#58. Del descenso mental

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El lunes falto a clases. Muchos motivos. No quiero ver a Fred, no quiero ver a su grupito de rockeros. No quiero ver a Damián ni a Bruno, tampoco a Nicole. Además ese día me mudo temporalmente a la casa de papá.

Muy temprano en la mañana me va a buscar a casa. Cargo con mis mochilas y me despido de mamá. Hay algo en sus ojos. Como un velo gris que no augura nada bueno. Es una mirada que grita: «Me odio.»

En el camino papá habla más de lo normal. Me dice que el embarazo de Amanda va muy bien, que un varón nacerá y que estaban entre llamarlo Carlos o Manuel. No digo nada en todo el trayecto. Porque algo muy en el fondo de mi me dice que no estamos solos, es como si algo maligno estuviera cerniéndose sobre nosotros, esperando el momento oportuno de atacar. Estoy aterrada.

Amanda se ve bastante bien, al menos mucho mejor que mi madre. Su vientre considerablemente hinchado y sus mejillas rosadas, ignoro si ese rosa es natural o artificial, poco importa, pues de todas formas se la ve bien. Siento algo perverso entonces, como una ira descomunal subiendo por mi espalda y enrollándose, presionando mi cabeza.

Mismo sentimiento que desaparece cuando el olor de galletas caseras vuela hasta mi nariz. Son de chispas de chocolate, receta de la madre de Amanda. Recordé a aquella señora tan maternal y hogareña; y una realidad me golpea de frente. Jamás seré así, ni como la madre de Amanda, ni como la novia de mi padre, ni tampoco como mi propia madre; pero, y ¿cómo seré?

«Como una triste muñeca rota, abandonada en el cuarto de los trastes de alguna vieja casa.»

A media mañana me llega un al celular un texto de Fred. En donde pregunta qué me ha pasado. No lo contesto. Al mediodía Amanda me da de comer frijoles rojos con arroz y a eso del comienzo de la tarde me conecto a internet. Navegando por allí, con un pequeño palpitar en mi cabeza, es que doy con el descenso de Damián.

Un vídeo de él pulula por la red. Está desnudo, tumbado sobre una cama de lo que me imagino era su habitación. Música electro se escucha ahogada, así como las risas de sus secuestradores. Solo que yo sé quiénes son esos secuestradores.

El vídeo dura por espacio de un minuto, pero es tiempo suficiente como para arruinar la tranquilidad de cualquier persona. Y por espacio de unos segundos me siento culpable de ese chico. Pues yo he colocado pastillas para dormir en su trago y ahí está él; siendo pintarrajeado por todo el cuerpo con mensajes obscenos y ridículos.

Apago el computador y luego me tumbo en la cama. La casa de papá no es demasiado grande. Tiene tres habitaciones, y la que me cedieron a mí es la de invitados. La tercera es la del bebé. No me toma mucho tiempo quedarme dormida y en las nieblas de mi inconciencia veo cosas inquietantes.

Una chica muy parecida a Ceci me reta en un parque. Lleva en la mano un cuchillo, mucho delineador negro en los ojos, botas negras altas y mirada psicótica. No se parece a Ceci, no es ella. ES una chica que siempre veo, una que no quiero conocer pero que está allí, en los espejos, usando mi reflejo. Burlándose de mí.

Es Ana y la odio.


Zarzamora

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora