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Gabrielle

Aún me sentía idiota por mi comportamiento con Lorcan al día siguiente, cuando salí del trabajo en la fábrica. Un grupo de tíos salieron del único bar de la zona a la vez que yo pasaba y me dijeron algo, haciéndome olvidar brevemente el ridículo que había hecho al suplicarle a Lorcan que me besase. ¡Peor! Me había lanzado a su cuello, pese a mi determinación de hacerle suplicar por mí...

Apreté el paso, mirando de reojo hacia atrás, para ver que estaban cada vez más cerca. Y, al girar una calle, me encontré de frente a Lorcan. Estaba apoyado en su coche, con el móvil en las manos y no pude evitar suspirar aliviada al verle. Ni siquiera me importaba qué hacía allí. Solo sabía que, bueno, estaba allí.

—Hola —me saludó, alzando la vista un momento. Estaba demasiado serio y me puse nerviosa de nuevo.

—Hola.

—¿Vamos a cenar? Tenemos que hablar.

Sus palabras lograron ponerme más nerviosa que los tíos que me seguían que, por cierto, al ver a Lorcan, se habían quedado parados unos metros más allá. Él me abrió la puerta de su coche y les echó un vistazo, con mala cara aún, antes de darle la vuelta al Ferrari y subirse en el asiento del conductor.

—¿Estás bien? —dudé nerviosa, cuando arrancó.

—Sí, pero tenemos que hacer planes para el lunes. ¿No? He conseguido una cámara espía, tal como sugirió tu amigo.

Suspiré aliviada porque ese fuera el tema del que quería hablar. Temía haberlo estropeado todo por mi ridícula actuación la noche anterior. Yo me había prometido mantener distancias y conservar la dignidad y había acabado borracha perdida y suplicándole un beso...

—Claro. Pero, para no variar, no voy vestida para cenar —murmuré avergonzada, señalando el uniforme desteñido. Lo había lavado tantas veces con lejía que apenas conservaba el color azul original.

—Iremos a mi casa, así podremos probar la cámara.

—¿Haciendo qué? —pregunté bromista.

No pretendía que sonase a algo sexual, pero al darme cuenta, me sonrojé entera.

—Menuda descarada, señorita Leblanc —bromeó, con una sonrisa, y me relajé un tanto.

—Siento lo de anoche, había bebido demasiado —murmuré entonces, más tranquila.

—No te preocupes, yo también debía ir algo borracho...

Sabía que él apenas había bebido, pero agradecí que se echase la culpa en parte y no se burlase de mí, ni nada parecido.

Espera, ¿había dicho qué íbamos a su casa? Me puse nerviosa de nuevo. Mi plan original seguía en mi cabeza, pero ya no confiaba en mí misma para no perder la cabeza cerca de él. Aún quería que fuese él quien diese el primer paso. O el tercero.

¡Es que era tan genial besarle! Clavé la vista en él, mientras conducía concentrado. ¿Cómo debía resistirme si me temblaban las rodillas? ¡¿Qué digo?! Hacía que el mundo entero se tambalease como si fuera una hoja de papel movida por el viento huracanado más fuerte de la historia.

Aparcó en su casa y tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para bajar del coche. ¿Cómo íbamos a estar juntos y solos en su casa y a evitar tocarle, besarle o quitarle la dichosa corbata?

Sin embargo, la respuesta me golpeó como un palazo en el estómago. Había una chica apoyada en la puerta de su piso. Una chica preciosa. Tenía el pelo larguísimo y completamente negro, recogido en una trenza que reposaba en su hombro y llegaba hasta su cintura. Además, de unos ojos rasgados y de un color tan azul como los de Lorcan. Y, con mi uniforme de limpiadora, me sentí muy ridícula delante de su traje de dos piezas.

Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora