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Lorcan

A los seis años, decidí quién quería ser en la vida. Quizá suene algo categórico, que un niño que no sabía atarse los cordones de los zapatos, decidiera que lugar exacto quería ocupar en el mundo. Pero yo lo hice.

Aquel día empezó como cualquier otro, los grandes días, siempre empiezan de las maneras más comunes. Era viernes, desayuné con Will y nuestra madre y luego fuimos juntos en el autobús al colegio. Unos niños mayores me molestaron a la vuelta y William golpeó a uno en la nariz. Era su amigo, pero siempre me defendía por encima de todos.

Tras llegar a casa, merendar, jugar con mi hermano y esas cosas normales, mi madre me pidió que fuera con ella a la salita de estar. Recuerdo la cara de cabreo de Will porque ella le mandase a ayudar a los sirvientes en lugar de dejarle participar de la conversación.

Pepper, mi chucho sin raza, pero fiel a rabiar, me siguió dando saltitos, con la lengua fuera, agotado por habernos seguido en el patio trasero durante un buen rato. Yo iba sudado y lleno de barro. En realidad, pensaba que mi madre me iba a regañar por haber vuelto a manchar la alfombra de la suciedad de fuera, pero ella estaba tan seria, que temí que hubiera pasado algo.

Me hizo sentarme y arrastró una butacona para ponerse justo delante, muy cerca. Y el miedo me apretó el corazón. ¿Le había pasado algo a mi padre? Fue lo primero que pensé, porque habían pasado dos meses desde mi cumpleaños y él siempre venía a felicitarnos, pero aún no le había visto.

—Lorcan, sabes que te quiero con toda mi alma —me dijo mi madre—. Pero hay algo que debo contarte. Creo que debes saberlo ya. He esperado a que viniera Bill... papá, para contártelo juntos.

—¿Está bien? —me preocupé, tragando dolorosa saliva.

—Sí, mi amor. —Mi madre era tan dulce que no pude evitar una pequeña sonrisa.

Yo también la quería y por ese entonces, quizá no sabía cuantificar los sentimientos, pero hubiera muerto por ella de poder hacerlo.

—¿Entonces?

—Primero debes entender cuanto te quiero. ¿Lo sabes? —Esta vez, solo pude asentir—. Y también sabes, que la vida de los adultos es muy complicada y a veces nos pasan cosas muy complicadas.

No recuerdo sus palabras exactas después de eso. Uno esperaría que cuando su madre le cuenta que no es su madre, se le grabe en el alma, palabra por palabra, pero no fue así. Me contó una historia bonita sobre mi madre biológica. Tardé años en descubrir la historia real. Nada de hermosas fabulas sobre amor verdadero y hacerlo por mi bien.

Mi madre era una puta. Trabajaba en un bar de estriptis y, a mi padre, le encantan esos lugares, al parecer. Cuando se quedó embarazada de mí, le sacó toda la pasta que pudo a mi padre, tras una prueba muy costosa de paternidad prenatal. Luego, cuando nací, me dejó en la puerta de mi padre. Al pensar en ello, imagino que me dejó en una puta caja de cartón, con una manta roñosa y una nota garabateada que dijera algo así como: «esta mierda es tuya».

Por supuesto, la historia de mi madre adoptiva, de mi madre, fue mucho más bonita. Pero, a fin de cuentas, era lo mismo. El caso es que mi padre decidió que no era capaz de criar a una criaturita y tiró de lo que pudo: la madre de otro de sus hijos. William solo era dos años mayor que yo y, por suerte, su madre tenía corazón para todo el mundo, así que me adoptó sin problema.

Sin embargo, y a título de curiosidad, me gustaría decir que mi padre no tuvo problema en quedarse a mi hermana Jade solo un par de años después, cuando su madre murió. En fin, no era criar a un niño con lo que debía tener problemas, sino con criarme a mí.

Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora