Aquel sábado primaveral reinaba el ajetreo en Saint-Germain. Los habitantes de París seguían su camino por las pequeñas calles llenas de turistas que se detenían delante de cada escaparate y aplastaban la nariz contra el cristal. Parejas de enamorados paseaban tomados de la mano por las estrechas aceras. Los coches pitaban, las motos pasaban haciendo ruido, delante de Les Deux Magots había gente sentada al sol contemplando la iglesia de St-Germain-desPrés con satisfacción. Se saludaban con un besito a la derecha, otro besito a la izquierda, hablaban, fumaban, reían y removían sus cafés crème o sus jus d'orange. Todo París parecía de buen humor, y este resultaba contagioso.
París parecía de buen humor, y este resultaba contagioso justo era un buen dia para cortarse el caballo. Con mi barba recortada y mi cabello igual bajé animado por la Rue de Seine, un ligero golpe de viento me revolvió el pelo, la vida era bella y estaba llena de maravillosas sorpresas.
Dos hombres elegantemente vestidos abandonaban en ese momento la Galerie de Sud. Rieron y gesticularon con las manos antes de desaparecer en la siguiente calle. Abrí la puerta de la galería. En un primer momento tuve la sensación de que no había nadie, pero entonces vi a Thierry y me quedé sin habla... ¡Esta vez sí que se había pasado!
Estaba sentada en uno de los cuatro taburetes de bar forrados de cuero que hay en la parte posterior delante de una pequeña barra, limándose las uñas mientras canturreaba. Sus largas piernas apenas estaban tapadas por unos harapos de cuero marrón oscuro que no se podía saber si eran una falda o más bien un cinturón ancho. La blusa blanca que llevaba le sentaba demasiado grande y permitía ver más de lo que sería normal en una playa de Hawái.
— ¡Thierry! —grité.
— ¡Aaah, Gary! —Contenta, Thierry dejó caer la lima de uñas y se bajó del taburete. — Me alegro de que hayas venido. Bermont acaba de llamar para saber si él podría reunirse con nosotros hoy.
— Thierry, esto no puede ser — Le dije enfadado.
— Pues entonces será mejor que le llames cuanto antes — Contestó con naturalidad.
— Me refiero a tu ropa. —La miré con incredulidad. —De verdad ¡Mujer! tienes que decidir ya de una vez si quieres trabajar de animadora en algún club o en una galería. ¿Qué significa ese delantal de cuero? ¿Me tomas el pelo, ¿no?
Thierry sonrió como nunca.
— Te gusta, ¿verdad? Me lo ha regalado Gustavo. —Se giró sobre sí misma—. Tienes que reconocer que me sienta muy bien.
— ¡Lo reconozco, pero no en mi galería! —Intenté dar a mi voz un tono de autoridad. — Si desconciertas a nuestros clientes hasta el punto de no saber si deben mirarte primero el escote o las bragas, ya no se van a interesar por los cuadros que tenemos colgados.
— ¡Qué exagerado! En primer lugar, no se me ve la ropa interior, lo que es una pena, y, en segundo lugar, acaban de estar aquí dos italianos encantadores a los que no les ha importado cómo voy vestida. —Tiró un poco de la falda para abajo y me lanzó una sonrisa triunfal—. ¡Al revés! He tenido una agradable conversación con ellos y han comprado el cuadro grande de Colette y quieren recogerlo el lunes... ¡aquí! —Me tendió una tarjeta de visita. — ¡Los italianos sí que saben apreciar que una mujer se ponga guapa, no como tú!
— ¡Thierry! — Tomé la tarjeta y la amenacé con el dedo índice. Esa chica siempre tenía un argumento en contra, y hacía su trabajo muy bien, lastimosamente...— Espero que vengas a mi galería vestida de forma apropiada. Con ropa apropiada para los franceses de cierto nivel, ¿entendido? ¡Si vuelves a aparecer con esa faldita de stripper me ocuparé de ti personalmente!
Ella sonrió, y sus ojos verdes brillaron
— Aaah, mon petit tigre, mi pequeño tigre, qué miedo me das... aunque... — Me miró de arriba abajo como si me viera por primera vez—. En realidad, no es mala idea que hicieras lo mismo. —Se metió un dedo en la boca con gesto coqueto, luego sacudió la cabeza. —No lo sé, Gustavo no estaría de acuerdo, me temo.
— Bueno, entonces queda todo claro —dije.
— ¡Todo claro, jefe! —repitió guiñándome un ojo. Y cuando se agachó para atarse el cordón del zapato derecho y me mostró su pequeño trasero, durante un instante de descontrol me tembló la mano derecha y tuve que contenerme para no darle a esa descarada el azote que se merecía.
Enseguida pasó ese instante, ella se incorporó de nuevo, se colocó bien la blusa y, en atención a mí, se abrochó un botón. Le di algunas instrucciones: que revisara el correo que quedaba, que no cerrara la galería antes de las dos y, de cara a la próxima exposición de Lau (La última antes de que empezaran las vacaciones de verano y París quedara desierta) que llamara a la imprenta que debía hacernos las invitaciones. A la hora de negociar el precio ella era imbatible.
— ¡Sí, sí, sí! —Asintió impaciente, y me puso el auricular del teléfono delante de las narices—. ¡Pero no te olvides de Bermont!
— ¿Bermont? ¡Ah, sí!
Recogí a Belmont, todavía en el Duc de Saint-Simon (para él el día no empieza antes de las once), accedí a recogerle para luego tomar algo juntos en La Ferme y, cuando colgué, me di cuenta de que se me había olvidado comentar con Lisa Clark el asunto de la mujer que había llamado preguntando por mí. Solo podía tratarse de alguna clienta que no había podido localizarme en la galería. ¿O se escondía alguien distinto detrás? ¿Una mujer que no se quería dar a conocer? ¡De pronto veía fantasmas por todas partes!
Thierry. me saludó muy contenta con la mano a través del cristal cuando salí otra vez a la calle. Yo le devolví el saludo. A pesar de nuestras pequeñas discusiones me resultaba de algún modo tranquilizador verla tan relajada en la tienda mientras se metía un chicle en la boca.
Pues, aunque tenía la sensación de estarperdiendo en parte el control de mi vida —por no hablar de las mujeres, que depronto parecían surgir de todas las esquinas para hacer de las suyas conmigo—,una cosa estaba muy clara: Thierry no era la Queen. Thierry era simplementeThierry. Y yo le estaba sumamente agradecido por eso.
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El Amor De Mi Vida Es Una Desconocida
RomanceGary Bale es el propietario de una galería de arte en París, la cual no solo exhibe pinturas de otros artistas, sino que también sus obras maestras están en toda su galería, es conocido como el nuevo Cupido para los medios de comunicación debido a q...