Emma
Estaba deprimida. Eso estaba claro. Lo sabría hasta el dependiente que me vende la fruta en el mercado. Ese hombre que siempre tiene una sonrisa en su rostro cada día y para cada clienta que pase por su mostrador dando igual si él lo está pasando mal en su vida privada o no. Me encantaría poder ser como él, tener la capacidad para sonreír aunque en tu interior esté goteando un dolor que te va inundando. Sería más fácil tener una sonrisa que pareciera verdadera para que todos los demás vieran que estoy bien y dejaran de preguntarme día sí y día también. Aunque en estos momentos no tenga ni fuerzas para sonreír.
Las navidades fueron un desastre, fueron las peores de mi vida, pero eso ya lo sabía antes de que empezaran. Sabía que iba a faltar alguien, que habría una silla vacía, un silencio espeso y unas ganas de llorar con cada minuto que pasaba de la dichosa cena y comida, pero no se me partió el cuerpo en dos hasta que no nos sentamos todos, mi hermano, mi cuñada, mi sobrina y yo, al rededor de la mesa del comedor de Pablo y la ostia de realidad nos abofeteó a todos uno por uno.
Estuve a punto de vomitar, de llorar, de gritar, de arrancarme los pelos de la cabeza porque no soportaba ese dolor tan desgarrador, pero lo único que dije fue que no tenía hambre y que me iba a la habitación donde yo dormía temporalmente. No lloré, ni siquiera empecé a chillar como una loca ni a pegarle a la almohada para desahogarme, solo cogí el libro que me encanta como si me fuera la vida en ello y me sumergí entre las paginas y en sus letras para evadirme de la realidad. Era como si mi vida destrozada y llena de escombros no existiera, como si fuera la protagonista de esa novela y todo lo que estuviera fuera de esas cuatro paredes no tuviera importancia. No era sano, pero era lo único que me ayudaba a no ahogarme con mi propia respiración y en ese momento yo buscaba una salida para todo lo que me estaba pasando.
La relación con mi hermano iba muy mal. Hablábamos poco y a disgusto, y por eso sé que no me dijo realmente nada cuando me levanté de la mesa tan de repente el día de navidad antes de terminar el segundo plato. Sé que me siguieron con la mirada, que mi hermano se enfadaría mucho más conmigo, pero agradecí que no me obligaran a sentarme en la mesa de nuevo y celebrar algo cuando yo sabía que no había nada que celebrar.
Sé que Pablo también está dolido, que dentro de él estará igual de roto que yo, pero en ese momento me sentía tan egoísta que lo único que me importaba era poder pasar la siguiente hora sin llorar y sin darme una bofetada a mí misma.
Después de dos semanas aún no había podido ser capaz de entrar en casa de mi abuela, ni siquiera para recoger mis cosas. Tengo pánico a ver su butacón vacío, ha sentir el silencio de la casa como un grito que me recordaba que no me había podido despedir de ella. Terror a derrumbarme contra el suelo frío haciéndome un ovillo y no poder levantarme en mi vida porque la culpabilidad me estaría aplastando el cuerpo. Es algo superior a mi fuerzas, porque aún no he sido capaz de ver una foto suya.
No hablo con mi hermano, ni con mi cuñada ni con Alberto, solo por el miedo de que saquen el tema. No quiero hacerlo real, quiero pensar que aún está en su casa, acariciándose su anillo de casada y viendo su programa favorito debajo de la manta. No me imaginaba que sería tan duro cuando llegara el momento, porque aunque me habría encantado que fuera inmortal, sabía perfectamente que mi abuela no estaría para siempre. Pero saber que fui tan egoísta de irme de su lado para estar con Alberto me mata por dentro.
No soy la misma. Eso lo sabe hasta el perro del vecino. Se ha roto mi cuerpo, mi alma, y aunque intente luchar contra mí misma, mis ganas por quedarme en el limbo del tiempo y soportar el paso de los días, gana a mí yo razonable. No tengo más remedio que dejar que las horas pasen y no poder retroceder aunque sea lo que más desee.
Uno de los días, después de no celebrar el nuevo año y mientras leía tumbada en la cama de la habitación de invitados, unos nudillos tocaron en la puerta. La cabeza de mi hermano asomó cauteloso y, como si fuera un acto reflejo, me cerré en canal. No me apetecía nada hablar con él. Me había acostumbrado a que él pasara de mí y yo pasara de él, pero aún así dejé mi libro en la mesita de noche y me preparé para las mismas preguntas que Alberto siempre me decía.
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Ven Conmigo (2º Trilogía Conmigo) COMPLETA
RomancePortada realizada por eewriter. ¡Gracias! "Hazlo, y si te da miedo, hazlo con miedo."