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Alberto

Miro mi teléfono por tercera vez, aunque realmente lo que estoy haciendo es desbloquearlo y meterme directamente en el chat que tengo con Emma. Una gran parte de mí quiere que le hable porque estoy preocupado por como estuvo ayer en la clase. Se la veía agotada, cansada, como si su cuerpo pesara el doble. Se equivocaba constantemente de paso y aunque me moría por preguntarle que es lo que le ocurría, tenía que interpretar mi papel y ordenarle que si no iba a prestar atención que debería irse a su habitación. Os juro que intenté decirlo con el mayor tacto posible pero al final salió mi parte agria para no llamar la atención y por otra lado mi parte autoritaria porque seguía cabreado con ella. Aún así, lo único que conseguí es que me dijera que estaba bien y que no volvería a suceder, dándome a entender lo cretino que puedo llegar a ser a veces. 

Con cada día que pasaba y no veía ningún cambio en ella era como un puñal que se clavaba en el centro de mi pecho. Era como una vocecilla que me decía que a ella no le importo tanto como creía porque seguía sin luchar aunque le diera a entender que estaba de acuerdo con la decisión suya de terminar con lo nuestro. Era un recordatorio constante de que cuanto más tiempo pasaba, más se enfriaba lo nuestro y más lejos la sentía. Tenía ganas de darme cabezazos con cualquier superficie por no tener ni puta idea de qué hacer con todo esto que me ahogaba, pero tenía claro que o Emma volvía o el que iba a acabar como una puñetera regadera era yo. 

Mi teléfono vibra entre mis manos indicándome que tengo un mensaje. Con una pequeña esperanza de que sea ella,  desbloqueo el teléfono, pero al ver que es un mensaje de mi amigo Tomas, toda esa ilusión se va por el desagüe. 

Tomas 20:58

Voy de camino al restaurante.

Yo 20:58

Perfecto. 

Nos vemos allí. 

Es la despedida de soltero de mi amigo Luis, y para ser sincero, no me apetece una mierda. No es porque nos vayamos a juntar todos de nuevo o porque vayan a estar Merida, Erik y también todas sus amigas, sino porque lo único que me apetece hacer desde hace dos semanas es estar con Emma, y saber que ahora mismo es imposible, me está destrozando por dentro. 

La semana pasada tuvimos que hacer la cena de ensayo ya que la boda sería a finales de enero. Nos reunimos y nos sentamos en grandes mesas todos los familiares de Luis e Izan, los amigos más íntimos y los novios. Será una boda pequeña, no más de cincuenta personas, pero aún así estar en ese lugar me agobiaba. Demasiadas risas, demasiada felicidad cuando mi cuerpo por dentro se está quedando vacío. Y aunque intentaba no fastidiar ningún momento de la cena y que los novios no supieran nada de mi ánimo, supongo que no lo escondí todo lo bien que creía. 

—¿Qué te ocurre? —me preguntó Tomas una vez el primo de Izan hizo un pequeño brindis y todos terminábamos de aplaudir después de beber de nuestras copas. 

—Nada. —dije enseguida mientras me sentaba bien y ordenaba los cubiertos para que estuvieran paralelamente al plato. 

—Te has bebido el vaso de un trago.

—Tenía sed. —y me encogí de hombros queriendo quitarle importancia. 

—Yo también creo que te pasa algo. —y levanté mis ojos para ver que, sentados en frente de mí, Merida y Erik me estaban mirando fijamente. 

—¿Podéis dejarme en paz? No me pasa nada y punto. —y me giré para llamar al camarero y que rellenara mi copa. 

Tomas dejó el tema enseguida sabiendo que cuando me ponía así no iba a conseguir sacar nada de mí, pero la mirada de Mérida la sentía en mi frente aunque no la estuviera mirando. No me dijo nada más sobre ese tema durante la cena y lo agradecí sabiendo que estaría en ascuas por saber lo que me pasaba, pero ninguno de mis amigos a parte de ella sabía de la existencia de Emma, y prefería que siguiera así, al menos hasta que hubiera solucionado este pinchazo constante en la boca de mi estomago. 

Ven Conmigo (2º Trilogía Conmigo) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora