Tres días más tarde tenía el ánimo por los suelos... Ocurrió lo que me había temido. Lo peor no fue el horrible dolor de cabeza con que me desperté la mañana siguiente a la inauguración.
Ni tener que llamar ese mismo día —siguiendo el consejo de Eleonore— al Duc de Saint-Simon para disculparme ante mademoiselle Clark por mi inaceptable conducta (si bien ella reaccionó con bastantes reservas a mis excusas). Lo que me resultó realmente insoportable, lo que me agobiaba día y noche y me llenaba de pánico era el hecho de que la mujer ya no contestaba mis cartas.
No sé cuántas veces al día volé a casa con la esperanza de encontrar un email de ella en mi correo. Por las noches me despertaba y corría al cuarto de estar con la repentina certeza de que la Queen me acababa de escribir en ese momento.
Cinco minutos después volvía desilusionado a la cama y ya no podía dormir. Fue horrible. La Queen guardaba silencio, y entonces tuve claro hasta qué punto me había acostumbrado a recibir sus cartas, a ese intercambio de pensamientos y sentimientos que tenía lugar todos los días, sí, a veces a todas horas, que daba luz y color a mi vida y alas a mis sueños...Echaba de menos las pequeñas bromas y confesiones, los grandes anuncios y las propuestas eróticas, en las que unas veces iba uno por delante, otras veces el otro; me faltaban los mil un besos que volaban a través de la noche hasta mí, las historias que mi Sherezade sabía contar, las imágenes que me dibujaba, su burlón reproche de « ¡No sea tan impaciente, querido!» .
Al principio no le di suficiente importancia al asunto, lo admito. Sabía que la mujer se había enfadado, pero me creía capaz de poder conquistarla de nuevo con palabras bonitas. Contesté a su breve nota, naturalmente. La mañana siguiente me senté ante el ordenador y escribí a la furiosa dama un ingenioso email en el que le explicaba que no tenía ningún motivo para estar celosa, que la bella americana no me interesaba lo más mínimo, que no había pasado nada y que ese pequeño incidente era una quantité négligeable, « ¡tiene que creerme!» . Sonreí al enviar el email. Pero esa misma noche ya no sonreía... Cuando comprendí que no iba a recibir ninguna respuesta, me olvidé de las bromas, lo atribuí todo a la tensión y al exceso de alcohol y reconocí que había pasado algo, esas cosas que ocurren a veces, pero que no tenía nada que ver con ella, con la Queen, y le pedí que no fuera tan testaruda y se mostrara como la persona generosa que yo había aprendido a apreciar y se reconciliara conmigo.
Tampoco recibí ninguna respuesta a este email. Ella se mostraba sumamente obstinada. Me derrumbé, y yo también me puse furioso. En mi tercer email le expliqué que no se podía hacer una montaña de un grano de arena, que su reacción me parecía muy infantil. ¡Qué ridículo montar todo ese drama! Así que, si quería, podía seguir enfadada, yo por mi parte tenía cosas más importantes que hacer que perseguirla para pedirle perdón. Después de este mail me sentí bien durante una hora. Llevado por la vanidad y el orgullo, me fui a pasear con Chopper y avancé con paso decidido por las Tullerías, que estaba lleno de parejitas. Pero cuando volví a casa con las esperanzas renovadas, con la equivocada idea de haber hecho entrar en razón a la Queen, el buzón seguía vacío, y una ola de tristeza se llevó mi orgullo.
En un cuarto email escribí (sin muchas ganas) que la mujer le echaba la culpa a la persona equivocada: yo no había besado a la bella americana, ella me había obligado a besarla (¡adieu, Casanova!), esa era la verdad aunque las apariencias jugaran en mi contra. A pesar de todo podía entender su malestar y quería disculparme formalmente. En el quinto email le dije que había comprendido que con ella no se bromeaba con los besos a otras damas, pero que ya me había hecho esperar bastante, era un pecador arrepentido, que no volvería a ocurrir algo así, que había aprendido la lección, « pero, por favor, escríbame otra vez o dígame qué puedo hacer para que me perdone, su desdichado Gary» .
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El Amor De Mi Vida Es Una Desconocida
RomanceGary Bale es el propietario de una galería de arte en París, la cual no solo exhibe pinturas de otros artistas, sino que también sus obras maestras están en toda su galería, es conocido como el nuevo Cupido para los medios de comunicación debido a q...