Gabrielle
Sabía que no tenía que estar haciendo aquello. De hecho, era todo lo contrario a lo que debía estar haciendo, pero no había podido resistirme. Pierre, el de seguridad, me había dicho que no quedaba nadie en la oficina y cuando estaba acabando de pasar la mopa por el suelo de madera, los zapatos habían atraído mi atención sin remedio.
Había un estante desde el suelo hasta el techo repleto de ellos, puestos en fila para que cupiesen más. Me quedé un buen rato allí plantada, mordiéndome el labio y aferrada al palo de la mopa, como si esta pudiera convencerme de que aquello era una mala idea.
Pero no funcionó, porque la mopa no hablaba y los zapatos sí. Estos me llamaban sin ninguna consideración y agarré los dos primeros que me atrajeron la atención, de color rojo brillante. Me planté delante del espejo y enfundé mis pies callosos en el fino material. Que fuesen mi talla era cosa de Dios o el destino.
Me observé sujetándome la falda desteñida del uniforme y no pude evitar una media sonrisa. En realidad, los zapatos eran de pares diferentes, pero, aun así, hacían que mis piernas parecieran estilizadas y bonitas. Diferentes a lo que veía a diario...
—¿Qué haces? —Una voz masculina estuvo a punto de hacerme gritar.
Me giré hacia él, pensado que sería Pierre. Sin embargo, era uno de los directivos, con su traje caro, cara de disgusto continuo y brazos cruzados contra el pecho. Estuve a punto de caerme de los zapatos y él entró extendiendo una mano hacia mí como si quisiera sujetarme.
Mantuve el equilibrio a duras penas. Suficientemente humillante era que me hubiera descubierto así, sin necesidad de caerme de culo como una de esas estúpidas bobaliconas de las películas románticas. No pude quedarme allí, no quería estar cuando llegase seguridad, ni la policía.
Salí corriendo mientras gritaba una disculpa, o lo intentaba. No estaba segura de si había logrado decir algo. Perdí uno de los zapatos justo antes del ascensor, pero no paré hasta pulsar el botón redondo.
Por suerte estaba en la planta y se abrió enseguida. Entré, apreté el cero y luego una y otra vez el botón de cerrar puertas, mientras rezaba en silencio porque ese tipo no llegase hasta mí.
—¡Espera! —me gritó.
Pero no esperé. Se tropezó con el zapato que yo había perdido y eso dio tiempo a las puertas para cerrarse del todo. Yo suspiré aliviada cuando empecé a bajar y me apoyé en el espejo para poder respirar.
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Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️
RomanceGabrielle Leblanc trabaja como limpiadora en las oficinas de una multinacional de moda. Una noche, siente la tentación de probarse unos zapatos de tacón rojos, no podía imaginarse que acabaría robándolos, ni que sería descubierta haciéndolo. Y mucho...