Gabrielle
Estaba segura de que Lorcan no me iba a hacer ni caso. No miraría la retrasmisión, porque él tenía su verdad y era absoluta. Así que cuando llegué hasta casa de mi madrastra (¡mi casa!) y golpeé con los puños la madera, con la cara empapada de lágrimas, lo hice por mí, no por él.
Mathilde me abrió con mucha calma, como si yo no hubiera estado a punto de echar la puerta abajo y caminó tranquilamente hasta la barra americana para sentarse al otro lado. Me pareció que tenía los taburetes colocados para que nos sentásemos una frente a la otra. Esperándome, sin duda. Debía saber de sobra lo que había causado al darle esos papeles a Lorcan.
—¿Por qué? —pregunté, todavía temblando—. ¿Por qué se lo has tenido que decir?
—Quiero que vuelvas a hacerte cargo de los gastos —me respondió con tranquilidad, mientras servía café para las dos, cómo si no hubiera arruinado mi vida...
Sabía que cualquier posibilidad que tuviera con Lorcan había desaparecido para siempre. Él jamás aceptaría la realidad, porque tenía una idea de mí y en su cabeza se la había confirmado y justificado totalmente.
—¡No! Si necesitabas dinero podías habérmelo pedido. —Lloré más fuerte—. ¿Mi padre está muerto?
Lo había visto en uno de los papeles que Lorcan me había enseñado. Mathilde siempre me había dicho que se había largado. ¿Cómo podía estar muerto? Bebí un trago del café, por tranquilizarme un poco, aunque no estaba segura de que aquello fuera a ayudar.
—Te lo diré otra vez, Gabrielle —me repitió con esa calma heladora—. Vuelve a hacerte cargo de los gastos.
—No lo voy a hacer. Pienso recoger mis cosas e irme muy lejos de ti, dónde jamás puedas volver a arruinar mi vida. Otra vez.
Me levanté para irme de allí. Ya ni siquiera tenía interés en que Lorcan pudiera saber la verdad. ¿Qué más me daba? Lo que se rompe en pedacitos no puede recomponerse sin marcas. Y yo no quería una relación tan rota como el resto de mí.
—Siéntate —me ordenó Mathilde y obedecí por inercia y por su tono autoritario—. No voy a seguir viviendo en esta... cochiquera. Si no vas a trabajar para ayudarnos, entonces lo harás a la fuerza...
—¿De qué hablas? —pregunté confusa.
No tenía claro cómo pretendía obligarme, pero ya no era una cría de dieciséis años y no tenía ningún poder sobre mí, ni legal ni emocional. Había roto la poca relación que podía quedar entre nosotras.
—Tu padre no se fue, Gabrielle. Y no era un borracho. Bebía más de la cuenta en ocasiones, sí, pero era responsable hasta el límite de lo asqueroso. —Arrugó la nariz, como si aquello le molestase mucho—. Y entonces, mientras vivíamos peor que ahora casi, porque ganaba muy poco en su trabajo, descubrí que tenía un seguro de vida... Un seguro muy cuantioso y tú eras la única beneficiaria.
—¿Lo mataste? —pregunté boquiabierta.
—Un poquito de veneno y de pronto tenía más dinero del que he visto nunca. Tú eras menor así que, como yo era tu madre legalmente, tenía acceso a él. Por desgracia, todo lo bueno se acaba...
—Lo que fácil viene fácil se va —murmuré, con la vista clavada en la barra y las lágrimas goteándome por las mejillas.
Siempre había pensado que el dinero de mi madrastra venía de su primer matrimonio, no era capaz de concebir que hubiera matado a mi padre para conseguirlo. Pese a que ella lo había dicho, no me lo creí.
—Tenías unos quince cuando perdimos la casa, ¿lo recuerdas? Los pagos... se nos fue todo. Y conocí a Wallace. Pensé que podría casarme con él y quedarme su dinero. Pero ese cerdo me dijo que era una vieja cuando vio mis intenciones. Sin embargo, se prendó de ti en cuanto puso sus ojos encima.
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Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️
RomanceGabrielle Leblanc trabaja como limpiadora en las oficinas de una multinacional de moda. Una noche, siente la tentación de probarse unos zapatos de tacón rojos, no podía imaginarse que acabaría robándolos, ni que sería descubierta haciéndolo. Y mucho...