#28. De los largos fines de semana

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Parece lógico pensar que después de una larga detención en el aula de castigos, el fin de semana siguiente debería ser igual de largo. Y puede que para los chicos acostumbrados a ese tipo de detenciones, esta lógica no se cumpla. Pero para alguien como yo sí lo hace, y no creo que eso sea algo bueno.

Mis largos fines de semana son casi siempre lo mismo. Mamá no tiene un trabajo típico, y por ende sus horarios no son los usuales. Algunos fines de semana no tiene que ir a trabajar, otros sí. Algunos son solo un par de horas, otros en cambio, la alejan de mi por mucho más tiempo del horario ordinario.

Como sea, el fin de semana inmediato de la detención es uno de esos que la alejan de mí, y me percato de que a diferencia de tiempo atrás, ya no me molesta tanto.

Mamá ni se da por enterada de que he estado en detención. Cuando llego a casa el viernes, ella no está y no llega sino hasta una hora después, por mi bien omito mencionarle mi paso por el bajo mundo de los castigados. Por lo que no tengo que soportar ningún sermón o preguntas por el asunto ni nada similar; salvo el pasar mi sábado mañanero sola, o en mi caso, con buenas raciones de queso y con maratones de vídeos musicales en youtube.

Entrada la tarde suena el teléfono de mi casa. Todo bien hasta ahí. Es Amanda, quien no llama para ubicar a papá, ni para hablar con mamá —lo cual hubiera sido muy raro—, pero más raro que eso, es que llama para que la acompañe al centro comercial. Estoy alrededor de diez segundos con el teléfono pegado de la oreja, muda y procesando lo que acaba de escuchar.

Dos opciones:

«No puedo Amanda, tengo muchas deberes para la escuela.» Lo cual es una completa mentira. La otra opción es:

—Bien, nos vemos allá.

Así es como descubro que al parecer lo que he dicho en la capsula del tiempo va realmente en serio. Ahora me doy cuenta. Amanda antes no pasaba de solo ser la novia de papá y el tormento de mamá. Nunca ha sido nada más que eso. Pero ahora, con tantas cosas pasando a mí alrededor en el instituto, siento que necesito de alguien como ella. Alguien que pueda decirme qué carajos está pasando.

Su embarazo comienza a notarse, percibo cuando la veo subir por las escaleras del centro comercial. Lleva una cartera color melón colgada del antebrazo y gafas de sol.

—Muchas gracias, cariño. Hubiera muerto de tristeza si tuviera que hacer estas cosas sola.

—Pensé que tu mamá te ayudaría.

—Sí, lo va a hacer. Pero no ha llegado a la ciudad. Llega en un par de semanas.

—¿Qué hay de papá? —pregunto cuando diviso la tienda para bebés.

—Creo que debería comprar todo blanco, ¿cierto? Aún no sabemos que es.

Y con una enorme sonrisa ella entra a la tienda. Hago nota mental de no volver a mencionar a papá. Es evidente que algo pasa allí y aunque suena cruel, no me interesa saberlo. Los problemas de mi padre y su nueva familia, son asunto de él. ¿Lo son? Me asalta la duda cuando veo a Amanda volando como una mariposa entre todos los artículos para bebés.

—¿Cómo está tu madre? —pregunta ella, tiene en las manos dos conjuntos de color blanco que está comparando. Uno es de esas graciosas batitas que cubren hasta los pies de los mocositos. El otro es una simple camisita y unos pantaloncitos.

—Bien. —Aunque nadie más que yo sabe que no lo está.

—¿Qué tal tus clases? ¿Cuál crees...?

—El entero. —Ella sonríe y coloca el otro en su lugar—. Las clases van bien.

—Entonces la pregunta correcta es: ¿Qué tal la vida social?

—No tan bien. —Nos dirigimos hacia la caja registradora. Amanda lleva ahora un cargamento de ropa blanca en miniatura.

—¿Problemas del corazón? —quiere saber con una sonrisa pícara en la cara. Me encuentro deseando a mi madre. Siempre tan alejada de mí, siempre tan ausente, tan en su mundo.

—No, no del todo. En realidad. —Suelto un suspiro, ¿cómo explicar el montón de cosas que tengo en la cabeza?—. Hay muchas cosas pasando que no entiendo. Primero tenemos a ésta chica

—Alto —me detiene la novia de mi papá, y por un horrible instante me siento tonta, como la niña que ha hablado demasiado de sus problemas juveniles a un adulto que no le interesa conocerlos y que solo pregunta por mera cortesía. Pero Amanda no es un adulto regular, descubro pronto—. Eso se habla con un helado de por medio. Así lo hacía yo con mis amigas.

Así que vamos a una heladería luego de salir de la tienda. Ella come un cremoso helado de coco. Yo no quiero helado, en cambio pido un batido de moras. Y no sé si es por lo delicioso del jugo, pero me siento tan en confianza que le cuento un montón de cosas a la novia de papá que incluso yo creía ignorar hasta este momento.

Le hablo primero de Ceci y de su declaración de odio, agrego que tampoco me agrada mucho. Cuando ella pregunta por qué, no tengo más opción que relatar lo que ha pasado entre Ceci y Frederick. Amanda sonríe ante eso y dice.

—Ah, el típico sexo de amigos.

—¿Qué quiere decir eso?

—Bueno, es como —Hace una pausa y luego suelta con diversión—. No debería estar diciéndole estas cosas a la hija adolescente de mi novio, pero, qué más da.

Se encoge de hombros y a continuación comienza a explicarme cómo es que algunas personas —aún sigo preguntándome qué tan desesperado tienes que estar para caer en eso— llegan a tener lo que se conoce como amistad con beneficios. Según Amanda, las del tipo de Ceci y Frederick son más de hermandad. Y los compara con los hippies, lo cual no me parece del todo acertado. ¿Pero qué puedo yo saber en comparación con ella?

Como no quiero seguir escuchando sobre las posibles múltiples ocasiones en las que Ceci y Frederick han podido estar emparentados cual conejos en celo; paso a contarle sobre Bruno. Le digo que me resulta perturbadora la forma en la que siempre está rondando a mí alrededor. Al hablar de él, no puedo dejar de lado a Nicole. Cuando acabo, Amanda sonríe.

—Vaya, te confieso que jamás pensé que tuvieras una vida tan interesante.

—No es interesante. Es desesperante y me incomoda.

—Oye, tranquila. Escucha a la voz de la experiencia. Vallamos por partes, la niña Ceci, es evidente que está celosa. Si éste chico Frederick ahora pasa más tiempo contigo que con ella, es natural que se sienta desplazada.

—Ella misma dijo que solo eran amigos.

—¿Crees que en la amistad tampoco existen los celos? Quizás los celos de amigos son los más fuertes y peligrosos. ¿O no te dolió que esta chica Nicole no te volviera hablar por no sé cuánto tiempo? —Eso es cierto, pero por otro lado, supongo está mi falta de colaboración para con su plan de destruir la reputación de la tal Michelle Joy—. Del chico Bruno, no sé qué decirte. Parece extraño, como si buscara algo de ti —agrega meneando su helado y luego llevándose un bocado en la boca—. Ahora, tu antigua amiga Nicole, creo que deberías acercarte a ella de nuevo. Quizás parezca que no quiere, pero a veces así nos comportamos los humanos cuando estamos aterrorizados

Por supuesto, ¿cómo no lo he visto antes? Nicole está igual que yo cuando mis padres se divorciaron. Está aterrada.

—Pero ella tiene a sus amigas: Melisa, Nora y Marta. ¿Por qué tendría que hablarle yo?

—Uh, dijiste que ahora te molesta tanta atención sobre ti, ¿no? Y me dijiste que a veces prefieres la soledad. Pues creo que esas amigas que mencionas no podrían ayudarla con eso. Mira, en algún momento esa barriga va a crecer, la gente la notará. ¿Entiendes a dónde voy?

Sí, lo entiendo y comienzo a sentirme terriblemente mal por la buena de Nicole.


Zarzamora.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora