#9. De las discusiones en clase

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Pues tuve suerte, la semana especial de este año es un compendio de cosas. Habrán estudiantes que mostrarán comida típica de diferentes países, otros jugarán baloncesto y fútbol, incluso se rumora que habrá un concurso de baile.

Como sea me alegra que así suceda, pues como en años anteriores puedo dejar que todos los demás se encarguen de la bendita semana y yo puedo permanecer oculta en cualquier lugar del instituto en donde haya menos congregación, a saber: lavados, el pasillo que lleva a la dirección, el que da al laboratorio de química, y la entrada del instituto. Como ven, soy una experta en cuanto a las áreas solitarias, pero sepan que no soy la única.

Hace unos días ocurre algo muy extraño en clase, es en una clase cuyo nombre se parece mucho a: desarrollo personal. La profesora nos pregunta qué pensamos de esta frase:

«Soy lo que quiero ser, no lo que otros me obliguen a ser»

Pienso que es una estupidez —dice Bruno muy serio y provoca de inmediato una oleada de miradas en su dirección, todas acompañadas de asombro.

—¿Perdón? —Incluso la profesora parece no creerse lo que oye, ¿Bruno? ¿El estudiante ejemplar?

—No podemos luchar contra algunas cosas —comienza él a explicar su posición—. A veces solo pasan y hay que atenerse, y eso no significa que lo hayas escogido. Ergo: estas siendo algo por obligación.

—¿De verdad lo cree? —pregunta la profesora—. ¿Alguien más está de acuerdo con eso?

Toda el aula esta estática, es como si todos están conteniendo la respiración. Yo nunca he sido una persona comunicativa o valiente para hablar, pero en este momento sé que estoy de acuerdo con Bruno. Así que con un poco de temor levanto la mano. La profesora arquea las cejas.

—A ver, explícanos por qué. —Siento un nudo en la garganta, por suerte para mí, llevo el cabello suelto, así que al caerme en los costados del rostro puedo sentir como si solo estoy hablando con la profesora.

—Es como él dijo —mi voz es menuda—. A veces pasan cosas, cosas que no podemos cambiar por más que deseemos, entonces tienes que aceptarlas y al hacerlo no estás siguiendo lo que más deseas, sino lo que se te puso enfrente. Es una obligación inevitable.

La profesora desvía su mirada de mí y le asiente a otra persona, giro el rostro a tiempo de ver a Frederick bajando la mano.

—Yo no estoy de acuerdo con ellos.

—Explícanos.

—¿Cómo puedes obligarte a ser algo que no quieres? Eso es una estupidez. —Su pose en el asiento es de comodidad, tiene una sonrisa traviesa en el rostro y el cabello despeinado—. Yo digo que eso de aceptar lo que te toca es para gente débil y sumisa. —Se encoge de hombros y agrega—. Yo jamás aceptaría nada solo por obligación, porque no existe peor cosa que hacer algo sin el cariño suficiente.

—No sabes de lo que estás hablando —interviene Bruno. Tiene las manos en puños sobre la mesa y mira a Frederick no de una forma amigable.

—¿Ah no? ¿No será que tú eres una persona sumisa? —Veo a la profesora moverse incomoda, un segundo después termina con la discusión.

Su salvación es la campana. Como siempre, espero a que la mayoría salga, cuando la profesora cruza la puerta me guindo la mochila del hombro pero no me pongo en pie. Frederick camina hacia mí y se sienta en la mesa del pupitre al lado del mío.

—No me sorprende que tengas ese pensamiento. —Lo miro, su nariz no se ve tan mal como la última vez que hablamos, tampoco parece enfado conmigo como en esa ocasión.

—Creo que Bruno tiene razón, no sabes de lo que hablas.

—O quizás sé más de lo que tú crees.

—¿En serio? —Ladeo una sonrisa—. Suenas como galán de película hollywoodense.

—Bien, quizás sonó tonto, pero escucha esto. —Alza las manos y sonríe—. Soy excelente jugando fútbol.

—¿Y qué con eso?

—Pues que si lo jugara, todos en este cuchitril me amarían, pero no lo juego, porque no quiero que me amen.

—Ya... quieres que te odien, ¿es eso?

—No, digamos que tengo un filtro, ¿sí? No quiero tener montones de amigos hipócritas. Quiero tener pocos amigos pero que lo sean de verdad.

—Calidad, no cantidad.

—Correcto. —Me apunta con un dedo y luego me guiña un ojo. Yo sonrío y solo entonces me doy cuenta de que estoy hablando con alguien.

Cuando salimos de allí no hablamos mucho, vamos juntos a la cafetería y él se excusa cuando lo llaman desde su grupo de rockeros. Le digo que está bien. No he vuelto a hablar con él desde entonces.

Zarzamora.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora