —Thierry soltó una risita.
Amí me daba igual.
Me fui al baño y me encerré dentro. ¿Por qué me mandaba de pronto la mujer una carta de verdad? Palpé el sobre y creí notar algo más duro que el papel. ¿Era una foto? ¡Sí, estaba seguro de que era una foto! En pocos segundos podría ver el retrato de la mujer que había puesto en marcha la maquinaria de mi fantasía, que ahora trabajaba a máximo rendimiento. Impaciente, abrí el sobre y miré con incredulidad lo que tenía en las manos.
— ¡Maldita sea! —dije. Y luego tuve que echarme a reír.
La Mujer me había mandado una tarjeta. Y en esa tarjeta se veía a una mujer joven, casi una niña, echada boca arriba o mejor dicho de lado, en una especie de diván, en una postura provocativa a los ojos de cualquier hombre que se encuentre en dicha situación. Se apoyaba en los brazos y dejaba a la vista del observador su preciosa piel y cara, ¡y qué decir de su pequeño y adorable escote! Parecía felizmente agotada tras un juego amoroso que acababa de finalizar, y se repantingaba en unos cómodos cojines. La joven desnuda tenía sus ojos cerrados, su delicada carita con el pelo castaño recogido se veía de lado. Y tenía la nariz más encantadora que se pueda imaginar.
Yo conocía el famoso cuadro de, Vicente Romero que mostraba a la joven amante de él. Había estado delante de esa pintura, que cuelga en el Wallraf-Richartz-Museum de Colonia. Una escena femenina que no puede ser más fascinante y atrevida. En la parte posterior de la tarjeta la Mujer solo había escrito dos frases: ¿Sería esta nariz un estorbo para sus besos? Si no es así, le espero... ¡muy pronto!
— ¡Pequeña bruja! —murmuré extasiado—. ¡Esta me la vas a pagar!
— ¡Gary, Gary, abre! —Thierry golpeó con fuerza la puerta del cuarto de baño—. ¡Te llaman por teléfono!
Hice desaparecer la tarjeta en mi bolsillo y abrí la puerta, solo recibí un guiño y me tendió el teléfono.
— Pour vous, mon Bale —dijo sonriendo—. Parece que hoy estás muy solicitado. Sonreí y le quité el teléfono de la mano.
Al otro lado de la línea estaba Lauren, muy contenta, que llamaba desde una zapatería de Saint-Germain y quería quedar a mediodía en la Maison de Chine para « tomar algo» y hablar sobre la exposición. Naturalmente, acepté.
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El Amor De Mi Vida Es Una Desconocida
RomanceGary Bale es el propietario de una galería de arte en París, la cual no solo exhibe pinturas de otros artistas, sino que también sus obras maestras están en toda su galería, es conocido como el nuevo Cupido para los medios de comunicación debido a q...