Capitulo 5: El cerebro y el amor.

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«Maravillosamente confuso»: esas son las palabras que mejor describen cómo me sentí durante el resto del día.

No estaba en condiciones de concentrarme en nada: ni en el taxista que se impacientó cuando no reaccioné a su segundo «Nous sommes là, monsieur, hemos llegado!», ni en Fernando de Lasegn, que me esperaba con resignación europea en uno de los andenes con preciosas lámparas de bola y sonrió con amabilidad cuando entré en la Gare du Nord con diez minutos de retraso, ni siquiera en la deliciosa comida que compartí con mi invitado español en Le Bélier, mi restaurante preferido, en la Rue des Beaux-Arts, en el que se come sentado en sillones de terciopelo rojo, en un ambiente realmente principesco y cuya carta siempre me sorprende con su minimalista sencillez.

También ese día se podía elegir entre la viande (carne), le poisson (pescado), les légumes (verduras) y le desert (postre). Una vez elegí como entrante, simple y llanamente, l'oeuf (el huevo) y me pareció muy sophisticated. La sencillez y la calidad de los platos convencieron también a mi amigo, que mostró su aprobación. Luego me habló con entusiasmo del bum del mercado del arte en el país de las sonrisas y de su última adquisición en una casa de subastas belga. Fernando de Lasegn es lo que se denomina un collectionneur compulsif, y podía haberle prestado más atención. En vez de eso removí distraído las légumes de mi plato y me pregunté por qué no podía ser todo en la vida tan sencillo como el menú de Le Bélier.

Mis pensamientos volvían una y otra vez a la enigmática carta que permanecía doblada en un bolsillo de mis pantalones. Nunca había recibido una carta así, una carta que me provocaba y emocionaba a la vez y que <<Para expresarlo en el lenguaje de la Queen Lux.>> me sumía en un indecible desconcierto.

¡¿Quién diablos era aquella Lux que me ofrecía con palabras delicadas la más maravillosa aventura amorosa y al mismo tiempo me castigaba como a un niño pequeño y "con los mejores deseos" esperaba una respuesta mía?!

Cuando Fernando se puso de pie y se disculpó ante mí con una leve inclinación para ir al baño, aproveché la ocasión para sacar otra vez el sobre azul cielo del bolsillo. Volví a sumergirme en aquellas líneas, que ya me resultaban tan conocidas como si las hubiera escrito yo mismo.

Un golpe sordo me hizo estremecer como un ladrón pillado in fraganti. Fernando de Lasegn, que había regresado sin hacer ruido, como un tigre, arrastró su silla y yo sonreí apurado, doblé la carta a toda prisa y me la guardé en el bolsillo de la chaqueta.

— ¡Oh, por favor, disculpe! —Fernando de Lasegn parecía molesto por su supuesta indiscreción. — No quería molestarle. Por favor, lea hasta el final.

— ¡Oh, no, no! —Repliqué con una sonrisa estúpida. — Es solo... Me ha escrito mi madre... Una celebración familiar... —Cielo santo, ¿qué tonterías le estaba diciendo? Un dios benévolo tuvo compasión de mí y mandó al camarero vestido de negro, que nos preguntó si queríamos tomar algo más.

Agradecido, pedí le desert, que resultó ser una crème brûlée, y me obligué a hacer un par de preguntas a Lasegn, que asentía con la comprensión propia del sentido familiar de los españoles. Mientras con unos cuantos «aaah» y «oooh» simulaba interés por sus detalladas explicaciones sobre la afición por los tulipanes en la Holanda del siglo XVII (¿cómo había llegado a ese tema?), mis pensamientos giraban en torno a la identidad de la bella remitente de la carta tenía que ser una mujer que yo conocía...O al menos una que me conocía a mí. Pero ¿de qué? Sé que puede sonar algo arrogante, pero mi vida está llena de mujeres. Uno se las encuentra por todas partes. Flirtea con ellas, discute con ellas, trabaja con ellas, ríe con ellas, pasa largas horas en un café con ellas... y de vez en cuando, cuando surge algo más, también las noches.

Pero esa carta no ofrecía ningún dato concreto que permitiera deducir quién era la caprichosa escritora. Porque era caprichosa, eso estaba muy claro. En la cara posterior de la carta, muy abajo, descubrí una dirección de correo electrónico: Queenlux@google-mail.com. Todo sumamente enigmático. El secretismo de la Queen me puso furioso, pero luego me vinieron a la mente sus preciosas palabras y me sentí fascinado.

— Monsieur Bale, no presta atención. — Me reprendió Lasegn con amabilidad. — Le acabo de preguntar qué hace Lauren Corbet y usted me ha respondido: «Hmm... sí, sí».

— Sí... yo... eh... dolor de cabeza. — Tartamudeé, y me llevé la mano a la frente. — Este tiempo me sienta fatal. En el exterior brillaba un suave sol de mayo y el aire estaba más claro que nunca en París. Lasegn elevó las cejas, pero evitó con cortesía cualquier comentario.

— ¿Y Laura? Ya sabe, la joven pintora caribeña. — Añadió a modo de aclaración, pues era evidente que no confiaba demasiado en mi capacidad de asociación.

— ¡Aaaah, Lau! —Sonreí un poco inquieto cuando me acordé de que le había prometido a mi pintora enamorada que pasaría hoy (¡¿hoy?!) a verla. — Laura... está en pleno big bang creativo — Dije, y me pareció que a la vista de su carácter explosivo no era ninguna mentira. — En junio presenta su segunda exposición, vendrá usted, ¿no? Lasegn asintió sonriendo y yo pedí la cuenta.

— ¿Puedo hacerle una pregunta personal Señor Bale? — Dijo Lasegn de la forma más fría y tenebrosa posible.

— Si... si q... ¿Que se le ofrece?

— ¿Cuál es el motivo de su nerviosismo y su distracción? ¿Está todo bien? Supongo yo, todo esto es debido a que después de que leyó la carta lo note así...

— Si le soy honesto Fernando ¿Puedo llamarlo así? (Acentuó con su cabeza) Ayer mientras venia de una de mis galerías y de una noche con una señorita encontré una carta en mi baño... todo eso es común ¿No? Pero al salir y ver mi correo encontré la nota que usted logro ver.

— ¿Es de esa señorita no?

— Resulta que no, es de alguien quien esta locamente enamorada de mí. — Le entregué la carta, vi que metió su mano en el bolsillo del saco para sacar unos lentes. — Y a pesar de todo lo que dice ahí, me ha dejado pensativo.

Se detuvo un momento al leerla, analizarla y comprender todas las sutiles líneas que detallaban amor hacia mi ser, cuando quito sus lentes y los puso contra la mesa, doblo la carta y quebró el horrible silencio.

— No cabe duda que es un Don Juan como se dice en mi país. — Exclamó riéndose. — Pero si de mi depende y dejo que tome mi consejo ¿Por qué no averiguar más sobre esta persona? Es decir, escribirle y ver su reacción.

— ¿No cree que es peligroso escribirle a una desconocida?

La verdad no, la vidasiempre trae sorpresas, es como el viento va por ahí flotando hasta llevarte algo.

El Amor De Mi Vida Es Una DesconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora