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Gabrielle

—¿Eres la nueva secretaria? —me preguntó una señora que iba con pinta de agobio de un lado para otro, en cuanto entré en la oficina.

—Sí, soy Gabrielle —me presenté con una sonrisa, tendiéndole la mano con la que no sujetaba el café.

—Me parece muy bien, llegas tarde —respondió, apuntando algo en la libreta que llevaba en la mano.

Yo miré el reloj para comprobar la hora.

—Son las ocho menos cinco y me dijeron que empezaba a las ocho.

—A partir de ahora, llega a las siete y media. Tienes que estar antes que los directivos.

—Claro —respondí tratando de conservar la sonrisa. Odiaba madrugar tanto.

—Además, no saldrás hasta que el señor Millerfort se vaya o te diga que puedes irte, olvídate de los horarios.

—Vale.

Pese a mi inmediata aceptación me pregunté por qué tenía que decirme Lorcan cuando irme. Además, si de él dependía, seguro que trabajaba veinticuatro siete. Si parecía que él vivía ahí.

—¿Tienes experiencia como secretaria? —me preguntó, sin dejar de apuntar en la libreta.

—No... —Me miró fatal y yo me sentí peor, así que compuse mi mejor sonrisa y traté de arreglarlo—. No mucha.

—Vale. Ven por aquí.

Me guio por la oficina y flipé a la velocidad que podía moverse con los tacones enormes que llevaba. Yo los llevaba la mitad de bajos y, aun así, me costó seguirle el ritmo. Paró delante de la oficina de Lorcan y llamó un par de veces antes de entrar.

—Le traigo a su nueva secretaria, señor Millerfort —explicó y yo solo pude parpadear un par de veces.

Lorcan no pareció menos sorprendido cuando me vio.

—Tiene que haber un error, yo pensaba... —empecé, pero aquella mujer tan simpática me cortó.

—Olvídate de pensar y empieza a responder al teléfono.

No sonaba ningún teléfono, pero me sorprendió tanto su corte que solo pude boquear un par de veces. Lorcan puso mala cara e intervino por mí.

—¿La señorita Leblanc no iba a ser la secretaria de Jaq, Colette?

—Iba a serlo, señor Millerfort, hasta que ayer decidió despedir a la mitad de mi plantilla. Curiosamente, la secretaria del señor Gaillard sigue en su puesto de trabajo. Así que no voy a mover a todo el mundo. ¿Hay algún problema?

—Ninguno —aseguró Lorcan.

A mí no me preguntaron ninguno de los dos, pero le lancé una mirada de auxilio al señor Millerfort antes de que la tal Colette volviera a hacerme salir.

—Esa es tu mesa. El teléfono está ahí y el ordenador al lado —señaló, como si yo fuera idiota.

Aunque teniendo en cuenta el proceso de selección que Remy había seguido hasta entonces, quizá no era tan raro que las secretarias que contratasen necesitaran indicaciones para ver el teléfono y el ordenador.

—Sabré usarlos —aseguré, y se me escapó cierto tono burlón.

—El señor Millerfort te dará indicaciones respecto al trabajo que debes realizar. De momento, nos conformamos con que atiendas las llamas. Pregunta siempre el nombre a quién llame y si es Bill Millerfort, no le pases directamente, dile que está reunido e informa al señor Millerfort.

Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora