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Lorcan

No logré sentirme ni un poco bien mientras entraba en la «galería de arte» para la que Gus me había escrito la dirección en una servilleta. Ni siquiera me sentí un poco mejor porque Jaq fuese a mi lado, tan poco contento como yo con el tema.

Aquel lugar no era una gran sala, ni mucho menos elegante. Más bien, parecía alguna clase de instituto o centro de adultos que habían habilitado para una exposición de arte de alumnos. Y por los primeros cuadros que vi, no debía andar muy errado en mi impresión. Líneas torcidas, colores mal combinados y basura pretendiendo ser arte.

Arrugué la nariz con desagrado mientras paseábamos entre los diferentes pasillos habilitados por zonas para diferentes artistas. Solo conseguí sentirme un poco mejor cuando paré a una camarera que cargaba con copas de champán. Pero tras el primer trago y comprobar que aquello era un líquido barato y bastante asqueroso, nada consiguió animarme.

O eso pensé.

La señorita «roba zapatos» Leblanc tenía el mejor sitio del lugar, era más luminoso que los demás y se abría en un hueco un poco más ancho que el resto de pasillos. Allí acababa la exposición, de hecho, y había un gran grupo de personas reunidas, observando los cuadros. Aunque, en honor a la verdad, todo el sitio había estado muy lleno.

No me costó descubrir que eran sus cuadros, por cierto. El primero, era un zapato rojo, aunque tenía cierto aire de arte moderno y abstracto. Sin embargo, no me costó interpretarlo a la perfección.

Después la vi a ella.

Llevaba el mismo vestido azul claro, casi de cristal, de las fotos de la revista. Charlaba con unos y otros, junto a sus cuadros, con una copa de champán malo en la mano y las mejillas ligeramente sonrojadas. No supe si el color de su cara era debido al alcohol o la atención, pero este, junto con la sonrisa enorme que lucía, le quedaba genial.

—¿Así que has dejado que una chica de fantasía te arrastre hasta aquí? —se burló Jaq de mí.

Yo resoplé un poco, antes de mirar a mi amigo, que admiraba los cuadros con cierto interés.

—Ella no, su guardaespaldas de dos metros.

Le señalé con disimulo el lado contrario, dónde Gus hablaba con un par de viejos muy bien vestidos. Supuse que estaba engañándolos para que comprasen cuadros.

Jaq agitó la cabeza con un desprecio ligero, pero no comentó nada. Le había puesto al día de mi trato con la señorita Leblanc, claro, pero su respuesta fue que yo era idiota. A mí me había dicho que la contratase y eso había hecho. ¿Qué esperaba? Yo no era de recursos humanos.

Así que, me dije que podía comprar un par de esos cuadros y largarme a sentirme sucio en casa. Total, cosas peores había hecho y no fueron ni por trabajo. Observé los cuadros con más interés, para elegir dos. La verdad es que pensé que sería fácil: los que parecieran menos horribles. Luego podía mandárselos a mi hermano William a Inglaterra. Seguro que Aysha encontraba una habitación donde esconderlos.

Sin embargo, me parecieron... interesantes. Eran demasiado coloridos para mi gusto, pero tenían algo llamativo. Y tuve que reconocer que ella tenía talento. Eran colores vivos, brillantes y con manchas, líneas o superposiciones, todos formaban dibujos de lo más variopintos. Una mariposa en pleno vuelo, el ya conocido zapato, un bodegón, un paisaje, una bailarina contrapuesta con un fondo oscuro...

—¡Señor Millerfort! —Su voz me hizo girarme. Parecía tan emocionada que me contagió la sonrisa—. Ha venido.

—Yo siempre cumplo, señorita Leblanc.

Cuando robes un zapato - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora