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Gabrielle

Estaba acostumbrada a dormir poco, al menos cuando no estaba resacosa (aunque odio madrugar). Y la emoción de estar en la magnífica casa de Lorcan, no me dejó relajarme del todo. Así que me desperté poco después del amanecer. Tras una visita al baño comprobé que la puerta de mi anfitrión seguía cerrada, así que deduje que estaba dormido y me dediqué a cotillearle el piso.

¿Qué voy a hacerle? Tengo una vena cotilla que no puedo refrenar. Adoraba estar en casas ajenas y comprobar qué ocultaban los cajones y armarios. Y allí, lo que más me sorprendió, fue lo limpio y ordenado que estaba todo. Coincidía con la idea mental de Lorcan que me había hecho, claro, pero, aun así, no encontré ni una pelusa, ni una toalla fuera de lugar, ni un calcetín sucio.

En cierto momento, me sentí algo desconcertada, porque en el armario de la habitación de invitados había ropa de mujer y hombre por igual, pero él no me había sugerido que cogiera nada, así que debía ser de alguien... ¿A quién invitaría Lorcan a su casa? Eso era raro, y se salía del prototipo mental de él que tenía en mi cabeza. Pensaba que era solitario y huraño. ¿Quién sería digno de compartir su casa hasta el punto de dejarse ropa en ella? Si fuera de sus amantes lo tendría en su dormitorio y no en la habitación de invitados, ¿no?

Tras hacer la cama y ordenar lo poco que había desordenado, me fui a la cocina, con el estómago rugiéndome de hambre. Pegado a una nevera enorme y doble, tenía un calendario de comidas. Comprobé que había fruta para desayunar y abrí el frigorífico para encontrarme un montón de táperes perfectamente ordenados para los siguientes tres días. Me pareció algo psicopático, la verdad, pero, por la letra desigual de estos, estuve segura de que no pertenecía a Lorcan. Debía tener alguien que le cocinaba su lista. ¿Le limpiarían la casa también? Me alegré de no trabajar allí, seguro que era muy exigente.

Saqué una jarra de leche y luego un puñado de frutas de una cesta para hacer un batido. Rebusqué entre los armarios para poder saltarme su dieta y preparar unas tostadas con huevo. Me moría de hambre y un poco de fruta no sería suficiente.

Lorcan apareció cuando estaba acabando de preparar todo y me miró con cierta curiosidad. Me pregunté si alguna vez alguien habría cocinado así para él. Yo ignoré su escáner, era consciente de que no llevaba pantalones y que su camiseta de manga corta, que me cubría hasta debajo del culo, se transparentaba ligeramente, mostrando mi ropa interior. Él, sin embargo, estaba decepcionantemente vestido y arreglado. No llevaba corbata, ni chaqueta, pero sí pantalones de traje y una camisa blanca.

—¿Qué pasa? —me preguntó, cuando dejé ver mi decepción.

—Esperaba verte despeinado, sin afeitar y en pijama —reconocí.

—No uso pijama —reconoció, como si tal cosa, quitándome un gajo de manzana pelado que aún no había echado a la batidora.

—¿Y tampoco te despeinas? —me burlé, antes de echar el resto de fruta y la leche y encender la batidora.

Él esperó con mucha paciencia a que acabase, sentándose al otro lado de la barra americana en un taburete alto.

—A veces —me dijo finalmente, con una sonrisa sugerente que me hizo latir muy fuerte el corazón.

—Seguro que no —le piqué, sirviendo los batidos—. Encontrarás la postura para evitarlo.

—Prefiero estar arriba —reconoció con simpleza, haciendo que vertiese un poco del batido.

Me apresuré a secarlo y dejar la jarra en paz. Él acabó de servirnos, mientras yo repartía el resto del desayuno. No se quejó porque me saltase su exagerada dieta. No me extrañaba nada que, incluso bajo la camisa, se adivinasen todos sus músculos.

Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora