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Gabrielle

Mi relación con Gus siempre había sido de apoyo mutuo. Escuchábamos el drama del otro, comíamos helado y no nos metíamos en nuestras decisiones mutuas jamás. Éramos mayorcitos, los dos sabíamos qué hacer con nuestra vida, o eso se suponía. Así que nos apoyábamos incondicionalmente.

Por eso, solo pude mirar a Gus boquiabierta mientras él entraba en cólera. Llevaba el pelo recogido en una coleta y la camisa medio abierta. Estaba guapo, pese a la ira que destilaba. Jaq estaba sentado en el sillón más alejado de nosotros, porque aún estaba en la casa cuando yo había llegado. Por suerte, Lorcan se había ido después de dejarme.

—¡No me puedo creer que pienses siquiera en volver a ese psiquiátrico! —me gritaba Gus.

Yo miré a Jaq, que perdió la vista en el techo, como si fuera lo más fascinante del mundo. Supuse que no quería tomar partido.

—Ya no es solo que sean unas perras de mierda, es que encima esa zorra se ha atrevido a tocarte y a quitarte tu dinero. ¡Voy a matarla! —Sacó el móvil, pero se lo quité de un manotazo, a tiempo de ver que estaba marcando el número de la policía.

Era gracioso que tuviera la misma opinión que Lorcan. Había pensado que él, que tenía la imagen del cuadro completa, entendería que tuviera que volver a casa. De hecho, solo había pasado por allí para recoger mis cosas antes de volver.

—¿Qué haces? —cuestioné, alejando su móvil de él.

—Denunciar a esa puta, no puedo matarla de verdad, ¿sabes lo guapo que soy y lo mal que lo pasaría en la cárcel?

—No voy a denunciarla, Gus. Voy a disculparme y volver a casa.

—¡Claro que no, tonta! —me gritó de nuevo, cabreándose tanto que el rostro bronceado se le tiñó de rojo—. Te juro que como vuelvas allí, Gabrielle Leblanc, no vuelvo a hablarte en la vida.

—Eso no vale —me quejé con un puchero, que me llenó los ojos de lágrimas.

—Pues quédate aquí. Iremos esta misma tarde a comprar una cama, sacaré mi escritorio de la habitación y pagaremos juntos el alquiler. Ya está bien de ocuparte de ellas, Gabbs. Llevo años callándome, pero no puedo más.

—No creo que te hayas callado nada jamás —me quejé por lo bajini, secándome una lágrima.

—¡No dije nada cuando me enteré de que te hacían dormir en el sofá pese a que tú pagues el alquiler y seas la única que trabaja! Por Dios, Gabby, ¿no tienes ni una pizca de amor propio? ¿Cómo puedes dejar que te pasen por encima de esa manera? ¡Y como me digas esa mierda de que te han cuidado de niña, te juro que salto por la ventana!

—Está bien —le corté.

Era posible que, en lo referente a mi familia, careciera de amor propio. Quizá había dejado que toda la vida me controlasen de cierta manera. Pero había un número limitado de veces que podía negar la realidad. Que me estuviera dando el mismo discurso que Lorcan, me hizo ver que era yo la que se equivocaba.

—¡No, no está bien! —Ni siquiera me dejó explicarme y no pude evitar sonreír un poco—. ¡No está bien que dejes que esas zorras que no dan un palo al agua se aprovechen de ti! ¿Por qué no trabajan?, ¿eh? Que yo sepa, tienen dos manitas como cualquiera.

—Está bien, Gus, no voy a volver con ellas —repetí con suavidad.

—¿Segura? —Me miró con desconfianza.

—Lorcan me ha dado la misma charla, aunque de una forma un poco más desapasionada. No tengo la cabeza tan dura, me ha llegado el mensaje, alto y claro.

Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora