Capítulo 72

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Multimedia la camioneta de Alexander-Tiburón

Contiene escenas +18

POV' Drag

Pensé que tener a Samantha conmigo en mi casa, haría que se diera cuenta que en verdad la quería. Pero sus continuos rechazos y sus silencios absolutos, hicieron que mis ganas de amarla se fueran apagando poco a poco y que el resentimiento de alguien no correspondido se hiciera presente.

Por eso siempre aceptaba a María en mi habitación, todas las noches la hacía gemir como loca. Le hacía de todo mientras pensaba que ella era mi adorada pelirroja. Pero nada es perfecto, pues al abrir los ojos y ver que era María la que siempre se encontraba en mi cuarto, me hacía sentir asqueado, sucio. No lo quería admitir, pero me sentía mal por serle infiel.

Sin embargo, no por eso deje de hacerlo. Y poco a poco volví a ser el mismo Diablo de hace un año.

Una noche de febrero, aparece mi hermosa heredera, siempre tan elegante y sexy con su bata de seda; entra a mi habitación sin siquiera tocar e irrumpe el orgasmo que la mujer postrada a gatas me daba.

Ella empieza a decirme que necesita hablar conmigo, y yo herido le respondo con groserías, hasta que ella me dice "Diablo".

Nunca me había dicho así, por lo mismo hago que María salga del cuarto sin importarme nada. Y poco a poco mi chica empieza a proponerme un trato, le digo las fallas de su plan, hasta que me ofrece algo que no puedo ni podré negarme nunca, ella.

Ella en ropa interior, en un hermoso cojunto de encaje negro, haciendo relucir su piel blanca causando el más hermoso contraste.

Y como ya estaba caliente, empecé a besarla con una energía y las ganas que le cargaba desde el primer día en que la vi.

La atraje a mi, y poco a poco la fui llevando hasta la cama; por decencia hacia ella quite las sabanas que ahi estaban; y seguimos besándonos, hasta que irrumpió el beso para decirme.

-Quiero que me enseñes a pelear, que me enseñes a disparar, quiero que me enseñes todo.

No le respondí, simplemente me limite a besar su cuello, y luego su clavícula. Mis manos picaban por tocarla como queria, pero debía admitir que tenía miedo a su rechazo.

Por lo visto ella quería y deseaba lo mismo que yo, pues sin pena alguna se sentó encima de mi y empezó a moverse de manera muy insistente. Decidí cambiar de posición y la coloqué debajo de mi, y empecé a masajear sus pechos, a lamer su cuello.

Ella no aguantó más, ya que, se quitó su brasier dejándome ver sus pechos, cuando lo hizo empecé a chupar y morder sus pezones haciendo que ella se estremeciera por completo.

Sus gritos me estaban volviendo loco, pero yo quería más. Quería todo de ella.

Empecé a bajar mi mano de manera lenta, para que ella si llegase a arrepentirse pudiera detenerme, y justo cuando llegue a su monte de Venus, la miré a sus ojos y ahí me di cuenta que ella lo deseaba tanto o más que yo. Sin más, metí mi mano y con mis dedos recorrí su feminidad, decir que estaba mojada era poco, sus labios estaban tan resbaladizos que no tuve que hacer fuerza al insertar un dedo dentro de ella.

Al hacerlo la volví a escuchar gemir del placer, y eso me motivo a seguir jugando con ella. Metía mi dedo y luego lo sacaba, después de unos gemidos más metí otro dedo y luego otro.

Con uno me adentrada hasta más no poder, y con los otros dos los movía para proporcionarle más placer. Con mi mano libre seguía tocando sus pechos, hasta que ella por fin tomó la iniciativa y agarró mi mano y la llevo hasta su boca, en donde lamió, chupó y mordió cada uno de mis dedos haciendo que mi excitación llegara a niveles insospechados.

Era una especie de guerra para ver quien aguanta más, y lo supe al ver como introducía tres de mis dedos a su boca a la par que yo introducía mis dedos en su estrecha y caliente vagina. Una guerra en la que ninguno saldría ganador, una guerra llena de gemidos y gritos de pasión.

Cuando ya no aguantaba más y ella igual, decidí que era hora de probar aquello que sabía tan bien.

Pero una intromisión en el cuarto evitó mi cometido, ganándose mi más absoluto odio.

Damián con su pijama entró alarmado a la habitación y antes de que yo pudiera reclamarle dijo.

-Nos están atacando.

Samantha estaba recuperándose del orgasmo que mis dedos le habían causado cuando empezó a vestirse como loca. Al verla hice lo mismo.

Ella se volvió a colocar su vestido y bata, mientras que yo sólo me coloqué un pantalón de dormir. Justo en el momento en que íbamos saliendo del cuarto, el mismo explotó.

Agarré a Samantha y la coloqué detrás de mi y delante del Perro, por lo cual estaba más protegida.

Al llegar al comedor vi comos los demás corrían de un lado a otro.

-Plancha tú encargate de Nana y María-dijo el Perro.

-Tiburón tú te llevarás al Diablo y al Ángel, yo me quedaré aqui tratando de solucionar todo.

Una vez más estaba orgulloso de mis sombras, ellos da sabían qué hacer y cómo actuar en cualquier situación.

-Vamos señor, tenga- me da un arma.

-¿A dónde vamos?- pregunto mientras agarró a mi chica con fuerza al parecer entró en estado de shock.

-Vamos a una casa de seguridad, la que queda en...

No pudo seguir hablando pues de la cocina salen tres hombres armados y empiezan a dispararnos,en uno de los intercambios de balas le dan a Alexander en el brazo, sin embargo, él sigue como si nada.

Empiezo a disparar a diestra y siniestra, coloco a Samantha a mi derecha mientras que Alexander la sitúa a su izquierda, protegiendo su herida y a ella.

Cuando logramos salir, nos montamos en una de las camionetas. Mi Roja va en la parte de atrás, mientras que el Tiburón y yo vamos adelante.

-Mantente agachada- le pido a la chica que tiene los ojos aguados pero no llora.

-Esos malditos me las van a pagar, vienen a mi casa a dispararme a mi y a los míos y piensan que podrán. ¡Oh no saben con quien se metieron!.-digo muy enojado.

Pasan unos minutos en donde pensamos que todo estaba bien, pero en eso vemos a una camioneta saliendo de uno de los bosques que abundan en mis terrenos. De allí empiezan a disparar como locos.

Por suerte la camioneta es blindada, pero sabemos que no soportará mucho así, y aún falta para llegar a zona segura.

Estamos en jaque, hasta que mi pequeña en un movimiento le quita el arma a Alexander, abre la ventana y sale parcialmente por ella. Los disparos se detienen momentáneamente al verla, pero siguen después, sólo que ésta vez intentan darle al carro y no a ella.

Imito su acción y sigo disparando, sin resultados, hasta que ella dispara en las luces del vehículo y parte del parachoque haciendo que éste sufra un accidente.

Luego vuelve a entrar al auto al igual que yo. Alexander sigue conduciendo, confundido por lo que acaba de suceder al igual que yo. Hasta que mi pequeña habla.

-Si le disparas ahi, la bolsa de aire se desprende causando un golpe al conductor por ende un accidente.

-¿Cómo supiste eso?- pregunta incrédulo mi amigo.

-A Ángel le gustaban los carros.-dice triste y apagada.

Después de eso seguimos nuestro camino hacia la casa de seguridad más cercana.

El Ángel de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora