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Gabrielle

Tenía una pila de diseños apoyados en equilibrio sobre la esquina de mi escritorio. Además, me había colocado el teléfono entre la oreja y el hombro, y cogía nota apresurada de lo que me estaba contando un señor de otro departamento. Hacía años que no tomaba apuntes, pero aquello debía convalidarme los años de instituto que había dejado a medias. En el ordenador tenía abierto un informe que Colette me había pedido de lo que había hecho desde que empecé a trabajar allí y que aún tenía a medias. Y cualquier hueco libre de mi escritorio estaba cubierto de post-it para Lorcan.

Menuda vuelta al trabajo más dura. Ahora entendía la gente que se quejaba de los lunes. Antes, solía trabajar de lunes a domingo casi todas las semanas, así que nunca me habían resultado especialmente duros. Sin embargo, ese lunes tenía ganas de meterme debajo de la mesa a tirarme del pelo.

Y, para colmo, cada vez que paraba un segundo mi mente volaba a ese fin de semana, en casa de la familia de Lorcan. La fiesta, los besos y la última noche que habíamos pasado juntos... El domingo, tras volver, Lorcan me había dejado en mi casa y se había ido con un beso casto en la mejilla.

Y temía que todo se hubiera quedado en Inglaterra. ¿Y si no quería seguir con lo que fuera que teníamos allí? ¿Y si quería que solo fuese su secretaria de nuevo? Ya no estaba segura de poder vivir sin los besos de Lorcan, la verdad.

Esa mañana cuando él llegó a la oficina yo ya estaba tras mi escritorio y se había limitado a un muy educado: «buenos días, señorita Leblanc». Y no había vuelto a verle.

—¿Está el señor Millerfort? —me preguntó una voz femenina.

—Sí...

Me arrepentí en cuanto respondí, porque no estaba segura de si debía dejar entrar a alguien en su despacho, pero la mujer no me dejó rectificar, cuando lo intenté ya estaba dentro.

—¿Has tomado nota de todo? —me preguntó el tipo del teléfono.

—Sí, sí —mentí, porque estaba segura de que no me había enterado de la mitad de lo que decía.

Me colgó sin más despedida y yo revisé los garabatos inconexos y las frases sueltas. Me dije que Lorcan quizá entendiera de que iba todo aquello. Alcé la vista hacia su puerta, pero esta estaba cerrada, así que no podía saber quién era la mujer...

Suspiré y miré el informe a medias... Aquello me aburría mortalmente. Así que levanté el teléfono para llamar a Jaq, a ver qué se contaba. No llegué a marcar antes de que un pitido me avisase de la llamada de Lorcan.

—¿Señor Millerfort? —respondí formal.

—¿Puedes venir, señorita Leblanc?

No pude evitar sonrojarme, pese a que era una tontería. Pero ahora me parecía que me hablaba de una forma mucho más íntima que antes. Quizá era absurdo, pero...

Me di cuenta de que había vuelto a quedarme colgada así que me levanté a toda prisa y entré en su despacho, tras golpear la puerta un par de veces. Me di cuenta de que quizá debería haber cogido la libreta para tomar notas de lo que quisiera. Era un desastre de secretaria, tampoco iba a engañarme.

—Necesito que firmes esto —me pidió.

Yo me acerqué con el ceño fruncido, sin entender por qué tenía que firmar nada. La mujer que había entrado antes estaba sentada al otro lado del escritorio, de frente a Lorcan. Yo leí el papel que ella había girado hacia mí y no pude evitar mirarle sorprendida cuando entendí lo que era. Era el papel que Jade había dicho que debíamos firmar. Para declarar que teníamos una relación personal.

Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora