Gabrielle
—Nunca había viajado en primera clase —reconocí a Lorcan, para romper el hielo.
Me había dejado sentarme junto a la ventanilla, pero los asientos eran tan amplios, que podríamos haber ido en el mismo los dos. Me sonrojé al pensar en aquello, por suerte él no me miró. Iba recostado, con los ojos cerrados. Parecía agotado.
—Por desgracia no vas a poder disfrutarlo mucho, es un vuelo corto.
—Lástima. ¿Les decimos que vayan dando la vuelta por el otro lado? —bromeé, haciéndole reír, sin abrir los ojos aún.
—No exageres, no creo que sea tan diferente a ir en turista...
—¿No crees...? —resoplé, al darme cuenta de lo que implicaban sus palabras—. ¿Nunca has ido en turista?
—No.
—Vaya, te quejas mucho de tu padre, pero es como caerte en la marmita del dinero al nacer...
Lorcan abrió los ojos entonces y me miró un rato que me pareció eterno, en completo silencio. Sentí que su mirada azul me recorría entera y veía más allá de mí. Ni siquiera sabía qué buscaba, pero me sonrojé terriblemente, como si todos mis pensamientos quedasen expuestos para él. Y, últimamente, mis pensamientos no estaban siendo muy santurrones respecto a Lorcan.
Cada día de la semana, en el trabajo, me había planteado entrar en su despacho, cerrar tras de mí y lanzarme a sus brazos. Sin embargo, había tratado de portarme de forma profesional, para que no se arrepintiera de haberme contratado. Sentía que tenía que aprovechar la oportunidad que me había dado al máximo.
—Una vez vi un reportaje sobre ganadores de la lotería, Gabrielle —explicó entonces, con mucha calma, como si tuviéramos... bueno una hora y pico de viaje por delante—. Todo el mundo se alegraba mucho al tocarle, claro, pero luego su vida se convertía en caos. Porque la gente se acercaba a ellos por el dinero, se peleaban, les robaban y hasta mataban por quitárselo. Eso por no contar los que gastaban por encima de sus posibilidades y se endeudaban o los que acababan pinchándoselo todo...
—Lo que fácil viene, fácil se va, decía mi abuelita —le di la razón.
—Sí, supongo. Ser hijo de mi padre, es una lotería. Naces teniendo que luchar porque él decida que de verdad eres un Millerfort, cosa que no pasa siempre. —Se estremeció un poco y perdió la mirada, como si hubiera una historia en la que no quiso entrar, pero que le ponía los pelos de punta—. Y cuando Bill decide que eres su hijo, no es un premio. Es una obligación. Sí, tengo dinero, pero te aseguro que no merece la pena la mayoría de las veces. En ocasiones me imagino como sería mi vida si hubiera nacido en una familia normal...
Guardamos silencio un rato, pensativos quizá. Yo traté de imaginarme cómo sería Lorcan si viniera de una familia pobre, pero no conseguí hacerlo. Simplemente no me lo imaginaba sin sus trajes caros.
—No podrías vivir sin secretaria —bromeé finalmente, para aliviar la tensión repentina.
Él se rio y volvió a cerrar los ojos, recostándose un poco mejor en el asiento. Supuse que iba a dormirse y a dejar la conversación ahí. Así que me dediqué a mirar por la venta. Ya era de noche, así que solo podía ver luces a lo lejos.
—En realidad, tengo un conflicto de intereses con mi secretaria —me dijo pasados un par de minutos.
Yo tragué saliva nerviosa antes de mirarle. No habíamos hablado del beso en la noria, ni del beso en mi casa, ni en la suya, ni el de la oficina. Tampoco habíamos hablado nada más, como el lugar dónde nos dejaba eso. Y me dio miedo que fuera a decirme que teníamos que dejar de hacerlo. En realidad, lo había dicho antes, pero había sido justo antes de besarme, así que no pude tomármelo muy en serio.
ESTÁS LEYENDO
Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️
RomanceGabrielle Leblanc trabaja como limpiadora en las oficinas de una multinacional de moda. Una noche, siente la tentación de probarse unos zapatos de tacón rojos, no podía imaginarse que acabaría robándolos, ni que sería descubierta haciéndolo. Y mucho...