#55. De la revisión

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—Mi papá es psicólogo —dice Fred mientras yo me desenredo el cabello con uno de sus cepillos para el pelo. Su madre insiste en que me dé una ducha, dice que tengo un rostro muy bonito pero con el cabello así de despeinado y la cara de recién levantada puedo espantar a cualquiera. Además, y en sus propias palabras, también dice que debo darle una buena impresión a su marido. Al parecer le he caído bien a la madre de Fred y ella desea que su marido piense igual. Pero parece que es exigente. Según Frederick me explica, todas las personas que llevan a la casa deben tener una pequeña entrevista con el señor—. Quiere asegurarse de que no entre un psicópata o qué sé yo —bromea Fred, mientras que le hace cosquillas a su perro.

—¿Cómo le fue a Ceci? —pregunto dejando el cepillo y mirándolo, él se ríe.

—Papá la diagnostico con problemas de ira —contesta—, pero eso cualquiera lo sabe, ¿no?

—Es decir que él psicoanaliza a todos tus amigos.

—Y a las de mamá. Aunque entiendo que analice a las de mamá. Si vieras las amigas que tiene. —Guarda silencio un instante y luego agrega—. De cierta forma lo entiendo. Mi mamá está loca y yo también, alguien tiene que poner orden, ¿no? —A lo mejor Fred tiene razón, bien es obvio que su madre no es nada normal, pero de ahí a analizar la mente de todos los invitados que llevan a casa, además está ese temor palpitando tras de mi cabeza, ese que me grita que yo jamás seré del agrado de un psicólogo. ¿Es el momento? ¿Debo confesarlo antes de que sea tarde?

—Fred. —El alza el rostro, su perrito lanza un par de ladridos y corre fuera de la habitación, como si supiera que viene una tormenta—. ¿Qué piensas de los fantasmas? —Supongo que no es una pregunta para responder sin asombrarse. Porque él dice.

—¿Por qué me preguntas eso ahora? —Me muerdo el interior de la mejilla, indecisa entre si decirlo o no. Después de todo me espera una audiencia con un profesional de la mente, un intelectual que jamás dará crédito a mis explicaciones.

—Los escucho. —Él arruga la frente, levantándose del colchón—. A veces también los veo.

—¿Fantasmas? —pregunta con incredulidad a un paso de mí, asiento, sintiendo mis ojos picar. Debe creerme, tiene que hacerlo.

—Nunca se lo había dicho a nadie, pensarían que estoy loca, pero no lo estoy. Son fantasmas.

—Bien, bien —dice tomando mi rostro, mirándome directo a los ojos—. Está bien, si tú lo dices así debe ser.

—¿Me crees? —Ladea una sonrisa, una que dice perfectamente que no lo hace.

—Sí. Vamos, no hagamos esperar a papá, no le gusta la gente que se retrasa.

El estudio del padre de Fred queda al frente del dormitorio de este. Tiene un pequeño escritorio con dos sillas delante, una estantería detrás y una ventana del lado derecho. Sobre el escritorio tiene un computador y un blog de notas, además de una planta en la esquina al lado de la puerta. Fred me indica que entre y así lo hago. Cuando tomo asiento frente al señor me siento expuesta. Como cuando te mandan al pizarrón a resolver un ejercicio cuya fórmula olvidaste, o cuando debes hacer una exposición sobre un tema que no dominas. Además está ese sabor amargo de la confesión, por fin lo he dicho, he confiado en alguien y he escupido mi secreto. Y aunque Frederick es tan amable como para decir que me cree, es evidente que no lo hace, su sonrisa comprensiva me lo dice, sus ojos casi tristes me lo gritan y entonces aquel señor, con aquella mirada escrutadora, como rayos x viendo mi alma. ¿Qué ve allí señor? ¿Es el infierno de la locura?

—¿Cómo te va en la escuela? —parece extraño que esa sea su primera pregunta. Casi lo he imaginado gritándome si acaso he recibido clases sobre buenos modales y educación sexual. Casi lo he visualizado apuntándome con un dedo: «Fuera, fuera de mi casa, lunática.»

—Bien. —Me pregunto si su decepción es igual a la mía, quizás espera una respuesta más extendida. Así es, lo sé cuando habla.

—Esa es una respuesta muy vaga. Defíneme «bien» —Me encojo de hombros y él ladea una sonrisa, una increíblemente parecida a las de Fred—. Veamos, ¿tienes muchos amigos? —Uh, ¿muchos amigos? No, no los tengo. Nicole y yo no nos hablamos como antes desde hace mucho tiempo, Lydia solo me habla para tener alguien con quien conversar. Ceci podría golpearme a la menor oportunidad que tuviera. Fred, él no cuenta. El chico que hace que tu mundo se mueva no cuenta como amigo. Meneo la cabeza en negación—. Frederick me había hablado de ti —dice dándome la primera sorpresa. ¿Habla de mí con sus padres? Bien, ahora entiendo por qué la madre de Fred no ha preguntado mi nombre en la mañana, ni nada—. Al parecer eres muy reservada, ¿siempre has sido así? —Hago memoria. ¿Antes del divorcio de mis padres era más comunicativa? No estoy cien por ciento segura, pero supongo que sí, quizás no tanto como una habladora, pero al menos no tan cerrada.

—Me gusta estar sola —digo y el asiente.

—¿Tienes buenas calificaciones? —Me congelo. No, no las tengo. Mi última boleta está en números rojos y aun no se la entrego a mamá.

—No muy buenas.

—¿Por qué?

—No lo sé —digo y es verdad. No soy una tonta, pero a veces me olvido de hacer los trabajos o de estudiar, a veces incluso, olvido cosas tan simples como las cosas que ya he estudiado. ¿Por qué? No lo sé, solo sé que yo soy el tipo de persona que no se centra en lo que hace, mi cabeza siempre vuela hacia otros lados. Puedo pasar periodos pérdida en mi propia mente, escuchándolos reír, sintiéndolos respirar cerca de mí.

—¿Alguna vez tus padres te han llevado con un psicólogo? —pregunta con lo que me parece mucho cuidado, como si supiera que camina sobre un campo minado.

—No estoy loca —digo con fuerza. Yo no soy el tipo de chica que se impone, pero cuando se trata de cuestionar mi salud mental, no sé cómo explicarlo, pero simplemente me molesto. El padre de Fred ladea la cabeza, como uno de esos pájaros que estudia el agujero donde un gusano se esconde.

—No he dicho que lo estés —dice, haciendo que mi molestia aumente un poco. Parece ser que alguien romperá el récord de Ceci.

—Pero lo piensa.

—¿Qué te hace creer eso? —No contesto, no sé qué decir—. Solo te hice un par de preguntas sencillas, y las respuestas no fueron muy satisfactorias, ¿no te parece? Los chicos de tu edad tienen amigos y la única obligación de ustedes es estudiar. No veo el motivo para hacer esas dos cosas tan simples, mal. Y la única razón que podría existir, es por problemas. ¿Tienes problemas en tu casa? ¿Cómo es tu familia?

—No le parece un poco horrible analizar la mente de los amigos de su familia. —No tengo ni idea de qué cosa me impulsa a decir aquello. Definitivamente yo no entro en el grupo de las chicas altaneras al mejor estilo de Ceci, pero algo en aquella conversación no me hace sentir cómoda, así que agrego—. Es como si un oftalmólogo revisara todos los ojos de los amigos de su hijo. ¿Cree qué tiene sentido?

—Al menos un ojo irritado no afecta en nada a mi familia. Pero una persona con costumbres o creencias extrañas sí, ¿no te parece?

—Pues entonces créame cuando le digo que no estoy loca. —Me mira con interés, inclinándose un poco hacia adelante y diciendo por fin.

—Bien, lo creo. Ahora dime, ¿a quién le dijiste anoche que se callara? Estoy seguro que tienes una buena explicación. —Me doy cuenta que las manos han comenzado a sudarme. Recuerdo sus voces, haciéndose más presentes las últimas semanas.

—¿Ha visto Sexto Sentido? —Asiente.

—La de Bruce Willis, ¿no? Si, la he visto.

—Bueno, eso. —Y lo entiende, lo sé cuándo pega la espalda de la silla y me mira largo rato. Luego, sin decir nada más, se limita a abrir una de las gavetas de su escritorio y saca una tarjeta. Antes de extendérmela, dice.

—Dale esto a tus padres. Dile que te lleven.

—¿Qué es?

—Si un ojo pica, es mejor que lo revise un oftalmólogo, ¿no te parece?

Tomo la tarjeta y leo, hay un número de teléfono y una dirección, también dice:

«Cintia Ramos. Psiquiatra.»

Alzo la mira y odio a aquel sujeto. No estoy loca.


Zarzamora.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora