Capitulo 2: La señorita Lucille.

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Las modelos empezaron a servir la champaña en las copas y poner las entradas en las bandejas, mientras yo me ponía un corbatín alrededor de mi cuello, ya que las prefiero en algunas ocasiones que las corbatas. Mire a Colette y estaba nerviosa junto con su gorra que le seguía tapando medio rostro

— Vamos ven aquí. — Le dije un tanto molesto. — Esta es tu fiesta.

— Esta bien. — Me dijo Colette mientras se encogía de hombros.

— Y por amor a Dios, quítate de una vez esa gorra.

— ¿Qué tienes contra mi gorra?

— Porque ya no la necesitas, no necesitas ocultar tu rostro nunca más, juntos hacemos arte ¿No? Pero el mejor y el más hermoso arte de este sitio eres tú.

— ¿Qué quieres decir? Es decir... no soy bonita... no me considero bonita, pero...

— Si lo sé Colette. — La interrumpí al ver sus nervios. — Tienes razón no eres bonita. Pero ya lo dije te vez como el arte y el arte no tiene que verse bonito, tiene que ser hermoso y lo mejor de todo tiene que hacerte sentir algo, como una sensación especial.

Entre sus sonrojadas mejillas le di un pequeño beso y la sujete de los hombros mientras le dije << Es tu turno de brillar. >> Y fue ahí que decidió quitarse su estúpida gorra y lanzo una sonrisa.

Tome su mano y la lleve hacia la puerta donde salimos hacia el publico y ella pudo cumplir sus sueños, pude ver su mirada esperanzadora que yo tenía hace años, juntos Therry, Colette y yo presentamos la galería y saludamos a todos los clientes e invitados.

No habían pasado más de treinta minutos y ya se sabía que la exposición seria un maldito éxito. La galería estaba increíblemente llena de personas que conversaban y opinaban sobre los cuadros, mientras bebían champan y brindaban por el arte. Había acudido quizá y probablemente todo Paris junto con viejos clientes habituales y caras nuevas que llegaban a saludarme y felicitarme y pues claro sin llevarme todo el crédito presentaba a Colette y a Therry.

Las cuatro salas de la galería estaban repletas de personas, de fondo se podía escuchar a las sinfonías y como mi buena amiga jane hablaba animadamente con Colette.

Todo iba bien hasta que me topé con un viejo archienemigo Belmont de Sivair, un idiota caprichoso porque tuve más éxito que él desde temprano y porque los medios decían que su trabajo era mediocre comparado al mío.

Nos conocíamos desde hacía ya muchos años y, como cada vez que venía aParís, yo me había encargado de hacerle una reserva en el Duc de Saint-Simony de que ocupara su habitación preferida. Como yo alojaba con frecuencia a misclientes procedentes del extranjero en este hotel, tenía buenos contactos en larecepción, sobre todo desde que trabajaba allí Lisa Clark, la sobrina delpropietario del cual le debia un favor, cuya familia residía en Roma.

 —¿Monsieur Belmont de Sivair? —me había dicho por teléfono como si se tratarade un extraterrestre.

—Belmont —repliqué yo con un suspiro —. Belmont. Y se apellida Sivair, con S. —Ya me había acostumbrado a que Lisa, quien con su traje de chaquetaoscuro y sus gafas negras de Chanel era un ejemplo de elegancia a pesar de sujuventud, confundiera y cambiara a menudo los nombres de los huéspedes. 

— ¡Aaah! Entendu! Monsieur Belmont! ¿Por qué no me lo ha dicho antes? —Noté cierto reproche en su voz, pero evité hacer comentario alguno—.La habitación azul... un momento... eh... bien, sí, es posible. 

Pude ver en mi mente a mademoiselle Clark, sentada tras la mesa antigua dela recepción, con su pluma Waterman verde oscuro —que como todas lasWaterman tendía a echar borrones—, escribiendo concienzudamente y conmanchas de tinta en los dedos el nombre de Belmont en el libro deregistro, y tuve que sonreír.

El Amor De Mi Vida Es Una DesconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora