Decimosexta Parte

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Hora de irnos —anunció Iván al ver a Natasha salir del palacio y acercarse a la nave—. ¿Estás segura de que tus amigos no se han dado cuenta de nuestro plan secreto?

De los involucrados en esto, tú deberías de ser quien menos dude de mí en eso, después de todo, tú me enseñaste mucho de lo que sé —señaló Romanoff, terminando de ajustar su chaleco a su torso—. Soy yo la que debería de dudar de la lealtad y la efectividad de tus hombres que nos esperan allá.

Son los mejores y tan leales como el dinero puede comprar.

¿Conocen los riesgos? —cuestionó la espía.

Saben que serán la carnada —simplificó Petrovich—. Tal y como lo pediste.

¿Qué más saben?

Saben que habrá una buena recompensa para quien sobreviva. No necesitan saber nada más.

—Basta de charlas en ruso y mejor suban su trasero a la nave —se quejó Frank desde el interior del Quinjet—. Y, si no quieren que Rojo nos escuche, será mejor que guarden silencio.

—Tranquilo, Frank. El palacio está equipado con lo último en tecnología y eso incluye paredes a prueba de ruido en las habitaciones de invitados —declaró Romanoff—. Estoy segura de que Matt no puede escucharnos ahora.

—Preferiría no arriesgarme.

—¿Miedo a un ciego? —preguntó Logan en un tono burlesco.

—Créeme, ese ciego podría darte una paliza —le advirtió Natasha.

—Estamos en camino a lo que bien podría ser una trampa —señaló Logan—. Así que un ninja ciego es la menor de mis preocupaciones.

—Si crees que podría ser una trampa, entonces, ¿por qué estás aquí?

—Ese bastardo me mantuvo cautivo durante décadas y, si hay una pequeña posibilidad de acabar con él, la tomaré sin dudarlo.

Iván ignoró la pequeña charla de los demás tripulantes y se encaminó hasta la parte delantera del Quinjet, en donde tomó asiento frente a los mandos de control de la nave.

—¿Qué tan segura estás de que no nos vamos a terminar estrellando contra el domo? —cuestionó Petrovich, repasando nuevamente las coordenadas que Natasha le había dado para salir de Wakanda de una manera no del todo oficial.

—Tan segura como podría estarlo.

—De acuerdo, pero si no funciona, será una manera muy estúpida de morir después de todo lo que hemos pasado —comentó Iván poniendo la nave en marcha a las coordenadas. La nave mantuvo un vuelo estable hasta las coordenadas exactas y sus tripulantes mantuvieron la respiración de forma inconsciente hasta que estuvieron en el exterior de la barrera de energía que cubría la ciudad. Petrovich puso en piloto automático la nave y fue a la parte trasera de la misma para repasar el plan con el improvisado equipo con el que contaba—. Eso fue más sencillo de lo que esperaba en un principio.

—Ojalá lo hayas disfrutado, porque esa era la única parte fácil del plan —comentó Romanoff—. De ahora en adelante todo se irá complicando.

—Ninguno de nosotros está aquí porque le hayan dicho que esto sería fácil —señaló Castle—. Y es por eso que espero que para estas alturas ya tengan un plan.

—Tenemos algo parecido a un plan —admitió Iván—. No sabemos con exactitud con qué nos vamos a encontrar allá, pero tenemos una idea y podemos trabajar en base a eso... —el ruso desplegó un holograma de su lugar de destino y se dispuso a exponer lo que sabía—. Mis hombres están instalados en un pequeño pueblo cerca de nuestro objetivo, al noreste del lugar. Hasta hace algunos meses ese pueblo no significaba nada para nadie, a penas cuenta con electricidad y un muy escaso suministro de agua teniendo en cuenta que está situado en medio de la nada del desierto. Sin embargo, de repente se ha convertido en un prolífico punto de venta de armas en el mercado negro.

El Futuro en el PresenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora