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Un mes después

Gabrielle

Sonreí sin llegar a sentir nada a la encantadora pareja que quiso llevarse tres de mis cuadros, con la promesa de que volverían al día siguiente a por más. Al parecer, querían decorar la casa entera con mis cuadros. Y eso debía ilusionarme, supuse.

Sin embargo, en cuanto me quedé sola, perdí cualquier rastro de sonrisa. Me senté en el murete que me separaba de la arena de la playa, jugando con el pincel sucio que me llenó aún más de pintura la ropa y las manos y observé el atardecer con los ojos llenos de lágrimas.

Había supuesto que el tiempo y la distancia me calmaría, pero cada noche no podía pensar en otra cosa que no fuera Lorcan y cada día le buscaba casi inconsciente entre la gente. Como si fuera a aparecer mágicamente allí... Para buscarme a mí.

Sin embargo, era el único Millerfort (al menos de los que conocía), que no había hecho intento de contactar conmigo desde que me había ido.

Incluso Bill Millerfort me llamó para ofrecerme más dinero por volver al trabajo. Jade me había ofrecido un puesto en otra de sus empresas para trabajar con ella. Will y Aysha habían llamado solo para interesarse de cómo estaba, aunque me habían ofrecido su casa siempre que quisiera. Y Peter apareció un fin de semana por allí, y me había repetido la oferta de casarme con él. Decía que eso le haría un favor y le daría una lección al tonto de su hermano. Sin embargo, le conocía lo suficiente ya para saber que no hablaba en serio y que solo pretendía animarme. Los dos días que pasé con él, comportándonos casi como hermanos, fueron los únicos medio felices desde que me había ido.

Pero no sabía nada de Lorcan y cada día estaba más triste. Las sonrisas me costaban mucho más y las lágrimas afloraban con más facilidad a mis ojos. Al final, supuse que era yo la que se había vuelto gris como una tormenta. Solitaria...

Cada día me planteaba volver. Pero ya no podía hacerlo. Había tomado una decisión y debía ser consecuente con ella. Estaba segura de que Lorcan había encontrado alguien con quién sustituirme y ¿qué dignidad me quedaría a mí de aparecer allí sin que él me lo pidiese...? Había sido su secretaria así que sabía que tenía un amplio surtido de mujeres con las que pasar la pena...

Y yo no podía ni respirar solo de pensar en todo lo que había perdido. Otra vez.

Ni siquiera sabía aún como encajar lo de que mi padre no fuera un borracho sino un buen hombre preocupado por mí. Que había muerto seguramente pensando que yo estaría a salvo y protegida.

—¿Te encuentras bien? —Una chica paró a mi lado y yo solo pude asentir y secarme las lágrimas con la palma.

Ella pareció preocupada y me alegró ver que quedaba gente amable y buena, capaz de preocuparse por los demás. Sin embargo, como no hice intento de hablar con ella, acabó yéndose.

Yo me levanté, con toda la calma del mundo porque, a fin de cuentas, nadie me esperaba en el pequeño estudio que había alquilado cerca de la playa. Y empecé a recoger mis cosas.

En ello estaba, cuando un ladrido me hizo incorporarme de golpe. Si no fuera imposible, habría dicho que era Gris.

Y Gris se me tiró encima, tan de golpe, que casi me caí de culo.

Me agaché para acariciarle y él ladró y apoyó las patas delanteras sobre mis hombros, mientras me lamía la cara como si yo fuera un delicioso helado de frambuesa. Le rasqué tras las orejas y, la verdad, todas las partes donde llegaba, porque le había echado casi tanto de menos como a Lorcan.

Alcé la mirada, al darme cuenta de que, si el perro estaba ahí, el dueño tenía que estar cerca. Le vi parado detrás, con las manos en los bolsillos. Llevaba una camiseta de manga corta muy favorecedora, de color gris oscuro, que se ajustaba a su cuerpo, aunque no tenía un solo dibujo, solo el nombre de la marca. Y unos vaqueros oscuros. Sin su traje no parecía él, aunque iba perfectamente afeitado y peinado, como siempre.

Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora