Ven Conmigo (2º Trilogía Conmigo) COMPLETA

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Alberto

Frustrado, desesperado, frenético. No sabría describir realmente lo que me estaba pasando por el cuerpo. Estaba aterrorizado, con un miedo que me ahogaba cada día más. Sobre todo porque pasaban los días y la situación de Emma no mejoraba. 

Sabía que tenía que darle su tiempo, que se acercaban las navidades y eran fechas muy señaladas para ella porque siempre las pasaba junto a su hermano y su abuela. Sabía que le seguiría doliendo hasta que no se perdonara a ella misma, pero yo ya no sabía que más hacer. 

Ahora que habían llegado las fiestas, me tranquilizaba saber que podríamos pasar más tiempo juntos. Teníamos tres semanas de vacaciones hasta volver a retomar el segundo trimestre del curso, pero aunque nos viéramos más que antes y tuviéramos más momentos para nosotros, no conseguía que Emma volviera. Se encerraba en sí misma, casi no hablaba conmigo y yo cada vez estaba más nervioso porque sentía que prácticamente estaba conmigo por estar, no porque quería hacerlo. Muchos días me preguntaba: "¿La estoy obligando a vernos?", pero como nunca me decía nada le proponía planes con la esperanza de que ese día me sonriera y siempre me equivocaba. 

Mientras tanto, yo mismo me repetía que se le pasaría, que en algún momento se daría cuenta de que necesitaba ayuda. Me dolía verla así, me mataba sentirla tan lejos aunque nos estuviéramos dando un beso. Sentía que Emma se escapaba, se marchaba sin poder yo agarrarla. Sabía que tenía un problema, estaba deprimida. Tenía una depresión de caballo, pero lo que no sabía era como ayudarla. Intentaba sacar el tema para poder hablarlo, para sentirme aún parte de ella, pero enseguida me cortaba para decirme que estaba bien o se ponía tanto a la defensiva que tenía miedo de que se fuera y ya no quisiera volver a verme más porque la estaba agobiando. Me sentía entre la espada y la pared, y la paciencia se me estaba agotando. 

Las navidades tampoco fueron mejor. Me sentía asqueado, aterrorizado, preocupado porque sabía que estaba perdiendo a Emma, y que aunque deseara que no fuera así, no podía hacer nada por evitarlo. Teníamos la mesa llena de comida, muchas sillas rodeando la gran mesa del comedor de mi madre que solo la abríamos para estas fechas. Primos, tíos, hijos de mis primos, mis padres y yo disfrutando del manjar que había preparado mi madre. La familia reunida para ponernos al día, para reírnos, para contar anécdotas. Un ambiente navideño perfecto, pero mi cabeza estaba en otra parte. Mi mente se encontraba en la casa de Emma y el dolor que me producía saber que ella estaría más destrozada al tener un hueco vacío este año en la mesa. Me dijo que no iban a hacer nada especial, que sería como un día cualquiera porque no tenían nada que celebrar, pero aún así, sabía que estas fechas son como echar más leña al fuego a eso que yo llamo depresión. 

—¿Por qué no le dices a esa chica que aún no me has presentado y que tienes tan escondida para que se pase a tomar el café a casa? —me preguntó mi madre sacándome de mis pensamientos mientras me acariciaba el pelo de manera maternal. La sonrisa que me dedicaba era de amor puro, de ese incondicional porque soy su único hijo, pero en sus ojos se reflejaba la preocupación de una madre. Ella sabía que no estaba al cien por ciento estas dos últimas semanas. Que había algo que me preocupaba, pero realmente era algo que me estaba consumiendo por dentro.

—No creo. Hace dos semanas murió su abuela y sé que no son buenas fechas para ella. No le apetecerá. —y me levanto también para recoger los platos ya vacíos de la mesa. 

Sigo a mi madre hasta la cocina para dejar los platos sucios en el fregadero, y solo con cambiar de habitación, todo el jaleo que llevaban los demás familiares baja considerablemente. Las conversaciones bajan el tono y se convierten en el eco de un sonido que me estaba agobiando toda la mañana. Agradezco el silencio y el momento a solas con mi madre.