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Lorcan

Me salté un semáforo en rojo e ignoré a los dos coches que me pitaron. Mientras llamaba a la policía y casi les gritaba lo que había oído. No pude evitar poner la cámara espía para ver que tenía que decir Gabrielle, porque en el fondo, deseaba estar equivocado.

Mis alarmas interiores no habían saltado hasta que oí a su madrastra decir que había envenenado al hombre con el que había obligado a Gabrielle a casarse. Algo iba muy mal, lo tenía claro. Y Gabrielle estaba sola con esa psicópata que iba declarando matar gente tan libremente...

Yo llevaba el portátil abierto en el asiento del copiloto, para enterarme de si pasaba algo grave y cuando aparqué malamente sobre la acera vi a esa mujer inclinarse sobre Gabrielle con la jeringuilla en la mano.

Salté del coche y corrí escaleras arriba. Desesperado. Ni siquiera me di cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas hasta que abrí la puerta de una patada.

Gabrielle estaba tendida en el suelo y su madrastra sobre ella, pero se apartó enseguida y empezó a llorar de forma desesperada. Aún tenía la jeringuilla casi vacía clavada en el brazo. No conseguí moverme hasta pasados tres segundos eternos.

—¡Mi hija, mi hija! ¡Está muerta! —gritaba su madrastra.

Yo me arrodillé junto a Gabrielle para sujetar su cara con suavidad. Estaba fría y cubierta de lágrimas, pero no era posible que aquello hubiera hecho efecto tan rápido, ¿no? Debía seguir viva. Tenía que estar bien. No soportaría...

No era justo que lo último que hubiéramos hablado hubiese sido algo tan horrible.

La policía entró menos de un minuto después, y unos paramédicos llegaron justo detrás. Yo expliqué lo sucedido como si fuera una historia ajena, mientras veía cómo se llevaban a Gabbs.

Su madrastra no dejó de gritar que todo era mentira mientras se la llevaban. Yo solo quería que Gabrielle se pusiera bien. O volver atrás en el tiempo para arreglarlo. Pero sabía que ni todo el dinero del mundo compraría lo que yo necesitaba en ese momento...

-o-o-o-

Jaq me apoyó la mano en el brazo en un intento de consolarme, pero no funcionó ni un poco. Estaba seguro de que la mitad del tiempo no respiraba y la otra mitad era mi corazón el que se saltaba latidos. Aquello no era justo para nada, menos de medio año antes estaba en una sala similar, pensando que mi hermano iba a morir. Y ahora Gabrielle... Y, encima, había sido por mi culpa, de alguna manera.

Ni siquiera entendía del todo su historia, había huecos que no me cuadraban, pero no me importaba ya. Solo sabía que me había portado como un gilipollas... Como un niño temeroso y asustado... Justo como ella había dicho.

El médico salió después de horas de espera, acompañado de un policía. Pararon delante de Jaq, Gus y de mí. Y los tres nos levantamos de un salto. Gus también había dejado muy claro que aquello era culpa mía, después de que les explicase lo sucedido, así que no logré apaciguarme en todo el tiempo.

—Está estable, se pondrá bien. Es una suerte que la encontraseis tan rápido —nos explicó el médico—. Podéis entrar a verla cinco minutos, si queréis, pero sigue dormida. Mañana la pasaremos a planta y podréis visitarla con normalidad.

—Gracias, doctor —respondió Jaq, mientras yo entraba a la habitación sin ser capaz de articular palabra.

Necesitaba comprobar que de verdad estaba bien. No me valía con lo que él me dijese. La encontré dormida, tal como había dicho el médico, pero las máquinas a su alrededor indicaban que estaba bien y ella respiraba con normalidad. Me acerqué para comprobarlo.

Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora